Manuel Ugarte anduvo en los senderos del Ecuador (I)
Hace exactamente un siglo, una campaña de alerta contra el imperialismo estadounidense conmovía a nuestra región. Su protagonista era el argentino Manuel Ugarte, un poeta devenido en político cuya oratoria era capaz de conmover a las masas. Su recorrido lo llevó a atravesar una veintena de naciones las que, más allá de toda diferencia, compartían una misma realidad caracterizada por la amenaza externa y, en otros casos, también por la postergación y el coloniaje. El Ecuador no resultaría ajeno a esta cruzada en la que de igual modo se combinaron la denuncia antiimperialista con la profunda creencia en las posibilidades de una Latinoamérica unida y soberana.
Perteneciente a una familia acomodada de Buenos Aires, Manuel Baldomero Ugarte había nacido en 1875. Dando cuenta de una creciente inclinación artística y literaria en 1895 fundó la Revista Literaria, cosechando la admiración y el elogio de un amplio conjunto de escritores latinoamericanos. Inspirado por las corrientes renovadoras y rupturistas de la Belle Époque, y como era costumbre entre los jóvenes argentinos de buena posición económica, en 1897 realizó su primer viaje a París: la vida bohemia y los efímeros romances con las damas parisinas se entrecruzaron con sus estudios de sociología y filosofía y, sobre todo, con su interés cada vez más evidente en la política, motivado por las amplias derivaciones del famoso Caso Dreyfus. Sin embargo, sería la intervención de Estados Unidos en Cuba en 1898 el acontecimiento que lo acercaría definitivamente a las filas socialistas al mismo tiempo que generaría en él el primer sentimiento de repudio ante el avasallamiento externo y de solidaridad ante el destino de las naciones latinoamericanas.
Interesado en conocer en profundidad el fenómeno imperialista, Ugarte viajó a Nueva York en el mismo año de 1898. Allí se codeó con la clase política estadounidense y analizó en detalle las características del expansionismo norteamericano: llegó así a la conclusión de que la invasión a Cuba no constituía si no el inicio de un proceso más amplio que tenía a la entera región latinoamericana como objetivo último de una estrategia de conquista y de rapiña. Retornó a París convertido en un decidido antiimperialista y en un consecuente latinoamericanista, y con una vocación socialista ya plenamente definida.
Sería la intervención de EE.UU. a Cuba en 1898 el hecho que lo acercaría del todo a las filas socialistasA su regreso a Argentina, en 1903, Manuel Ugarte se integró al Partido Socialista: junto con otras figuras como Alfredo Palacios, José Ingenieros y Leopoldo Lugones conformó un ala radical frente a la línea política más conservadora expresada por Juan B. Justo, el máximo referente de la organización. Sus contactos con los líderes europeos del socialismo influyó para que se le delegara la representación argentina en los congresos de la Segunda Internacional realizados en Ámsterdam, en 1904, y en Stuttgart, en 1907. En ambos encuentros, el representante argentino mostró su disconformidad con aquellos delegados favorables al colonialismo como un factor de progreso entre las naciones atrasadas, y como un defensor del nacionalismo en el caso de aquellos países coloniales o dependientes de las potencias extranjeras. Consciente de la importancia de la nueva lucha antiimperialista, el 29 de octubre de 1911 dio inicio a una campaña internacional de denuncia pero también de llamado a la confraternidad entre los pueblos latinoamericanos.
La gira latinoamericana de Manuel Ugarte comenzó nada menos que en Cuba: su paso por La Habana le permitió percibir cómo las clases acomodadas podían convivir pacíficamente con los invasores, en tanto crecía la desconfianza hacia ellas por parte de los sectores más postergados. Luego unos pocos días en Santo Domingo, donde trabó relación con distintos grupos intelectuales, partió con dirección al México revolucionario: la tibieza del presidente Francisco I. Madero frente a los Estados Unidos, y las presiones de los empresarios mexicanos fueron constantes durante su permanencia en dicho país, y únicamente las movilizaciones populares y estudiantiles permitieron que pudiera ejercer su poderosa oratoria en diversos actos públicos y mítines en las calles.
En Guatemala, a Ugarte solo se le permitió exponer sobre literatura, en tanto que el gobierno de San Salvador le rechazó su ingreso al país ante la visita del secretario de Estado norteamericano, Philander C. Knox. Recién pudo viajar a San Salvador luego de su exitoso paso por Honduras, y una vez que el funcionario estadounidense había ya partido: con todo, debió tolerar un intento gubernamental por prohibir su conferencia, medida que pudo ser evitada gracias a las masivas manifestaciones de obreros y estudiantes. A continuación, se le impidió la entrada a Nicaragua y tuvo un paso triunfal por Costa Rica, si bien sus declaraciones a un periódico local finalmente no fueron publicadas. Su último destino centroamericano fue Panamá donde logró entrevistarse con el presidente Belisario Porras quien le reconoció la dificultad de establecer políticas económicas de manera autónoma en un país totalmente hegemonizado por los Estados Unidos.
Manuel Ugarte continuó con su incesante gira, conmoviendo a aquellas multitudes que se agolpaban para escucharlo. Ya en territorio sudamericano encaminó sus pasos hacia Caracas: su homenaje al Libertador Simón Bolívar fue ovacionado con verdaderas manifestaciones populares. A Colombia arribó en noviembre de 1912 y frente a un auditorio de 10 mil asistentes celebró el primer año de su periplo latinoamericano. También en Ecuador, en las ciudades de Guayaquil y Quito, pronunció multitudinarias piezas de oratoria.
Una vez en Perú, Manuel Ugarte rindió un nuevo homenaje a los monumentos de Bolívar y de José de San Martín en tanto que las crónicas periodísticas señalaban la concurrencia de cerca de 4 mil asistentes a sus mítines. En Lima también dio a conocer su Carta Abierta al Presidente de los Estados Unidos, misiva pública dedicada al Woodrow Wilson en el inicio de su mandato presidencial y en la que advierte que ha llegado “la hora de hacer justicia para ciertas repúblicas hispanoamericanas”. En Bolivia encontró una multitudinaria acogida popular, y solo la mediación del embajador argentino evitó que el orador se batiera a duelo con el embajador estadounidense. Antes de arribar a Chile debió soportar las presiones de la prensa local, las que se incrementaron durante el tiempo en que visitó dicho país. Luego de atravesar la Argentina, llegó a Montevideo, donde fue recibido por el presidente José Battle y Ordóñez en tanto que sus conferencias sobre la figura de José Artigas fueron muy bien recibidas por la audiencia uruguaya. El último punto de su gira fue Asunción del Paraguay, consiguiendo también allí un importante recibimiento, sobre todo, por parte de los jóvenes y los estudiantes.
Pese al enorme éxito cosechado en su recorrido latinoamericano, el regreso a Buenos Aires fue teñido de soledad y de amargura. Las posiciones inconciliables con el Partido Socialista en torno a la unidad latinoamericana y al imperialismo, y sus enfrentamientos con varios de sus antiguos compañeros de ruta terminaron por convertirlo en una figura aislada de las organizaciones de izquierda de la época, pero al mismo tiempo, en una autoridad insoslayable en su constante denuncia de los atropellos y la política expansionista de los Estados Unidos. Fallecido en 1951, y pese a todo lo que aportó a la región, su nombre permanece aún hoy en las penumbras del olvido, deseoso de ser rescatado, sobre todo, para conocimiento de las nuevas generaciones. Y como se verá en una próxima entrega, para Ecuador, como para todos los países de la región, la presencia de Ugarte se tradujo en un detonador ineludible tanto en la consolidación del sentimiento nacional y latinoamericano, como así también en la defensa de los valores soberanos frente a cualquier intento de injerencia externa.