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Macario: el efecto de la risa a partir de la tragedia

Itzel Cuevas interpreta al personaje de Juan Rulfo. En quince minutos traslada un relato íntimo al teatro.
Itzel Cuevas interpreta al personaje de Juan Rulfo. En quince minutos traslada un relato íntimo al teatro.
Cortesía
13 de mayo de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Cada vez que la actriz Itzel Cuevas releía Macario, el cuento de Juan Rulfo, le gustaba escuchar el tono de su voz con un dialecto bien mexicano. Era una forma de volver a sus orígenes, al México en el que nació. En la interpretación en teatro que hace del personaje de Rulfo no quiso que el tono se vuelva un cliché, como en la adaptación fílmica de Roberto Gavaldón, en la que la representación de Macario se restringe a la figura del indio mexicano de la época del cine de oro.

Macario es un campesino de la ruralidad mexicana que ha crecido aislado para servir. Se recluye porque así lo quiere su madrina, quien le dice que es para que no le hagan daño. La gente de la calle lo golpea y él, sin entenderlo, prefiere evitarlos y darle la razón a ella. Además de obedecer, Macario se sienta junto a la alcantarilla y aguarda a que salgan las ranas para evitar que armen un alboroto que le pueda espantar el sueño a su patrona.

En el relato Macario describe el entorno silvestre que lo rodea, en el que debe cuidarse de los sapos, ranas y gatos, e ir a la iglesia amarrado a su madrina para no golpear a nadie. El personaje de Juan Rulfo fantasea, delata sus miedos y justifica su distancia de lo que lo rodea. Solo en la alcantarilla piensa en las contradicciones del trato que recibe de su madrina, que le dice que va a ir al infierno porque en su cuarto hay chinches, cucarachas y alacranes. Piensa en lo mucho que quiere a Felipa, la mujer que por las noches, cuando quiere estar cerca de él, da cuenta al Señor de los pecados de Macario. “No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor”, dice Macario, quien sabe que debe permanecer donde le den de comer y que si deja de cumplir con su trabajo las maldiciones de su madrina se podrían cumplir.

El Macario de Itzel Cuevas es igual al de Rulfo. No se trata de una adaptación, pero este nació para el microteatro, para agregarle al discurso del personaje la cercanía del público y la movilidad del cuerpo con la que se expresa la obra.

Con el Taller de los Cedros, la agrupación escénica que Cuevas lleva junto al actor Cristian Aguilera, ella buscó principalmente trabajar el personaje. La obra se estrenó este año en el Microteatro de Guayaquil, en Miraflores, y ahora se presenta en El Altillo, en el centro de la ciudad. Su última función será mañana y, aunque cerrará un ciclo, en cada nuevo montaje el personaje se ha ido afirmando, definiendo. “Me interesaba mucho descubrir este ser, cómo es su vida. Es muy hermoso cómo este hombre cuenta todo un universo fantástico y grandísimo en su relato. Así que decidí contarlo todo y darle oportunidades al espectador para imaginar la atmósfera de Macario”, dice Cuevas.

En el relato se conjugan las herramientas a las que siempre acudió Rulfo: “una visión mágica y poética, un ambiente y una sensación que se enreda con una visión mística del universo mexicano”, precisa la actriz.

El personaje en la obra del Taller de los Cedros es un ser sin una edad definida. Macario tiene unos 30 años, pero mentalmente tiene 12. Aguilera considera que la fuerza del personaje está en el maltrato que evidencia y que lo convierte en alguien triste y solitario. Él encuentra mecanismos de evasión ante el abandono. “Consume flores del obelisco, que son como los floripondios. Macario se droga para evadir la realidad, es lo único que encuentra para alimentarse. Se alimenta de residuos”, dice Aguilera.

Para Cuevas, el personaje podría parecer perverso “en el sentido de que no sabes si abrazarlo o darte la vuelta y no mirarlo, o reírte con él”. A pesar de la crueldad con la que carga el personaje la obra suele tener un efecto de gracia en la gente. “Lo que para nosotros es cruel para el público puede ser muy gracioso. Tiene que ver con el montaje y el tratamiento que se le da desde la actuación. A través de esto se contrasta toda la tragedia. El personaje que hace Itzel es delirante, evade toda la problemática y logra este efecto de risa. Fricciona la realidad de esa manera”, apunta Aguilera.

Para Cuevas la risa tiene la particularidad de hacerte reflexionar un poco más. “Eso que te hace reír te lleva a pensar en algo, lo relacionas. La risa te hace pensar, a veces, más que el llanto. Creo que las cosas que te entran a través de la risa, aunque sean crueles, las reflexionas de mejor manera”. Con Macario, Itzel Cuevas suma al entorno mexicano que recrea Rulfo la posibilidad de un nuevo lenguaje a través del cuerpo. (I)

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