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El Telégrafo
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“Nuestra modernidad fue muy dolorosa”

“Nuestra modernidad  fue muy dolorosa”
09 de diciembre de 2013 - 00:00

Nombre completo: Alexandra Kennedy; Profesión: Catedrática e historiadora del arte; Experiencia: Profesora de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (Universidad de Cuenca) y docente de Historia del Arte (PUCE); Otras labores: Editorialista en la revista Nuestro Patrimonio. Foto: Miguel Jiménez | El Telégrafo

 

El origen del movimiento simbolista en Europa -fines del siglo XIX- es de un desencanto con la realidad mundana de las ciudades modernas. Nace de una desconfianza de la visión científica, que saca al ser humano de su puesto en un cosmos orgánico. Muchos artistas miraron hacia su interior, buscando respuesta a sus inquietudes desde la espiritualidad, la mística o las drogas.

En ese nuevo ambiente decadente y bohemio, los precursores del movimiento, poetas como Charles Baudelaire o Paul Valéry, iniciaron una renovación del lenguaje artístico, que inspiró a artistas latinoamericanos como Arturo Borja, Víctor Mideros o Camilo Egas. Alexandra Kennedy, curadora de la muestra, dice que “el simbolismo es un proceso de recuperación de las almas nuestras a través de las ensoñaciones y utopías, como de la intimidad de cada nación”.

La muestra busca desvelar un proceso artístico oscuro. ¿A qué se debe el olvido?
Es interesante notar cómo lo que sucedió aquí es un fenómeno de toda América Latina. Este periodo, tras el arte de denuncia social que vino después, donde el arte se usa como cartelística revolucionaria, tapó todo lo que no sea denuncia. Hay que recordar que Guayasamín no solo fue pintor, fue político, y se toma la Casa de la Cultura hasta los años 60. Si no ibas en esa línea, quedabas fuera.

¿El enfoque didáctico es intencionado?
Sí. Además hay una doble didáctica, desde los textos y desde la situación en el espacio. A veces es evidente y a veces no. En este caso el Museo hace lo propio, ya que está dedicado a formar jóvenes y niños. Por otra parte, desde hace 35 años soy profesora, y nunca dejo de pensar en esos términos.

También hay un sentido lúdico...
Esa es una tarea de años del Museo de la Ciudad. Busca usar el arte para jugar con los niños y ha resultado bastante bien.

El simbolismo europeo es una respuesta desencantada a la modernización, ¿en qué se parece el proceso al de América?
La idea de modernismo está vinculada a las urbes y a procesos capitalistas. Pero son múltiples. En nuestro caso era un capitalismo incipiente, aunque todos pasaban por nuevas ideas de modernización, de consumo... y en todos los casos el escenario natural era la ciudad.

“En la época hay un movimiento que busca rescatar lo propio del alma que cada uno vive”

Sí hay reacciones comunes, grupos excluidos, y excluyentes que mamaban de la misma teta de la aristocracia en distintos lugares: Huntington en EE.UU., Camilo Egas en Ecuador... Honorato Vásquez vivía gratis en España con su padre, un ministro plenipotenciario. Cada nación, no solo cada país, quiso tener una modernización adecuada a sus propios intereses, y ahí están las respuestas.

La otra coyuntura importante es la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898, lo que genera en España una mirada hacia adentro, que busca rescatar su propio espíritu, lo que inspira un proceso paralelo en Sudamérica: hay un movimiento que rescata lo propio del alma que cada uno vive. Esto explica la dignificación de fenómenos populares locales como el tango de arrabal, el pasillo de la cantina...

¿Y cómo fue en Ecuador?
A inicios del siglo pasado hubo una modernización acelerada. La luz eléctrica cambió todo, y el tren unió al país, sobre todo Quito, Cuenca y Guayaquil, separadas hasta entonces. Otro cambio fundamental fue la relación entre Estado e Iglesia: la secularización es ya un hecho; pero nuestra modernidad fue muy dolorosa: no teníamos el capital de Argentina o Brasil. Ahí surge el chulla Romero y Flores, muy bien vestidito pero que está todo roto por dentro.

Y empiezan a surgir grupos pequeños de poetas, músicos y pintores que se reunían en los cafés, el de la Bohemia, el del Búho, con la idea común de reacción a esa modernidad galopante para pasar a gritar los “ayes del alma propia”.

Pero buscaban escapar del mundo a través de sus mismos rituales. Ahí hay una contradicción.
Es un escape pero a la vez no lo es. De alguna manera también querían tener una voz política desde sus reductos escapistas. Iban contra la sociedad, pero querían modificar su panorama. Ahora bien, hay un escapismo marcado en términos de droga. Muchos mueren por sobredosis: en ese entonces podías comprar morfina, éter o lo que querías en cualquier farmacia de la esquina. Sin embargo, deseaban impactar, ¿o para qué publicaban? Esto sucede hoy también.

Usted dice que nuestro tiempo es tan apocalíptico como entonces, ¿a qué se refiere?
Al comienzo la muestra iba a ser un parangón entre cien años y ahora. Incluso pensé en traer grafiteros para que den su respuesta desde el arte hastiado de la sociedad actual. Pero luego la idea me sobrepasó. En la muestra queda una reflexión subliminal: ¿cuál es nuestro apocalipsis? Antes la poesía y el arte daban una respuesta, ahora quizás son los medioambientalistas porque nos estamos tragando el mundo. Hoy por hoy el fin del mundo se está volviendo una realidad, más que una idea.

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