Maiguashca vs. 500 años de música tradicional
“Los sonidos posibles, antología de los procesos creativos y formativos”, del compositor ecuatoriano Mesías Maiguashca, fue explicada, aclarada y guiada por el curador Fabiano Kueva. El mismo autor de esta obra aportó curiosas anécdotas, ayer, en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Quito. Más de 60 personas concurrieron. “Me dijeron que caiga a un jam en este sitio”, contó alguien entre el grupo. El jam en el jazz es un acto de improvisación.
Cerca de las 17:00, en los pabellones del CAC, entre bromas, Maiguashca recibía a la gente que se aglomeraba para recibir orientaciones sobre uno de los trabajos más experimentales en la historia de la música contemporánea. “Jugar con el sonido, redescubrirlo”, apuntó el compositor acerca del motor de su trayectoria.
Kueva explicó que la antología fue distribuida en tres cortes o módulos: Música en expansión, Lo que suena y Lo que la música dice. En la primera sección se presenta una visión estética y biográfica de los proyectos iniciales del compositor, su transición de instrumentalista a compositor. “En 1958, sin conocimiento previo sobre la composición, di mi primer concierto de piano en la Casa de la Cultura, la instrucción debería ser individual y este es el certificado de mi nacimiento”, dijo Mesías mientras señalaba el acta de ese recital.
En este módulo hay documentación de festivales, videomemorias, pistas musicales, reseñas sobre agrupaciones a las que perteneció; por ejemplo, entre 1972 y 1976 integró el colectivo alemán Oeldorf, que seguía la corriente de las Músicas Nuevas, una que se alejaba del clásico europeo. Ella gira alrededor de una nota principal, el pasillo también. En cambio, la música atonal no posee notas principales, Arnold Schönberg la cultivó y Maiguashca adoptó esta vertiente que regaría sus posteriores proyectos.
Los asistentes se colocaban los micrófonos para apreciar piezas como “Ayayayayay”, creada en 1971. Este discurso musical es un collage o montaje racional del Himno Nacional con sonidos de la selva, murmuraciones en un mercado, un discurso de José María Velasco Ibarra y la canción El forasterito, interpretada por Oswaldo Guayasamín. “Este producto equivale a una de las primeras piezas de música electroacústica”, reveló Kueva y agregó: “el máximo exponente de ese género fue Karlheinz Stockhausen; las músicas pop, rock, electrónica provienen de esta indagación de sonidos”.
La gente se admiraba de la muestra. “Me extraña la escasa difusión de la obra de este compositor; espacios como el actual permiten asimilar la rareza de estos sonidos como vías poco abordadas”, dijo la diseñadora Estéfany Guerrón.
Un corredor en el que se define qué es el sonido, música tonal y atonal, lleva hacia la segunda sala. Ahí se exhiben objetos e instalaciones sonoros como el denominado Ser. La figura tallada en madera que representa al cóndor, al jaguar y a la serpiente (tríada que en el mundo indígena representa cielo, tierra e infierno).
Este artefacto, que fue usado durante el concierto La Canción de la Tierra durante el 21 y 22 de junio en honor al solsticio de verano, cuelga de cuatro resortes instalados en una estructura cúbica y metálica; al agitarlo produce vibraciones y si se lo tañe con un arco de violín reproduce sonidos parecidos a rugidos, aleteos, deslaves, ventiscas...
Para el músico Fernando Avendaño estas sonoridades no deben ser juzgadas como algo absurdo sino que hay que disfrutarlas. “Me encanta la originalidad de toda esta propuesta, fomenta la improvisación...”.
El humor de las intervenciones de Maiguashca cautivó al público: “En vez de aburrirse en sus casas vengan a aburrirse en esta exhibición”.
Luego, entre otros textos que se muestran tras una vitrina, Plexus de Henry Miller, Viaje a Ixtlán de Carlos Castaneda o el cuento de Jorge Luis Borges Los enemigos, condujeron a Maiguashca a permearlos o traducirlos en composiciones musicales. Esta sala constituye Lo que la música dice, o sea, una muestra de las relaciones sonoro-textuales en donde el músico emplea producciones literarias como objetos referenciales en la búsqueda de nuevas dimensiones a través del sonido. “La muestra del señor Maiguashca es polisémica, ambigua, un arte en que la gente halla la armonía en medio del desorden; me impresionó el Ser, porque adquiere vitalidad a través del sonido”, declaró Andrés Zhang, asistente a la muestra.
No entrar en sonidos tradicionales, transmitir lo que no es cantable, salir de la racionalidad de los sonidos que han primado por 500 años fue la regla que Mesías exhortó a sus talleristas, quienes a las 18:30, instalados en el segundo módulo, realizaron un recital empleando objetos sonoros, sintetizadores analógicos, guitarras, rayos, pailas, cuencos hindúes, chagchas; el fin fue encontrar o forjar sonidos inusuales, desconocidos.
El compositor quiteño propuso un jam, en el que intervinieron los asistentes de aquella tarde; ellos se sumergieron en el caos de ondas sonoras que retumbaban hasta que fueron disipándose en el aire.