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Pablo Palacio: el eco de una risa que hizo estallar los artificiales límites del orden

Pablo Palacio: el eco de una risa que hizo estallar los artificiales límites del orden
07 de enero de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

Es tanto lo que se ha dicho de Pablo Palacio y, sin embargo, no deja de ser un autor inacabado. Cuando la colección Archivos de la Unesco publicó las obras completas del escritor lojano, un cuento hallado por el investigador literario y editor quiteño Gustavo Salazar no estaba incluido en ese compendio.  

Luego de una fugaz estancia en Loja, Salazar descubrió en la hemeroteca de la Casa de la Cultura de la ciudad el texto ‘Una carta, un hombre y algunas cosas más’, aparecido en 1924. “La base sustancial de este relato, en el cual se habla del ‘genial Panches’, es un fragmento de la novela Epistolario de Fradique Mendes, compuesta hacia 1891 y publicada póstumamente en 1900, de José María Eça de Queiroz”, indica Salazar en un cuaderno de estudio sobre la obra del autor de la novela  Vida del ahorcado.  

Este descubrimiento se suma a una serie de invalorables hallazgos hechos por Salazar. Cuando él estuvo a cargo de la biblioteca y archivo de Benjamín Carrión encontró 12 cartas de Pablo Palacio dirigidas al ‘padre de la pequeña gran nación’. “Esos documentos eran una maravilla, son modelos del humor. Desde que leí a Palacio en la adolescencia me hizo divertir. Él, para mí, cae dentro del canon de la literatura de humor. Pero los estudios alrededor de su figura son muy solemnes, solo se basan en lo que fue su vida, locura y muerte, y se olvidan de que su obra es recontradivertida”.

Ediciones conmemorativas

En 2006 fue el centenario del nacimiento de Pablo Palacio y de Jorge Icaza, y los docentes de la Universidad Andina Simón Bolívar, Alicia Ortega y Raúl Serrano, organizaron un congreso internacional para reconocer el aporte de ambos escritores en la consolidación de la modernidad literaria ecuatoriana.

En ese encuentro académico, Ortega conoció a José Henrique, editor argentino y apasionado lector de las vanguardias, quien luego publicó con la editorial Final Abierto una reedición de Un hombre muerto a puntapiés y Débora, en 2009, y le pidió a la docente que realizara un estudio introductorio.

La vigencia de Palacio puede pensarse desde diferentes aspectos para Alicia Ortega, quien junto con Serrano también ha publicado, en calidad de editores, otros dos libros.

Ortega destaca de Palacio “la radicalidad de su proyecto estético (basta pensar en personajes como el antropófago, la doble y única mujer, el hombre muerto a puntapiés), la explícita voluntad de experimentación con el lenguaje, el esfuerzo por narrar la ciudad y pensarla desde ‘el lodo suburbano’, la tematización de la homosexualidad o  su interés por ‘exponer’ la realidad desde una declarada adhesión a los asuntos de extrañeza y ‘anormalidad’.

Imposible no reconocer en la escritura palaciana una tremenda fuerza transgresora, una apasionada imaginación, así como los ecos de una risa que supo hacer estallar los artificiales límites del orden”.

Santiago Cevallos, también docente de la Universidad Andina y autor de la obra El Barroco, marca de agua de la narrativa hispanoamericana –en la que incluye un estudio sobre Palacio–, le dijo a este diario en una entrevista de 2013  que el lojano “hace un manejo irónico de los  discursos positivistas para revelarlos en toda su artificialidad. Lo hace también desde los discursos jurídicos, filosóficos históricos y hasta cinematográficos que estaban irrumpiendo con fuerza en esa época. Esos discursos intentaban legitimarse como una representación relacionada con el poder. De alguna manera tenían el monopolio del significado, y Palacio se aprovecha de ellos para armar su texto y revelarlos en toda su estructura”.

Pablo Palacio no estuvo solo, remarca Ortega, pues estuvo cronológicamente acompañado, en Ecuador, por Humberto Salvador y, en América Latina, por un grupo de escritores que fundaron la narrativa vanguardista hispanoamericana, como Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Martín Adán u Oliverio Girondo.

“Todos ellos experimentaron –dice Ortega– una sintaxis narrativa con características similares: apropiación de lo onírico y de lo fragmentario, problematización del yo narrativo, presencia de un humor extremadamente corrosivo, la parodia y la metaficción como estrategias narrativas ligadas al carácter deliberadamente antiliterario de la escritura, o la subversión de toda lógica de representación mimética”. (I)

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