Marcel Duchamp: 130 años del arte objeto
La influencia de Marcel Duchamp (Francia, 1887-1968) resuena hoy en la manera que se entiende el arte contemporáneo y, con ello, el mundo. Su padre fue notario de un pequeño pueblo francés y tuvo seis hijos. El artista fue el tercero y sus dos hermanos mayores, como él, se dedicaron al arte, pero solo Duchamp creyó haber nacido 50 años antes de su tiempo.
Inicialmente se adhirió al movimiento cubista y surrealista. Pintó Desnudo bajando una escalera, en 1912, un cuadro en el que juega con el movimiento corporal y con el futuro de la pintura como técnica. Después del reconocimiento que tuvo con el público y la crítica cultural de la época, Duchamp pensó que si se moría, inmediatamente después de eso, nadie, en absoluto, hablaría de él.
Llegó a los 20 años de edad buscándolo todo, entre libros, recortes, autores cubistas, de la tradición y fuera de ella. Se cansó de pintar y de ver el arte como una institución que debe agradar al público y donde los pintores comenzaban a amasar sus ventas, nada más. “El público lo estropea todo. Hace creer al artista que ha llegado a la cumbre, después lo abandona, lo rechaza todo”, dijo en una entrevista con Otto Hahn.
Desde entonces, Duchamp decidió que el arte debía hacer preguntas, debía jugar con la ironía y romper con su institucionalidad. Él se inició como pintor, como sus hermanos, pero declaró: “La pintura nunca fue la niña de mis ojos”.
Luego de la aclamación que recibió ‘Desnudo bajando una escalera’, el artista francés le dio vida a su trabajo con ‘Le grand verre’ (El gran vidrio). Con esta obra, producida entre 1915 y 1923, Duchamp se propuso borrar el trazo del autor a través de la línea y, de esa forma, eliminar la idea de la mano del pintor que produce un cuadro original. Su truco fue coger un hilo de plomo para estirarlo por debajo del lienzo y producir una línea.
En 1913, con ‘Roue de bicyclette’ (Rueda de bicicleta), va más allá, intenta liberar la apariencia de la obra de arte. “¿Por qué razón las obras de arte han de ser estáticas?”, se preguntó el también ajedrecista francés, luego de montar una rueda de bicicleta en su horquilla sobre un taburete de madera.
Cuatro años más tarde de darle la vuelta a las nociones de arte, Duchamp compró un urinario modelo Berdfordshire en una tienda de Nueva York. Llegó a su casa y lo firmó como R. Mutt. Entonces, lo llamó ‘La Fuente’ y lo mandó al comité encargado de organizar la primera muestra de la Society of Independent Artists, de la que era parte integrante. El día de la muestra, ‘La Fuente’ de Duchamp no estaba entre las 2.000 obras expuestas. El comité la consideró un insulto.
Hoy esa pieza es una de las claves del arte contemporáneo. “¿Cómo algo que pretendía ser ruptura acaba siendo el gran objeto del arte? En el momento que fue creado no era arte. Lo sacaron de la exposición, lo rompieron delante de todos y solo a mediados de los 50 termina funcionando como arte”, decía el crítico español Miguel Ángel Hernández en entrevista con este diario. Para Hernández, Duchamp siempre provoca preguntas a la institución arte: “¿Cualquier cosa que haga un artista, así sea un urinario, termina siendo arte? En ese momento la institución responde que no, pero la pregunta queda abierta, latente, y se responde en acción diferida y acaba siendo mainstream, termina acomodándose”.
Monique Fong, artista que conoció a Duchamp, sospechaba que él se sabía necesario. “Mito y todo, y que se ofreció como una clave incompleta (‘con ruido secreto’) a los artistas de su siglo para que accedan a ellos mismos sin imitación”.
Para Duchamp, el arte no era fácil y lo equiparaba con la meticulosidad que requiere un juego de ajedrez. “Pensaban que yo les iba a permitir que me encerraran dentro de una categoría, dentro de un cliché, pero mi espíritu no es así. ¿Que no les gusta? Pues tanto me da. Hay que pasar de estas cosas...”, decía Duchamp, poco antes de morir, solo físicamente. (I)
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