Entrevista / federico falco / escritor argentino
"Me parece que cualquier cosa puede ser un cuento"
La escritura de Federico Falco ha transitado por la poesía, el cuento, el relato, el teatro y la nouvelle, sin perder una constancia: su interés por el paisaje. A ratos se trata del espacio de fuera, una bastedad de la pampa o el desierto en medio del cual el hombre aparece en absoluta desprotección. A ratos, en cambio, se trata de un paisaje de adentro, capaz de distanciarse de la materialidad de la palabra y encontrar, por ejemplo, en el video, una forma de ‘poner afuera’ la necesidad vital.
Autor de 222 patitos (2014), La hora de los monos (2010), Un cementerio perfecto (2016), entre otros libros, Falco fue nombrado como uno de los mejores narradores jóvenes en español, por la revista Granta. Este año, además, ha sido finalista en la más reciente edición del Premio Gabriel García Márquez.
A su paso por Lima, el argentino comparte algunas reflexiones sobre su territorio de trabajo.
¿Hay relación entre lo escrito, lo visual y la flexibilidad del lenguaje?
Siempre supe que quería escribir, pero cuando empecé a estudiar Ciencias de la Comunicación, mi relación con la palabra entró en crisis: durante un tiempo sentí un vacío, un silencio alrededor de ella. Sin embargo, empezaron a aparecer otras posibilidades: el trabajo visual, por ejemplo. Aunque el video fue un poco circunstancial hasta cierto punto porque creo que detrás había un tema que me obsesionaba en ese momento, y la necesidad de explorarlo no implicaba necesariamente decir cosas al respecto. Ese tema tiene mucho que ver con el paisaje de mi zona de origen, donde vive toda mi familia. Necesitaba procesarlo de alguna manera, entenderlo. Sentía que la palabra no podía estar a la altura de esa necesidad. Y había que hacer algo para poner esa necesidad afuera. Hice cosas visuales hasta que la crisis argentina encareció la producción de videos, disminuyó las tecnologías, y todo se volvió complicado. Cuando me di cuenta de que podía dejar de hacerlo, mi mirada volvió a la escritura y encontré el vínculo antes roto, reconfigurado, sano, fortalecido. Descubrí que en la escritura había como un paraguas para mí, pues todo lo que quería lo podía decir más o menos desde ella. También creo que la escritura es algo más flexible frente a otro soporte que necesita producción, dinero, trabajo. Con la escritura se puede resolver uno solo frente al cuaderno, con un lápiz, o frente a la compu, de una manera más simple. A partir de eso me sentí más cómodo dentro de la escritura.
¿”Sacar afuera” es una dinámica de la creación? ¿En la poesía y la narrativa, géneros que ha explorado, esa dinámica está más mediada por la razón o por la intuición?
Creo que son dos momentos que tienen que estar presentes siempre. Son complementarios. Yo parto desde un punto mucho más intuitivo en el que no sé lo que estoy haciendo. Lo que aparece en ese sendero surge de las tinieblas de la intuición y el desconocimiento. Hay una frase de Robert Creley, que es un poeta que me gusta mucho, que dice: “te cuento a vos para entender qué pasa dentro mío”. Uno no sabe lo que está haciendo, por eso debe entregarse al texto a través del azar, del sinsentido, de la circunstancia que habita en ese momento. Posteriormente hay un segundo momento para racionalizar, mirar con distancia, procesar y dar una forma más armónica, o resaltar las asimetrías que han surgido azarosamente de la intuición. Para decirlo de una forma más vulgar: un primer momento tiene que ver con el vómito, poner afuera a través de una vía casi violenta, irracional; y un segundo momento, que tiene que ver con cierta limpieza, cierto cuidado de la forma. Me parece que estos momentos tienen que estar presentes y tienen que complementarse, pues es necesario darle carnadura a la escritura, esa cuestión de tercera dimensión, de volumen, que solo sucede si uno se entrega a eso que no puede manejar.
¿Qué hay en el cuento que lo vuelve atractivo para usted?
No lo sé. Me lo pregunto a menudo. Me parece que y lo creo sinceramente, cualquier cosa puede ser un cuento. Estamos en un momento en el que las fronteras se desdibujan bastante entre los géneros literarios. Muchos de los autores que más me gustan y a los que disfruto leer, están en un lugar muy híbrido, mezclando fronteras. Los textos de Lydia Davis, por ejemplo: algunos podrían ser cuentos, y algunos, poemas. Otros cuentos que se alargan hasta rozar la nouvelle, sin llegar a serlo. Los cuentos de Sergio Chejfec, que podrían ser considerados ensayos, o tienen buena parte ensayística. Ahí hay algo interesante. A lo mejor porque son cuentos algo equidistantes a otros géneros, y como que se quedan en el medio y pueden acoplarse a otros lugares. De todas maneras estoy arriesgando, no es una respuesta de la que tenga certeza, porque es algo que me pregunto todo el tiempo y más todavía cuando empiezo un cuento nuevo. No para ir en contra del cuento o para destruirlo, sino para observar cuál es la dirección que toma ese montón de palabras, su orden interno. El cuento es uno de los géneros sobre el que más reglas se escribieron. Un buen cuento quizá, ahora mismo, es aquel que está rompiendo esos decálogos, probando otras áreas, desdibujando su especificidad. Si supiera qué me atrae de un cuento, dejaría de escribirlo. Hay una duda, algo no claro en él, que me parece productivo.
¿Con qué cuentistas argentinos reconoce más cercanía?
Hay una serie de cuentistas argentinos que me gustan mucho y cuya influencia me marcó. No siento que, necesariamente, esa marca se transforme en lo que escribo. Pienso, por ejemplo, en Antonio de Benedetto, en los cuentos de Juan José Saer, que es un autor que admiro en general. Los cuentos de Hebe Uhart, que también me parecen muy buenos. No sé si me podría animar a decir que soy vecino de ellos. Me parece un poco pretencioso eso. Sí los considero autores a los que admiro y leo con mucha atención. Disfruto también los cuentos de Fogwill, que necesariamente hay que leer y releer, hay muchas cosas por aprender en ellos. Los cuentos de Daniel Moyano. Argentina tiene una tradición altísima alrededor de gente como Borges o Cortázar. Pero tengo más aprecio por los autores que mencioné, sin que eso signifique que desprecie a la otra corriente. Todos los autores que mencioné, sin embargo, trabajaron desde el interior del país, con cierto regionalismo, con apego al habla local y eso me sedujo más, sobre todo cuando empezaba a escribir cuento.
¿Considera a la noción de escribir desde fuera de la metrópoli como una marca en su escritura?
El problema de enunciarte como margen es que inmediatamente dejas de ser margen. La posibilidad de enunciarte ya incluye un desplazamiento hacia cierta centralidad. Es una tensión permanente. A mí me interesa mucho el paisaje del interior de Argentina, me atraen poco las cosas urbanas, pero no diría que eso, necesariamente, tiene que ver con la marginalidad y el centro, es un poco más complicado. También por la circulación de la obra, a pesar de uno, hace que esa marginalidad se diluya en un espacio más central, no sé. En Argentina existe una dialéctica definida entre esos polos: margen- centro, civilización- barbarie, federales- unitarios, es un cruce que atraviesa todo y todo el tiempo. Mi interés por la bastedad, la pampa, el desierto, representa una serie de preocupaciones por el hombre perdido ahí. La distancia, el aislamiento, la soledad, son temas que me interesan y provienen de ese diálogo con el paisaje. (I)