Es difícil hablar de Manabí en relación a su cultura. En términos restringidos tiene un evidente atraso ante Loja, por ejemplo, que ha dado al país figuras como Pablo Palacio, los Carrión (Benjamín, Alejandro, Carlos), Ángel Felicísimo Rojas; Esmeraldas (Adalberto Ortiz, Estupiñán Bass, Preciado); Tungurahua (Mera, Montalvo); no digamos Guayas o Pichincha.

En un sentido amplio, Manabí tiene, además del único héroe nacional, Eloy Alfaro, en un país de heroínas (Manuelita Sáenz, Manuela Cañizares…) una impresionante representación gastronómica (la comida manabita es seguramente la más rica y creativa del país, con su sal prieta, sus corviches, su hornado de pescado, etcétera).

No ha dado grandes escritores pero tiene, en cambio, una editorial joven y pujante, talentosamente dirigida por Ubaldo Gil.

Hace pocos días, Mar Abierto (así se llama la editorial) presentó tres títulos en Guayaquil. Fue un éxito: asistieron alrededor de 200 personas al Museo Nahím Isaías y se vendieron todos los ejemplares que trajo la casa editora, que cobró casi 500 dólares, cifra no astronómica, por supuesto, pero sí importante por tratarse de libros.

Cuenta también con la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí, con sede en Manta, cuyo rector, Medardo Mora Solórzano, con su visión amplia y sin sectarismos la ha convertido en un bastión del pensamiento más avanzado y sólido, un motor irreemplazable para la labor de Mar Abierto y la existencia de la revista/libro Cyberalfaro, que en su entrega número 23 muestra, una vez más, el elevado nivel de su contenido.

Sin embargo son de lo más folklóricos (¿siúticos, cursis, ridículos, comemierdas, bolsones?) en los nombres que acostumbran usar. Ya hay, por ejemplo, una Estrella Catorce Zambrano, en alusión al título número catorce del Barcelona, ídolo futbolístico guayaquileño.

De los títulos presentados en el Nahím Isaías, hay uno que merece ser destacado. Se trata de “Presencia europea en Manabí” (desde el siglo XVIII en adelante), de Jaime Franco Barba.

Antes que nada quiero referirme a Jaime Franco, el autor, a quien conocí cuando a los catorce años de edad estuve interno en el colegio La Salle de Quito, y él era el abanderado del plantel, un estudiante “fuera de serie” (nunca perdió un punto en materia alguna); en fin, un estudiante “perfecto” que, además, era sencillo y amable, lo que estimulaba a que se lo admirara.

Nacido en 1926, cinco años mayor que yo (soy del 31), a estas alturas del partido ha pasado a mejor vida (¿será?).

En “Presencia europea en Manabí”, Jaime Franco hace un recuento minucioso de la llegada de diferentes europeos a Manta, atraídos por diversos intereses, en especial por la Casa Tagua.

Esta exposición la hace por capítulos y nacionalidades: I. La casa Sembrada, la Casa Tagua, los alemanes, austriacos, suizos, holandeses y escandinavos; II. Los italianos; III. Los españoles; IV. Los franceses y belgas; V. Los británicos, súbditos británicos e irlandeses; y VI. Los griegos, croatas, rusos y otros eslavos. A estos ítems les agregó algo sobre la influencia europea a través de los curas, las monjas y la iglesia, la presencia europea vía Estados Unidos, un epílogo y una bibliografía constatada.

Entre los numerosos apellidos de los que llegaron a Manta y sus alrededores y pasaron luego a Guayaquil, radicándose en la gran urbe, hay, y cabe subrayarlo, descendientes muy conocidos de aquellos.

El resto son mis obsesiones de siempre: El fútbol (¿sabía usted que en la Liga mexicana profesional de fútbol juegan 33 ecuatorianos?); lo mal que hablamos (una locutora de nuestra televisión hizo un juego inesperado de significantes durante la elección de Miss Universo, en 2004.

Dijo que las bellas candidatas al desfilar en traje de baño se volvieron “especta-culares”).
Amén digo, que quiere decir “Así sea”.