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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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"Matar a un conejo": la convocatoria a todas las ausencias

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Al aproximarse a Andrea Rojas Vásquez uno podría suponer, formalmente, que es una escritora atrapada en el cuerpo de una tecnóloga agroindustrial. Solo que no es una escritora. Es una niña que juega con las palabras y construye poesía. Solo que no es poesía; si tuviera que ponerle un nombre, “le llamaría experimentación” dice ella.

La literatura de Andrea Rojas parte de una voz interior donde se mezclan el juego, el amor y el humor. "Matar a un conejo" es un libro que se publicó en el primer respiro que permitió la crisis global que generó el coronavirus. Es un libro que convoca a todas las ausencias. Es una exploración,  un juego en el que participan las animalidades. “No es sagrado el lenguaje”, repite Andrea mientras unos conejos, unas vacas, unos koalas y unos gatos recorren sus páginas.

“El lenguaje es un imitador, un vaso de agua turbia, un azul oscuro y celoso que envuelve todas las formas a su poder/ el poema no romperá esa monarquía/ yo lo sé”, afirma mientras la lluvia, o el viento que acompaña la lluvia mueve las letras de forma oblicua en las páginas de su relato.

“Escribir es como abrazar con todo el cuerpo” dice Andrea al conejo que tiene en sobre sí un signo de infinito. En el texto hay varios mensajes ocultos. Otros no tanto. Hay una carta de despedida que jamás tuvo respuesta. Hay una lista de compras nostálgica. “Siempre quise regalarte esa gruesa línea amarilla que se recorta en la carretera. Esa es una forma de decirte: por favor, cuídate de los abismos”.Dice en un mensaje que jamás llegará a su destinatario.

Hay frases que podrían resultar tragicómicas. “Leer el periódico es como ver una película de Rambo donde todos mueren y nadie sabe por qué”; “Querido conejo, odio a los académicos, por eso me casaré con uno”; “Te voy a hacer llorar tanto que vas a creer que estás saliendo con una cebolla”. Cuando se hace referencia a estos textos, Andrea ríe libremente, se olvida que está delante de una cámara, pero no suelta jamás a Almendra, la perra que ha sostenido desde el inicio de la entrevista para El Telégrafo. Es nieta de Victoria, su mascota hace 9 años. Tiene cuatro en casa.

“Las palabras han de ser deformes para que sean libres” señala y deja de usar de forma intencional los puntos seguidos y finales. Sus letras cambian de tamaño, suben,bajan, irrespetan las mayúsculas y minúsculas, pero coloca correctamente cada tilde del texto. En fin, la hipocresía.

¿Para qué escribes?

Es un tipo de exploración de ciertos estados de mi vida. En los textos se expresan las animalidades. Cuento una historia, un tramo de mi existencia, una experiencia, pero intento acompañar al lector durante ese trayecto. Creo en lo colectivo. De hecho, este año he encontrado mucha casa, mucha madriguera en lo colectivo.

¿De qué se trata "Matar a un conejo"?

Tal vez es un viaje que se dispara en infinitas direcciones. Si hay algo articulador es el juego y el amor. Intenté que sea un diálogo con el poema de Ida Vitale. Ella dice “Te dieron un conejo. Te dejaron amarlo sin haberte explicado que es inútil amar lo que te ignora”.

Podría verse como una despedida, de aquello que un día fui, pero ya no más. La voz que se registra en “Matar a un conejo” ya no es la mía.

¿Las sombras de qué escritores están en el texto?

Hay varios que me acompañaron durante la escritura, por supuesto, Ida Vitale, José Sbarra, Vicente Huidrobo, Virginia Wolf, y otros. Algunos aparecen por ahí citados. Sin embargo debo reconocer que últimamente me he dedicado a leer mucho a mujeres.

Es un libro publicado en 2020. No querías que se refiriera a la pandemia, pero es un poco inevitable tocar el tema.

Creo que esta etapa nos va a transformar de manera durísima. Vamos a tomar decisiones. Nos va a llevar a los sitios que estábamos evitando. Creo que hacía falta una conexión hacia la interioridad y supongo que muchos lo aprovecharán.

En el libro dices que lo que está pasando puede ser la antesala de una toma de consciencia gigantesca. ¿Es posible?

Creo que es momento de importantes resignificaciones: el tiempo, la comunicación, la familia, lo económico, lo social o lo sexual. Algunas de ellas,  impostergables.

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