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El Telégrafo
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Andrés Villalba Becdach (Tush), poeta ecuatoriano

“No sé escribir de otra forma que no sea mostrando las hilachas”

“No sé escribir de otra forma que no sea mostrando las hilachas”
Marco Salgado / EL TELÉGRAFO
05 de febrero de 2018 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez

Una natural tendencia a la  desintegración  es un libro en el que ella, Lúa, habla por el otro sobre una experiencia compartida. Quizás la más rabiosa de las experiencias humanas, el amor. La tercera persona del singular es utilizada -en varios tramos de la obra, desde el arranque- para remitirse a la primerísima persona de quien escribe este poema, Andrés Villalba Becdach (Tush). Pero hay más: el libro es una reflexión intertextual sobre los límites imposibles de la poesía.

Lúa dice. Lúa está. Lúa se va. ¿Quién es Lúa? ¿Quién es esa persona que provocó este libro? ¿Quién es esa mujer que “dice cosas ininteligibles / habla de piedras de cuarzo / que obnubilan mi paisaje”?

Jajaja, ponte serio. Lúa seguramente es la personita más buena, hermosa y brillante que conocí en mi vida. Imagínate. Es de no creer. Lúa con su tormenta de lucidez meridiana entraba en trance y decía cosas incomprensibles para mí, que escapaban y superaban mi mundito: hablaba de equilibrio y desequilibrio ayurvédico, ciencias ancestrales, de cuidar un poco más la cabeza, el espíritu, el cuerpo, de la conciencia de la muerte, ecológica y planetaria... “Pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado”, escribía García Lorca. En fin. Lúa dice y Lúa se va: queda solo la “cruel ceremonia del tajo”, quedan palabritas en ruinas, vagas nominaciones y dudosa memoria, ni las vanguardias se olvidan ni las modas pasan. Lúa está: el mundo volvía a ser sagrado por un ratito (pero no lo es, claro). Lúa se va, como quien dice: si realmente me quieres, déjame ir.

La nostalgia de “este triste páramo andino”, lugar al que se refiere reiteradamente en el libro. ¿A qué nos hace adictos? ¿Cómo atraviesa su escritura?

Creo que cuando me aferré a lo perdido el paisaje influyó demasiado, es decir, me hice adicto al paisaje de la melancolía andina que nos persigue desde la infancia. La violencia de la tristeza en el páramo es muchísimo más estridente por el acorazamiento y la altitud en la que vivimos. Saudade y nostalgia irrestricta que hay que aprender a dejar ir. Hay obsesiones en la escritura como la neblina que asciende de Guápulo y la noche quiteña como una ambulancia que se estrella en el vestíbulo de los desesperados donde es demasiado fácil claudicar. También hay que aprender a no claudicar más; aprendizaje forzoso y urgente. En el libro hablo de ese no lugar, no espacio, no tiempo al experimentar una fuga perpetua al intentar asirme a lo que nunca fue mío: Lúa dice Lúa dice Lúa dice. En el amor manda quien menos ama, claro. Pero hay que espabilarse y salir de ahí porque uno se puede quedar atrapado para siempre en la melancolía andina y no conviene. Creo que ya salí. Supongo que ya salí. Sería muy agresivo y obsceno quedarse ahí. 

En el libro dice, insiste: “Cuando me suicido despierto en Quito” o“¿Unos nacen con suerte y otros en Ecuador?”. ¿Cómo se ha constituido el sitio donde nació?

Esos eran grafitis que pintaba y pintábamos hace años con el individuo que firmaba con el triángulo. Los cito en el libro. Vandalismo y marihuanadas al final. Evidentemente Quito atraviesa todo lo que he escrito. Sin embargo, en este libro quise ir en contra de lo que me salía como escritura natural. Seguramente pequé de cursilón y ramplón, es que el amor siempre es recontra chingadamente cursi y en eso no hay salida. Era tanta mi osadía y frivolidad que hasta decía que nosotros inventamos la lluvia de Quito y le pusimos aguardiente. Cuando hablaba de finalmente ser una personita de verdad quería despojarme del extravío y desintegración que tanto daño me han hecho. Ya no es posible ser leal al fracaso. En mi torcida cabecita creí que eso sucedió (nunca lo sabré de verdad) y como una especie de epifanía y letanía de revelaciones cuando conocí a la chica de humo Lúa. Curioso que solo su presencia tenía un poder curativo, me congelaba y yo parecía esos lagartos cuando salen de sus huevos y ven la luz por vez primera con exceso de asombro. Yo decía: perdona por tutearte, jefa. ¿Seré una ramita de tu manglar, una ranita de tu manglar? Jajaja. How can you describe magic? Así narraban los ingleses hace más de 30 años cuando jugaba Maradona. No se puede, no se puede. Quizá viva buscando en mi incompletud las unidades perdidas, eso que por estar separado no se puede conectar con su entero y cierta memoria para que el día aclare de verdad. Liviano. “Que vengo liviano como la espuma de las orillas / a contramano de la resaca del carnaval”, canta Calamaro.

El libro (que es un solo poema, un solo órgano hacia la desintegración) insiste en el perdón y la culpa cuando habla de amor. ¿No hay escapatoria? ¿No hay otra forma?

“No hay más amor que el perdido amor ni más tristeza que el amor que habrá”, escribe Montalbetti. “Tú eres mi enfermedad y tú me salvas”, escribe Gamoneda. “El amor es dar lo que no se tiene a quien no te lo ha pedido”, escribe Lacan. “Solo si no la ama puede un hombre ser feliz con una mujer”, escribe Wilde. “Vuélame el corazón, alto, tu presa”, escribe Granizo. No sé si hay otra forma. Debería existir otra forma. Se advierte que debe existir otra forma para que el corazón no se equivoque en la reptilínea realidad del suelo. En la tribulación amatoria siempre alguien que pierde más, hay demasiada solemnidad, grandilocuencia, tragedia, lágrimas, desgracia, trizaduras, dolor y todo termina mal. No siempre. Además este no es el caso porque existe gratitud, querencia y afecto manifiesto. Uno quisiera creer que solo no era el momento. ¿Pero podría ser todo más sencillo y leve, cierto? Después el corazoncito y la cabeza no resisten más y hay que vaciarse y drenarse para empezar todo de cero. “Se prepara -en Tu llanto- para comenzar todo de nuevo”, escribe Viel Temperley. Conviene reír más y azuzar la zanganada, la dosis necesaria de frivolidad. La vida es demasiado corta como para dedicarse a envejecer. Me tomé demasiado en serio cierta volubilidad que pedía otra cosa. Atado a lo etéreo. Pedir perdón, eso es importantísimo y así moriremos, jaja. Es verdad. “Perdonen la tristeza”, escribe César Vallejo, pero eso ya es demasiado. Y nos sucede siempre claro. Pero el libro no solo habla del perdido amor y la supresión de los misterios, también hay elucubraciones y asociación de ideas sobre la escritura de poemas. No tengo idea la verdad.

Mindo, Cuenca, Píllaro, Nayón y otros sitios del país marcan una cartografía amatoria en el poemario. Los espacios, en este caso, también “dicen”, “hablan” por el autor... 

Son parajes a los que fuimos juntos y después quedaron como rastro de ausencia. De forma obsesa y como ejercicio de expiación puse en el libro una lista, larga lista, de algunos restaurantes y bares que recordaba y donde comimos y bebimos y nos peleamos y nos quisimos a morir también. Fue importante vivirlo y compartir, solo hay que celebrarlo y dejar de lloriquear por las pérdidas. ¿Será posible? Sí es posible. 

El libro, que se percibe como un diálogo fallido, a ratos imposible entre Lúa y el autor, usa citas de canciones, poemas o chats para terminar de constituirse, para reafirmar la incompletitud...

El primer fragmento del libro salió en una colección de La Caracola en mayo de 2017. La versión que tienes es ampliada, es de autor y publicada en Ruido Blanco en octubre de 2017. Lo he circulado muy poco, casi nada, no haré un lanzamiento y tampoco circularé más esta edición. Con la serenidad que da el paso del tiempo corregiré asperezas, excesos, cursilerías y demases para otra edición. Quizá. Aunque Daniela Alcívar Bellolio -siempre tan gentil y cabal-, cuando me ayudó en las correcciones, me dijo que el exceso total era parte de la propuesta, el regodeo en lo mismo y lo mismo a lo largo de 172 páginas es lo que crea al personaje, que más que ser Lúa, soy yo mismo. Qué sé yo. La vida sigue. El libro está dedicado solo a una bella personita (bueno, y también a dos amigas y tres amigos que ni siquiera tienen un ejemplar ni lo tendrán, jaja) y era mi forma de agradecer su presencia en mi vida así la mancuerna no se haya cristalizado. Ya no me dejes ser solemne por favor, no conviene. Pero en rigor el libro solo está dedicado a Lúa. Seguro ofendí cierto sigilo al exhibir nuestra correspondencia, pero yo no tengo la capacidad de cifrar la realidad o metaforizar al cuadrado y no sé escribir de otra forma que no sea mostrando las hilachas (pero lo que quise fue publicar su belleza, y no sé si lo logré). Mi relación con Lúa tuvo su punto de inflexión por una crisis de ascendencia y pirotecnia epistolar, después fui “puliendo los huesos” de los mensajes enviados y recibidos: polvo sobre polvo sobre polvo con múltiples canciones y poemas de otros autores que cito en el texto para armar un palimpsesto. El libro agarró viada con las rupturas y la inevitable distancia. ¿Quizá esa fue su belleza? La rozadura de una concretud que jamás se entrega a nadie, como lo nunca alcanzado, como lo distante-imposible, como mi fiebre delirio, como eso de lo que se dice siempre sin jamás moverle un vello a su pelambre ni una púa a su erizo. Como el Coyote al Correcaminos. Aquí se hace lo que yo obedezco, jaja. En fin. Borges escribió que la lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado. Eso es perfecto. Todo resulta inverosímil últimamente. (F) 

Poemario

Publicado por ruido blanco

Andrés Villalba Becdach fue ganador del Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade en 2016.

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