María José Argenzio, conciencia de clase
María José Argenzio (Guayaquil 1977) toma un eslogan del capitalismo de consumo para repotenciarlo irónicamente: Just do it!... En su caso no se trata de la pseudoinspiradora sentencia de aliento a la que nos acostumbró Nike, sino de una orden: Solo hazlo. Ocurre que para la exposición que acuña ese nombre, la artista se ha distanciado de la “incumbencia” artesanal directa que caracterizó, por ejemplo, su muestra Hortus Conclusus (Huerto cerrado), montada en la galería Proceso/Arte Contemporáneo de Cuenca, en 2007 (y en la que expuso varios árboles de mango entre cuyas ramas colgó toronjas forradas con hilo de yute, para acelerar su descomposición).
Y decimos que la conversión del “eslogan marketero” en orden tiene que ver con este distanciamiento, ya que en la nueva exposición lo que la artista busca es -como bien apunta el texto de introducción- poner en juego “una mirada introspectiva con respecto a la economía y las condiciones de producción de su medio”, para lo cual se ha ubicado en el estatuto del empleador que se agencia los servicios de uno o varios artesanos, quienes a cambio de dinero darán forma final a las obras. Argenzio: la dama de las órdenes.
Esta brecha producida (incluso en el sentido de “elaborada”) por el propio artista en relación con la “exudación”, la destreza manual que concierne a sus obras, es algo que ya hemos visto en el arte contemporáneo, pero María José reconoce el pulso crítico que esta “variación” puede entrañar, mencionando un antecedente específico: las Unilever series del artista chino Ai Weiwei (hoy famoso por sus encontrones con el Estado), quien contrató a decenas de obreros de la ciudad de Jingdezhen para producir manualmente, en porcelana -el material artesanal chino por excelencia-, miles de semillas de girasol. Weiwei enfilaba críticamente de esta manera hacia el funcionamiento del “motor proletario” chino y las condiciones que sostienen el tan celebrado crecimiento económico del país. Y lo hizo con una muy sutil aunque, al mismo tiempo, poderosa asociación de elementos de fértil temperamento metafórico.
Argenzio nos trae, con Just do it!, tres obras nutridas con referencias simbólicas puntuales de la historia sociopolítica y económica ecuatoriana, y las hace dialogar, incluso, con la coyuntura actual. Es relevante decir que su apuesta inteligente, concisa y a la vez suscitadora de muchas vías de connotación, evita la caída en el cliché, muy común cuando se recurre a esa suerte de anecdotario simbólico casi de catálogo (en donde podrían incluirse la moneda nacional, la alusión colonial/monárquica y la fruta nacional de exportación, para el caso que nos atañe).
La primera obra, titulada 25.000, consiste en esa cantidad de monedas de un sucre cubiertas con pan de oro, en una urna que, desde luego, parece mortuoria. Apilados, los rugosos rostros de Antonio José de Sucre van constituyendo un cadáver o, mejor dicho, un cuerpo “fantasmático”. Para el proceso, Argenzio contó con la colaboración de un artesano para la aplicación del pan de oro, material que se convierte en recurso persistente a lo largo de toda la muestra, y que concentra una esencia, como hemos dicho, irónica.
Conocemos bien, a estas alturas, la equivalencia metafórica freudiana para el oro: el excremento. Y es que detrás de su relumbre, detrás del destello de los objetos revestidos por su luminosidad, podría yacer la miseria del desecho, el “saldo residual” afincado, por ejemplo, en la brecha entre clases sociales; tema que, aunque ha sido demagógicamente manoseado por todo el mundo, aún resulta relevante para la reflexión, y que preocupa a Argenzio de manera singular, como veremos.
La segunda obra, 1729, es una reproducción de la peluca del rey Felipe V, hecha con hilo de bronce bañado en oro (los bucles trabajados a mano). Fue este monarca quien ordenó que entrara en circulación la llamada “moneda pelucona”, redonda y con cordón protector. Este trabajo, por razones obvias, interpela el argot político del Ecuador de hoy, en el que el término “pelucón” se ha desenterrado -y resignificado- como un pequeño objeto de arqueología verbal. Cuando Rafael Correa llamó “pelucones” a ciertos miembros de la alta burguesía nacional -sobre todo guayaquileña-, muchos de los que se sintieron aludidos aplicaron una fórmula ya exhaustivamente explicada por la sociología: convertir el estigma en emblema.
Es sencillo recordar a aquellos que, durante las marchas blancas nebotistas, sacaron pelucas o camisetas con la palabra impresa. Otros en cambio, en la vereda del frente, aún echan mano del adjetivo para dar cuenta de lo que consideran una élite clasista, racista y acumuladora... Argenzio prefiere referirse al asunto con un objeto trabajado con una quisquillosidad que si bien condensa ribetes barrocos es, discursivamente, discreta (y por eso potente, ya que se ubica al margen del “repertorio duro” que se utiliza para hablar de la tan mentada lucha de clases).
La “conciencia de clase” más bien -usando la expresión de Lukács- es el tema, como dijimos anteriormente, que preocupa a María José. Ella misma ha reconocido cierta “inspiración” para problematizar su trabajo en la obra de la fotógrafa mexicana Daniela Rosell, concretamente en su exposición “Ricas y famosas”, una serie de imágenes de mujeres de alta alcurnia en locaciones marcadas por un lujo kitsch y decadente.
La última obra de la muestra (que en realidad podrían ser dos) es 3º16’0”5,7 9º58’0”W, las coordenadas de Machala. Luego de pasar por un pasadizo oscuro -por cierto, 10/10 para Christian Parreño en el concepto y diseño museográfico- se llega a una sala donde se proyectan dos fotografías: la primera, una planta de banano cubierta de pan de oro; la segunda, la misma planta, pero desde el aire -las fotos son de Juan Pablo Merchán-, brillando en medio del verdor del platanal. Nos enfrentamos a un guiño de ojo que brota de la paradoja: la mofa de la fruta-emblema a través del oro. Es tal vez la obra más interesante de la muestra. Una vez más hay zigzag ante el cliché, hay revitalización sucinta pero poderosa de una referencia muy al uso. Argenzio: la dama transmutadora de emblemas.