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El Telégrafo
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El espíritu chachi late en el eco de su música

El espíritu chachi late en el eco de su música
29 de diciembre de 2013 - 00:00

UNO
En el corazón de Esmeraldas, en la costa norte de Ecuador, existe una comunidad llamada Punta Venado cuya información, aparentemente, no consta en ningún libro ni en ningún mapa. En el mejor de los casos Punta Venado existe como referencia pues en esta se celebra una de las tradiciones más afianzadas -y menos conocidas- dentro de las etnias cayapas: el matrimonio chachi, que ocurre una sola vez al año, justo el día de Navidad.

Punta Venado encierra -por decir lo menos- un nombre mítico; no en vano es el más importante de los tres centros ceremoniales de la cultura cayapa (los otros dos son San Miguel y Zapallo Grande); se trata de un gran cementerio en cuya superficie se han construido una iglesia rústica y algunas casas de madera para que sus habitantes se instalen durante los días de celebración.

Punta Venado es, entre otras cosas, la razón de este largo viaje.

27-12-13-chachiFOTO
DOS
24 de diciembre de 2013. 10:30. Es el sol que reina en esta provincia.

En Borbón, puerto fluvial maderero, varias lanchas parten desde el muelle hacia las comunidades cayapas. “¡Punta Venado sale a las once! grita uno de los lancheros. Se llama José Pianchiche y lleva toda su vida entre los ríos de la zona. José no para. Lo observo desde las gradas, al pie de una carpa donde se vende encocado de camarón de río.

José sube, baja, carga y descarga todo tipo de objetos. La lancha mide 12 metros y lleva como insignia Los cuatro hermanos, José es uno de ellos.
La marimba, el bombo y el cununo (tambor) son  los tres instrumentos básicos de   las festividades.
A juzgar por los regalos que llevan los invitados será un matrimonio grande; la mayoría es de alimentos, acompañados por aguardiente y jabas de cerveza. Una señora de estatura pequeña y ojos achinados sube a la lancha con dos niños y un racimo de plátanos verdes. Tras varios ademanes logra ubicarse entre las estrechas maderas con la maestría de quien ha repetido esa misma acción toda su vida. Finalmente, la mujer dice algo en chapalá (el idioma de los chachis); los niños sonríen, el sol se intensifica, sobre sus pieles brilla el color de la luz y la madera.

TRES
La lancha se dañó. Los invitados -entre ellos el padrino de la novia- están sumamente ansiosos. Han pasado más de dos horas y José ha decidido embarcarnos en otra. “El viaje -explica- será de una hora y media por el río Cayapas”.

Instalados en la nueva lancha, el motor vuelve a fallar, pero al cabo de unos minutos, con la ayuda de otros navegantes, la pequeña nave responde. Dos cortinas de agua se levantan en la parte frontal de la lancha y -con un gesto de alivio- los pasajeros agradecen la brisa.

“Serán dos días largos, dice José. 24 y 25 son pura fiesta; en Punta Venado nadie duerme, ya lo verá”.

CUATRO
Punta Venado. Desde la orilla escucho el sonido inconfundible de ese animal enigmático llamado marimba.
Avanzamos. Los chachis que llegaron en la lancha desde Borbón comienzan a ubicarse en cada una de las casas desocupadas; todas tienen un margen de espacio entre el suelo y la base de la construcción.

“Es por respeto a los muertos”, dice Antonio, un joven chachi cuyo cabello rojo está teñido con achiote, tal como lo hacen los tsáchilas en Santo Domingo; algo que no resulta extraño pues ambas etnias comparten raíces.
Punta Venado es un centro ceremonial  construido sobre un cementerio, allí celebran sus fiestas.
“Todo esto que ve aquí son tumbas”, continúa Antonio, mientras una cruz enorme hace de respaldo para uno de los hombres que busca sombra entre los árboles.

El muchacho explica que en realidad los chachis celebran dos fiestas seguidas, pero diferentes. “El 24 es celebración de santos y el 25 es propiamente matrimonio. El 26 ya todos nos vamos y volvemos en año nuevo y semana santa, únicas fechas que Punta Venado se habita”.

La construcción más grande del lugar es una iglesia sin paredes que ocupa toda la atención. En el altar yacen cuatro santos cuyos rostros -extremadamente desgastados- tienen un aspecto más siniestro que sagrado. Una hilera de velas encendidas los escolta. De rato en rato la música se funde con las voces de los niños que afuera juegan, tranquilos, con una pelota hecha de ramas y de fuego.

CINCO
Avanzo hacia el rincón de los músicos. En el camino me detiene la amable advertencia de un hombre negro. “Le aconsejo que antes de cualquier cosa hable con los dirigentes de la comunidad. Yo sé por qué lo digo”. Tiene razón. La comunidad chachi suele ser hermética en celebraciones tradicionales y quien no haya entrado acompañado por alguien conocido se vuelve, automáticamente, un intruso.

Luego de conversar con varios de ellos, la mitad se pronunció de manera favorable. Algunos, como el dirigente Ramón Pianchiche, se mostraron abiertos a la visita, mientras que otros fueron determinantes en su negación. Básicamente, los que se opusieron resultaron ser los padrinos de la fiesta que -pese a la presencia de un dirigente y un gobernador- su voz era, a fin de cuentas, la que determinaba cualquier decisión.

Por primera vez, en Punta Venado, se suspendió el matrimonio chachi por falta de parejas.

SEIS
Los padrinos (también llamados los “fiesteros”) me plantearon la posibilidad de quedarme, siempre y cuando realizara algún aporte económico para la comunidad. Les expliqué que no tenía más que lo justo para cubrir las lanchas de regreso y que si he de pagar algo por escribir prefería no hacerlo.

Decidieron juntarse nuevamente.  Mientras deliberaban, la marimba, el cununo y el tambor siguieron sonando permanentemente.

Decidí, entonces, sumirme en el sonido y la observación.

SIETE
La tarde avanza. Varias campanadas anuncian el inicio de la procesión.

Tres parejas de niños danzan con su traje tradicional (las niñas llevan un velo sobre sus rostros). Los padrinos desenrollan una enorme tela blanca y algunos se prestan a ayudar a trasladar al ‘Niño Dios’ desde la iglesia hasta el salón central.

Mientras tanto, en los cuartos posteriores, las mujeres preparan el tradicional champú, una bebida típica elaborada a base de maíz (parecida a la chicha).

Aparece nuevamente Ramón, el dirigente de los chachis que se mostró favorable desde un inicio. Me dice que los padrinos de la fiesta de santos decidieron que sin ‘colaboración’ no me dejarán escribir, pero enseguida me anima diciéndome que los padrinos del matrimonio son otros y que a ellos les encantaría que la gente conociera más sobre su cultura. “Los chachis estamos vivos y tenemos una gran cultura y tradición, creemos que esto hay que compartirlo. Nos quejamos de que estamos olvidados, pero nosotros mismos nos encargamos de ello”.

Los viejos chachis temen la pérdida de sus tradiciones. Las escuelas aún enseñan en lengua chapalaa.
OCHO
No han pasado ni treinta minutos y el gobernador anuncia que realizarán un ‘pequeño’ cambio en la programación. Sin embargo, lo que él llama ‘pequeño cambio’ es en realidad una tradición de siglos: el matrimonio siempre se ha realizado en la mañana del 25 y se ha terminado la mañana del 26. Ahora, su repentina propuesta es realizarlo a medianoche aduciendo que solo habrá una pareja y los invitados no son tan numerosos como en pasados años. La gente no demora en reaccionar. Gritos y protestas se escuchan en el recinto.

“Es increíble que el Gobernador quiera hacer esto, manifiesta una joven, pariente de la novia. Además, no tiene derecho a decir nada, con qué cara después de lo que pasó”.


Más tarde supe a lo que ella se refería: el Uñi Chaitarucula, el gobernador, la máxima autoridad de la comunidad cayapa, esa misma mañana había recibido 20 latigazos, de acuerdo a la ley chachi, por haber golpeado a su mujer.

NUEVE
Son las once de la noche en Punta Venado y pese a ser un centro ceremonial, hay un aire de intranquilidad en el espacio. Los únicos que siguen tranquilos son los niños que corren sobre el verdor de las tumbas.

La música sigue sonando. Es el mismo ritmo mántrico y los mismos músicos que, cada cierto tiempo, van rotando de instrumento. Un lucero se magnifica en el cielo. El Gobernador se retracta. “El matrimonio será mañana”, anuncia. Vuelve la calma. El champú sigue pasando de mano en mano. Los músicos siguen tocando, pero nadie baila. Según la tradición, solo a partir de la medianoche la gente puede saltar a la pista.

ONCE
Dos tiendas construidas de caña y zinc, cuyos propietarios son de Borbón, pero viven hace tiempo en El Edén, una comunidad cercana a Punta Venado, ofrecen ceviche de concha y pescado frito hasta altas horas de la noche.

“Es negocio seguro, dice Clemencia, quien es parte de la comunidad afro. Los chachis no duermen. Dos días de música y trago da hambre ¿No cree?”.

A lo lejos se confunden las voces de quienes, ya entonados por el aguardiente, buscan alguna riña; mientras otros, la mayoría, están sumidos en el movimiento de las manos de los músicos que, por momentos, son tan rápidas como ráfagas de luz.


DOCE
25 de diciembre de 2013. Amanece en Punta Venado. No hay registro de la hora, pero la ubicación del sol dice que son las seis. Fiebre y dolor de estómago. El ceviche de concha, pienso enseguida, entonces imagino las tumbas al pie del río Cayapas y con mucho esfuerzo voy en busca de un matorral.

Al regresar ya no escucho la música y observo que las casas en menos de 15 minutos ya están desocupadas. ¿A dónde fue toda la gente? Miro al padre de la novia y le pregunto qué pasó. “Ya no habrá matrimonio”, dice.

Un silencio profundo invade el centro ceremonial.

“Esto nunca había pasado en Punta Venado. Es una pena que la tradición esté muriendo. Gobernador dice que solo hay una pareja para casar y, es cierto, es muy poco. Cuando me casé fuimos 22 parejas, 44 personas celebrando matrimonio chachi. Pero eso no debería importar, aunque esté una pareja se ha de casar. Claro que en este caso el problema también es que el novio tampoco vino y los músicos decidieron marcharse a otra fiesta”.

Me sorprende que pese a la gravedad del caso, Juan me lo cuente con cierta serenidad.

Los últimos en desalojar son los dueños del negocio de comida. Ya no hay niños corriendo. Las velas de los santos se han apagado. Los árboles se mecen. Solo las tumbas, desde luego, persisten.

TRECE
Pienso en el largo recorrido desde Quito hasta aquí, en el matrimonio chachi que nunca llegué a observar, pero sobre todo pienso, con mucha tristeza, lo que estoy presenciando: la ruptura de una tradición chachi que los ha acompañado por siglos.

A lo lejos reconozco a uno de los marimberos, al más viejo de los músicos que ha quedado en el lugar, lo veo desarmando su instrumento.

Su nombre es Ramón Cimarrón, bordea los 80 años y vino desde la comunidad de Rampidal, a casi 3 horas por canoa. “Ya los tiempos cambian, yo estoy enfermo y aún así vine a tocar. Siempre debemos ser seis músicos los que tocamos en la fiesta, pero todos se fueron, yo solito no puedo continuar”.

Observo sus manos. El calor pronuncia sus venas que a ratos parecen las arterias fluviales de este sector.
“Tengo ganas de seguirlo escuchando, le digo. A usted y a su marimba”. -“Vamos, entonces, yo me adelanto porque ya mi lancha se va, pero allá le espero. Tome una canoa a Santa María y luego un flete que la lleve a mi comunidad, pregunte por Ramón, cualquiera la va a guiar”.

CATORCE
Santa María. El sol es infernal, pero el paisaje es un paraíso. Dos lancheros nos acompañan. Les pregunto si conocen a Ramón. “¡Claro! Él ha sido maestro de muchos, entre ellos del famoso Papá Roncón. Es una de las personas que verdaderamente ha contribuido con la cultura musical de los chachis”.

Gasolina al motor K15 y nuevamente a las aguas del Cayapas.

“Ahorita está bajo el río, pero cuando está crecido el agua llega hasta la punta de ese árbol”, dice uno de ellos señalando el alto. El resto del tramo vamos solo a remo. Ambos lo hacen parados, su equilibrio es perfecto.

QUINCE
Rampidal. Nuevamente un sinnúmero de niños hablando en cha’palaa. José, uno de los siete hijos de Ramón Cimarrón nos lleva hasta su casa. Aquí vive hace sesenta años. Una humilde, pero amplia cabaña chachi en la que el músico descansa sobre una hamaca, mientras su mujer, María Ángela -que aún lleva su atuendo tradicional (torso desnudo, gruesos collares y una falda de tela ligera)-, prepara una bebida típica a base de agua y plátano maduro. 

En la esquina está su taller. Además de ser el músico y compositor más respetado de la comunidad, Ramón es fabricante de marimbas hace tiempo; son tan cotizadas que de todo el mundo viene a comprarlas. Cuestan de $ 200 a $ 500 y su fabricación puede durar hasta una semana.

“La marimba es originaria de los chachis. Tenemos muchos ritmos. Dicen que marimba viene del tucán, ese sonido se reproduce en cada nota. Yo he enseñado sin ningún interés los saberes de música, los secretos de marimba. Papá Roncón, por ejemplo, vino de chiquito a mí para aprender un tiempo, pero ahora él es famoso y dice que aprendió del duende o en sueños, mentira, reconocer de donde se ha aprendido también es gratitud”.

Treinta nietos tiene Ramón, todos atravesados por la chonta y la guadua hecha sonido.

“Ojalá quieran seguir con la marimba, yo estoy transmitiendo lo que puedo dejar a mi familia, a mi comunidad, es mi única herencia”.

Ramón se queda dormido.

Es tarde ya. Las luces del pueblo se apagan. Grillos y murciélagos nos acompañan. La canoa está dispuesta en la orilla, partiremos antes del amanecer; la oscuridad también tiene su propia música.

DATOS

Los cayapas o chachis son un grupo étnico que habita en la zona selvática del noroeste de Esmeraldas, a lo largo de los ríos Cayapas, Ónzole y Santiago.

Los tres centros ceremoniales de la comunidad son Punta Venado, Zapallo Grande y San Miguel, que están construidos sobre un cementerio y solo se habitan cuando hay estas celebraciones.

El jefe de la comunidad es conocido como ‘uni’ o gobernador de autoridades hereditarias. Aparte de él existen los ‘chaitalas’ o gobernadores menores. Los chachis mantienen su propia ley.

Su lengua es conocida como el cha’palaa y pese a la influencia del castellano, los habitantes, la mayoría, mantienen su idioma.

Los chachis elaboran múltiples objetos con madera, especialmente canoas (kule) y remos (yanpa). Muchas mujeres chachis tejen con fibra de rampira (pichuwa) canastas (putepa), algunas conservan técnicas antiguas de tejido.

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