“Ha considerado su existencia como un gran texto”, escribió su discípulo y colega Jorge Velasco Mackenzie
Miguel Donoso Pareja, maestro de maestros
“Para mí la literatura es la fusión de dos conceptos, el uno de Flaubert, el mayor realista del orbe, quien señala que todo lo que inventamos es cierto; el otro de la brasileña Clarice Lispector, que nos recuerda que la realidad es lo increíble”, con esa sentencia el escritor guayaquileño Miguel Donoso Pareja concebía a su oficio, que lo llevó a dejar una vasta obra que incluye ensayo, cuento, novela, teatro y crítica literaria.
El texto como prueba tituló Donoso Pareja a uno de sus libros, una prueba que fue más allá de sus lectores, al formar nuevos narradores en los talleres literarios que impartió durante parte de su estancia como exiliado en México, entre 1970 y 1981, y, desde 1982, en Ecuador. Fue en este último año que Jorge Velasco Mackenzie volvió de Europa y le pidió al autor de Todo lo que inventamos es cierto (cuentos, 1990) trabajar una novela en el taller que impartía en la Casa de la Cultura en esa época.
“Él se sorprendió un poco”, recuerda Velasco Mackenzie. “Quería escribir la novela, aunque uno está aprendiendo todo el tiempo, eso es inagotable; entonces comencé a trabajar en Tambores para una canción perdida, que fue bien recibida, no fue tan difundida, con premios, pero sí con lectores”, dice, mientras camina cerca de su residencia actual, en General Villamil Playas (Guayas) a un día de recibir la noticia del deceso de su maestro, a quien le atribuye gran parte de su producción literaria.
Cuando este Diario se comunicó con él, la mañana de ayer, Jorge Velasco dudaba si llegaría a su sepelio: “Estoy intentando llegar, pero si alguien me viene a ver”, aseguró. “A mí me gusta recordar a las personas que he querido vivas, si lo veo muerto a Miguel me quedará la imagen de él fallecido, quiero que me quede la imagen de él vivo. Tal vez vaya pero, no sé, no está dentro de mis proyectos”.
Velasco Mackenzie es quizá el más fiel continuador de la cátedra que Donoso hizo célebre en la Casa de la Cultura. Después de que publicara su novela histórica, comenzó a codirigir los talleres para difusión cultural del Banco Central. “Trabajamos mucho durante mucho tiempo, luego Miguel se fue con la beca Guggenheim (1986) a México y yo me quedé con los talleres. He estado todo el tiempo trabajando, soy un tallerista, me considero un escritor, gracias a las enseñanzas del maestro Donoso Pareja”, afirma.
Al preguntarle sobre el recuerdo más latente que le queda sobre el escritor fallecido el pasado lunes, el autor de Tatuaje de náufragos habla de “ese Miguel Donoso irónico, de excelente humor, de mal humor también, a veces, cuando no le gustaban las cosas; su nivel de exigencia y el hecho de considerar su oficio como eso, como un oficio, la literatura como un oficio. Tenía como propósito el profesionalizar el hecho de la creación”.
Entonces relata la última vez que se vieron, a fines del año pasado: “Fui a su casa porque a él le encantaba comer caldo de salchicha, teníamos unas discusiones medio ontológicas, en que yo le decía que ese es un plato guayaquileño y él decía que no, que el caldo de salchicha lo inventaron los griegos. En el último canto de La Odisea, cualquiera lo puede revisar, cuando los personajes van a tomar Troya se dice que las tropas griegas celebraron el triunfo comiendo tripas de cerdo rellenas de sangre. Esa es la salchicha. Yo no lo había notado, pero a Miguel Donoso le encantaba decirlo, la última vez que fui a su casa fue así, aunque comía de todo, le llevé ese plato”, sonríe abatido.
Otro de los asistentes a sus talleres, el escritor Miguel Antonio Chávez, autor de El conejo ciego en Surinam, escribió sobre Donoso Pareja: “Los que se consideran sus más cercanos seguidores, muy pocas veces le han dedicado análisis literarios serios a su obra, más allá del rol de tallerista. Hay mucho aún que discutir sobre ello. Su legado más grande -e indiscutible- son sus talleres literarios y su labor crítica/ensayística”.
Pese a que la obra de Miguel Donoso Pareja ha sido comparada con la del escritor Pablo Palacio -o la de Humberto Salvador- a Jorge Velasco le parece “otro tipo de literatura, no creo que haya influencias, no se puede ser Palacio a cada rato”.