Marcos Restrepo: Crear es una forma de resolver problemas
La Artefactoría, integrada por Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Marco Alvarado, Paco Cuesta y Flavio Álava, inauguró Arte en la Calle en 1987. A través de una convocatoria abierta participaron distintos artistas y, por su parte, los miembros del colectivo desarrollaron una propuesta individual. Los creadores eran disidentes de los convencionalismos que copaban la escena de entonces. Ellos querían ingresar en el espacio público con propuestas críticas que dejaban de lado la pintura, e introducían en su obra materiales callejeros y una narración política.
La etapa más política de la agrupación se desarrolló durante el gobierno de León Febres-Cordero (1984-1988). El mandato del líder del Frente de Reconstrucción Nacional consolidó un modelo neoliberal al tomar medidas a favor de los banqueros y comerciantes, y era uno de los gobiernos latinoamericanos que bajo la etiqueta de la democracia implantó una guerra contra las guerrillas.
En Arte en la Calle, Marcos Restrepo (Guayaquil, 1961) instaló la obra ‘Levantamiento de cuerpos’, una serie de siluetas de personas supuestamente asesinadas, que aparecían trazadas en la calle con plantillas a la manera de los filmes americanos. “En un momento en que la represión tildaba cualquier manifestación de protesta ante la crisis como subversiva, el artista pintó los contornos en las calles más concurridas de la ciudad con la participación y el consentimiento de habitantes y vecinos de barrio”, dice la gestora cultural Matilde Ampuero en el catálogo por los 25 años de la galería Madelleine Hollander, uno de los pocos espacios que apostó por el trabajo grupal de La Artefactoría desde sus inicios.
‘El cuerpo de Cristo’, obra de Marcos Restrepo trabajada en 1985 y que coincidió con la visita del papa Juan Pablo II a Ecuador. Foto: cortesía
Poco antes, en 1985, Restrepo pintó ‘El cuerpo de Cristo’, un cuadro que replantea la crucifixión del salvador cristiano. En la obra juega con la composición de las muñecas de entonces, fabricadas por partes que se enroscaban entre sí. Restrepo divide el cuerpo entre sus extremidades y el tronco. De su cabeza deja solo la corona de espinas.
Su trabajo con el cuerpo de Cristo colgado de unos ganchos y ya no crucificado en una cruz coincidió, sin querer, con la visita del papa Juan Pablo II a Ecuador. Él no es creyente. Colgar cada extremidad de un gancho es un acto satírico sobre la exhibición del cuerpo que se supone santo. Por casualidad, los dos brazos del cuerpo son izquierdos, “no por razones políticas –dice Restrepo– sino porque era un planteamiento que surgió con la pintura, por la resolución de las formas. Hacerlo así, era mejor. Crear siempre ha sido para mí una forma de resolver problemas”.
Restrepo ha seguido indagando en la conformación de la naturaleza del hombre. Emplea carne, huesos y estómagos. “Las experiencias positivas y negativas, a la vez que la carne y los huesos, son una metáfora que habla del hombre, sin llegar a la utilización de la imagen de este ser”, dice en una entrevista publicada en el portal Río Revuelto, del historiador de arte Rodolfo Kronfle.
Restrepo reconoce que no le interesa que la gente vea una pintura suya para emocionarse, como pasaba con los autores clásicos. A pesar de que, al igual que otros miembros de La Artefactoría, nutre su trabajo con las obras de El Bosco y la pintura flamenca de los siglos XV y XVI, él no busca admiración, sino reacciones a partir del concepto.
Al mirar su trabajo del 80 y su producción constante en la actualidad –variable entre la pintura, la escultura y la instalación– considera que no ha cambiado demasiado. “Sigo en la misma onda, en el mismo carril, pero con mayor conocimiento. Ya no soy el artista juvenil, soy un artista maduro con la misma forma de pensar de lo que quiero para mi obra”, dice Restrepo.
Dentro de esa lógica, como parte de la muestra ¿Es inútil sublevarse?, que el próximo 15 de noviembre agrupará en el MAAC trabajos históricos y actuales de quienes pertenecieron a La Artefactoría en sus distintas etapas, presentará una instalación con figuras de hojalatas que simulan a las estalactitas, esas agujas que se forman dentro de cuevas, en un proceso natural sin que el hombre intervenga en ello.
“Solo nos damos cuenta del trabajo final, de lo que vemos. Lo relaciono con el proceso de la creación artística. La gente ve una obra (de cualquier tipo), pero nunca al individuo que se plantea procesos sobre la poética por la que ha pasado”. (I)