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Manuel Monteros Valdivieso: nuestro hombre en La Habana

Manuel Monteros Valdivieso: nuestro hombre en La Habana
06 de noviembre de 2013 - 00:00

Manuel Ignacio Monteros Valdivieso había nacido en Loja el 19 de abril de 1904. Sus padres, ambos pertenecientes a tradicionales familias de esa provincia del sur ecuatoriano, pudieron proporcionarle una cómoda infancia gracias a la propiedad de la hacienda “Comunidades”, cercana a Yangana, y dedicada a la producción de caña, café y tabaco.

Sin embargo, y llegado ya a la adolescencia, su vida cambiaría de manera imprevista ante la repentina muerte de su padre: no solo la familia perdió toda su fortuna sino que además   suspendió sus estudios secundarios.

Convertido en un autodidacta, se convirtió en un apasionado lector, especialmente de obras literarias, adquiriendo luego una especial predilección por el romanticismo, género que desarrollaría en algunas primeras composiciones juveniles y, sobre todo, epistolares.

La personalidad inquieta e inquisidora de Monteros se condecía cada vez menos con el espíritu parroquial y conservador de Loja: su vida, entregada por igual al estudio, la escritura y la bohemia, conocería los placeres de los amores efímeros, pero también los sinsabores de los amores no correspondidos.

En tanto por su físico, en extremo delgado, sintomático de futuras enfermedades y malestares, sería conocido  con el apodo de “Ratón Monteros”.

Su interés por la política, sus inclinaciones sociales y su conciencia crítica lo llevarían a participar en la fundación del Partido Socialista en 1926, y junto con su amigo Manuel Agustín Aguirre, a crear la filial lojana de la flamante organización en aquel mismo año.

“Clemente Yerovi no representa al pueblo, sino a los pudientes. Es un reaccionario hasta la coronilla”Cansado con el tiempo de la estrechez del medio social y cultural lojano, y deseoso de encontrar nuevos horizontes, Monteros decidió abandonar Ecuador para rehacer su vida en Francia, ya que tenía el objetivo de estudiar medicina en La Sorbona: así, salió de Guayaquil un lluvioso día de fines de agosto de 1929, sin ningún equipaje, y acompañado por su amigo Máximo Celi.

La llegada de ambos ecuatorianos a La Habana, primera escala del viaje a Europa, cambiaría todos los planes: los múltiples encantos de Cuba no tardarían en seducir a los viajeros a punto de invitarlos a renunciar a su propósito inicial.

En tanto  que Celi permaneció algunos meses en la Isla para luego trasladarse a Buenos Aires, Monteros decidió radicarse por un tiempo en Cuba para probar suerte en la que se convertiría en su segunda tierra. Los primeros tiempos, con todo, fueron muy difíciles: sin dinero, profesión ni amigos pasó muy malos ratos, hasta que gracias a distintos contactos finalmente conoció a Gustavo Aldereguía, una de las figuras claves en la historia del movimiento revolucionario cubano.

El Dr. Aldereguía, pionero en la medicina social y preventiva en la Isla, no solo orientó los primeros pasos profesionales de Manuel Monteros: también le posibilitó acercarse a los núcleos más dinámicos y destacados de la izquierda cubana.

Convertidos muy pronto en amigos, el médico le permitió al visitante ecuatoriano alojarse en su consultorio y le presentó a un conjunto amplio de militantes revolucionarios, entre otros, el poeta y líder del Partido Comunista Rubén Martínez Villena, el escritor Juan Marinello, el historiador Emilio Roig de Leuchsenring y el literato José Z. Tallet, todos ellos, también, destacados representantes de la intelectualidad y la bohemia cubanas.

Monteros era visto por el gobierno de Fulgencio Batista como un simpatizante de la guerrillaImbuido de un alto compromiso militante, comenzó a activar en la Liga Antiimperialista, organización clandestina vinculada al PC, fundada en 1925 por el revolucionario Julio A. Mella, y en la que participaban intelectuales y profesionistas de las clases medias fuertemente opositores a la dictadura de Gerardo Machado y contrarios a la presencia estadounidense en Cuba y en toda la región.

Al poco tiempo de llegar a Cuba, sin embargo, la salud de Monteros se resintió: enfermo de tuberculosis fue  internado en el sanatorio “La Esperanza”. Una vez repuesto, comenzó a ganarse la vida como visitador médico de un laboratorio farmacéutico italiano, lo que le posibilitaría en 1934 comenzar a trabajar como técnico de Laboratorio en la Universidad de La Habana.

De manera totalmente autodidacta, profundizó sus conocimientos en biología y medicina: en 1941 publicó un manual de técnica histológica que, por su utilidad, fue declarado como texto oficial de estudio.

Gracias a sus amplios conocimientos sobre medicina en 1945 fue designado profesor auxiliar de Histología, realizando poco después su primera visita a Ecuador, el país que había abandonado 16 años atrás sin nunca retornar hasta ese momento.

Convertido en un prolífico escritor e investigador, interesado tanto en la medicina como en la historia, en 1946 entregó para su publicación en Quito su obra más querida: Eugenio Espejo Chuzhig, el sabio indio médico ecuatoriano, estudio biográfico escrito en tres tomos.

A este le siguieron otros libros y artículos de temáticas tan disímiles como biología, medicina, religión, literatura, vulcanología y estudios biográficos (sobre Pedro Vicente Maldonado y Mariana de Jesús, entre otros) con amplio reconocimiento científico y académico.

Convertido en una figura referencial para el país, y en reconocimiento a todas sus aportaciones, el presidente Galo Plaza Lasso lo designó en 1950 cónsul ad honorem del Ecuador en La Habana.

Sin embargo, sería su obra sobre Santiago Ramón y Cajal, publicada en 1955, la que mayor repercusión internacional le brindaría: encarado como un análisis biográfico, el escrito no ocultaba su rechazo por el imperialismo estadounidense, un factor en el que coincidían el médico ecuatoriano y el científico español.

Además, el libro fue especialmente recibido en Cuba, en tiempos en que la Revolución se hacía fuerte en Sierra Maestra, por lo que su autor comenzó a ser visto por el gobierno de Fulgencio Batista como simpatizante con la guerrilla.

Con las sospechas recayendo sobre él, Monteros no dudaría en participar en distintas expresiones de resistencia urbana y en contribuir económicamente al Movimiento 26 de Julio, dirigido por Fidel Castro.

Vigilado día y noche por la policía batistiana y en busca de mayor seguridad, viajó a Ecuador en 1958 con su salud gravemente deteriorada por una diabetes hereditaria y el regreso de la antigua tuberculosis pulmonar.

Monteros retornó a Cuba en 1959 y ya con el triunfo de la Revolución, inmediatamente se puso a disposición del nuevo gobierno. Le fue encargada la organización de la Escuela de Medicina de la Universidad de Santiago de Cuba y ganó la titularidad de dos cátedras: la de Histología Normal y la de Embriología.

No solo fue el único docente que permaneció fiel a la Revolución en la cátedra, también fue el primer profesor no médico ni graduado universitario de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana, desde su fundación en 1728.

Mientras tanto, siguió publicando libros y artículos y por un trabajo sobre Joaquín Albarrán, uno de los más importantes médicos cubanos, obtuvo en 1963 el primer premio en un concurso promovido por la Academia de Ciencias de Cuba.

En ese mismo año renunció al Consulado con motivo del golpe militar que había tenido lugar en Ecuador y en 1966 se expresaría de manera muy crítica respecto al nuevo presidente Clemente Yerovi, empresario de origen guayaquileño: “No representa nada a mi pueblo, sino a su clase, los pudientes. Personalmente es un devoto incondicional de los yanquis, desde que en sus declaraciones iniciales amenazó con devolver el poder a los militares sino se avenían los ecuatorianos con el nuevo gobierno, lo cual es un desventurado chantaje. El tipo es reaccionario hasta la coronilla”.

Aún con la salud resquebrajada por la diabetes, Monteros siguió con sus clases y llegó a las 35 mil fichas de voces técnicas de un ambicioso diccionario de histología y embriología en el que trabajó por 15 años.

Finalmente falleció el 23 de enero de 1970 a causa de un adenocarcinoma prostático: antes de morir había dejado listo un tratado de citología y numerosos estudios sin concluir. Pese a que su cuerpo fue vestido de civil, su último deseo fue que lo enterraran de miliciano.

Sus despojos yacen en el área de los Héroes Nacionales del Cementerio Cristóbal Colón de La Habana. Su perfil de militante de izquierda en Cuba es menos conocido, pero se prolongó de manera ininterrumpida por más de cuatro décadas.

Se trata de un partícipe singular de la Revolución. Sin duda, hoy tenemos un conocimiento solo superficial de la labor de él, nuestro hombre en La Habana.

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