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Punto de vista

Miguel fue mi maestro y lo sigue siendo

Miguel fue mi maestro y lo sigue siendo
18 de marzo de 2015 - 00:00 - Juan Villoro, escritor mexicano, residente en España

Miguel Donoso Pareja tenía una cualidad insólita: no conocía escritores principiantes. A todos los alumnos de su taller los trataba con la atención que amerita un profesional. Se trata de un rasgo que revela una muy especial concepción del arte. En el fondo, todo creador verdaderamente digno de su nombre está siempre comenzando. No estamos ante una carrera con desarrollo lineal, sino ante una búsqueda continua. Ante la página en blanco, si asumimos verdaderos riesgos, todos somos principiantes. Amparado en esta idea, Miguel respetaba a sus alumnos con una seriedad impresionante. A veces se interesaba más en nuestros textos que nosotros mismos en ellos.

Estuve cuatro años en su taller, de los 15 a los 19 años, un periodo muy formativo. Otra contribución decisiva para mí fue su mirada de autor latinoamericano. Todas las culturas tienen una tradición más o menos establecida. Ciertos autores se consideran prestigiosos, otros no tanto. Muchas veces esto depende de favoritismos, cuestiones de moda, relaciones públicas o políticas. Donoso Pareja arrojaba una mirada fresca sobre nuestra literatura y la ampliaba con referencias a otros autores latinoamericanos. La columna que escribía en el periódico El Día llevaba un título que aludía precisamente a este viaje por un territorio más amplio que el de las letras nacionales: Bitácora latinoamericana.

En tono respetuoso, pero con gran independencia de criterio, Miguel se atrevía a criticar a nuestras vacas sagradas y proponía vacas alternativas. Nos infundió tal respeto por la crítica que en una de las primeras reseñas que escribí, acerca de su novela Día tras día, me permití hacerle unos reparos que él agradeció. Algunos amigos juzgaron pedante, o incluso kamikaze, que criticara a mi maestro, pero eso era lo que él me había inculcado en su taller. Del mismo modo, cuando le hicimos un homenaje en uno de sus regresos a México, cuando ya vivía de nuevo en Ecuador, escuchó nuestras elogiosas ponencias con tranquilidad y, cuando le tocó intervenir, comenzó diciendo: "Ya saben que me gusta corregir". A continuación, sometió nuestros textos a una revisión de taller, demostrando que no había dejado de ser nuestro maestro.

También le debo una mirada más amplia de mi propio país, algo que un extranjero puede lograr mejor que quien contempla siempre la misma circunstancia. Para mí, México era el DF y la vida literaria constaba tan sólo de las revistas que ahí se publicaban. Miguel comenzó a impartir talleres en provincia y descubrió un universo ignoto. Un día propuso que lo acompañara y así me convertí en escudero de esa caballería andante. Fuimos a San Luis Potosí, León, Zacatecas y Aguascalientes, donde conocí escritores que hasta la fecha son mis amigos. Un país desconocido se abrió ante mí.

A partir de entonces desconfié tanto de los valores canónicos reconocidos rutinariamente por la tradición como del centralismo de nuestra cultura. Con esto quiero decir que las enseñanzas de Miguel rebasaron el marco de su taller para ampliar mi concepción de la historia literaria y la forma en que se analiza.

Fueron muchas otras las cosas que me inculcó, algunas de ellas relacionadas con la cultura popular -que me enseñó a apreciar sin prejuicios-, otras más sobre la política o la manera de vivir.

No pasa un día en que no piense en él. Fue mi maestro y lo sigue siendo.

Nunca dejaré de ser el alumno que descubrió que escribir es posible en el taller de Miguel Donoso Pareja.

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