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Habría grabado más de 3.000 discos y 8 lp que hizo como solista

Lucho Silva: el virtuosismo de tocar el saxofón y poder reír al mismo tiempo

Lucho Silva: el virtuosismo de tocar el saxofón y poder reír al mismo tiempo
06 de enero de 2016 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado

Lucho Silva Parra (Guayaquil, 1931-2015) nacionalizó las canciones de jazz que enseñaba en Preludio, la escuela que fundó. Del inglés las adaptaba a un español guayaquileñizado. Al estilo de Roberto Gómez Bolaños contradecía la palabra fija por su sonoridad. Así I’ve Got You Under My Skin se convertía en ‘Me agacho aquí en la esquina’.

Con su saxo improvisaba sonidos de acuerdo al instante. Si hacía un chiste se reía con el aire capturado en el instrumento. Hacía de mariachi, de gallo, de pato, de lo que ameritaba el momento para que el público riera. Podía cambiar del jazz al tono del intro de los Picapiedras. “O tú vas a ser un gran músico, o un gran payaso”, le decía su padre, el violinista y director de Orquesta Fermín Silva. “Pero fue las dos cosas”, manifiesta su hijo Luis Silva.

Las canciones que la gente más disfrutaba de él —dice el músico y productor argentino Daniel Sais— eran aquellas que tenían esa interpretación particular, la desviación de los temas clásicos del jazz de los 40 y 50 a la caricaturización de la música. Su astucia tenía que ver con el dominio del instrumento; con eso “podía tocar lo que le diera la gana”, dice Sais.

El primer viento

Lucho Silva consideraba al saxo parte de su vida. Era su amigo, el instrumento con el que creció en la música. El objeto que se hizo invisible en sus manos, con él en el escenario. Tocarlo en un congreso en Solca, antes de que le diagnosticaran un tumor en el hígado y lo internaran, 41 días antes de morir debilitado con una complicación en el pulmón, fue una de sus últimas satisfacciones.

Seguramente su padre quiso que fuera violinista, como él, pero también fue el causante de que su gusto se desviara por aquel instrumento que Adolphe Sax concibió con la fuerza de uno de metal y las cualidades acústicas de uno de madera.

Don Fermín fundó Silva Jazz, una de las primeras orquestas del género en el país. Su hijo, en cambio, inició su vida musical con el clarinete, en la Escuela Filantrópica. Luego pasó de dibujar saxofones y tallarlos en palo de balsa a sonorizarlos. En la Academia cursó los niveles de dos en dos. “Hizo preparatorio y primero en un solo curso, luego segundo y tercero para avanzar. Se leyó todo y tocó todo lo que debía tocar”, dice Luis Eduardo Silva, uno de sus cuatro hijos, también dedicado a la música.

Silva fue becado para iniciar sus estudios en la Academia Santa Cecilia, regentada por músicos españoles. Allí estudió tres años con el maestro Claverol y luego se dedicó a escuchar. Según relata su hijo quería tocar de la misma forma que sonaba el jazz de los grandes músicos. Pasaba horas escuchando los discos del clarinetista Benny Goodman, de los saxofonistas Charlie Parker y Stan Getz. Tenía la influencia del swing de Glenn Miller y admiraba el sonido de la trompeta y la voz que lograba Louis Armstrong. Era amante de la música latinoamericana. Solía decir que era cubano, cantaba y bailaba tango y admiraba mucho la música ecuatoriana. “Escuchaba cómo improvisar y copió un estilo para poder tocar hasta más adelante, cuando encontró el suyo”, dice Silva.

Así, según el jazzista Andy Sebastiá, su estilo era una combinación del cool jazz, del swing y de su admiración por la música de América Latina. “Produjo un sonido muy suave, romántico, muy juguetón, que era su forma de ser y podía ejecutarlo después de dominar tanto tiempo el instrumento, tenía un comando fantástico que técnicamente no tiene explicación, podía improvisar una broma por su dominio total del saxo. Su mente era una grabadora de la cual podía rescatar partículas de melodías en cualquier momento”, dice Sebastiá.

Silva adaptó el saxo a su cuerpo: “cuando tocaba era como si estuviera cantando, era una interpretación netamente física. La gente lo sentía muy simpático. Se notaba la confianza gigantesca entre el músico y el instrumento”, dice Sais. Para su hijo, “el saxo y él eran una sola persona”.

Papá Lucho

Los hijos de Silva crecieron en un ambiente musical. Él fue la tercera generación de músicos de su familia, sus hijos la cuarta. En su forma de bromear con todo solía decir en casa algo que tal vez no era tan falso: “Ah, no, el que no toca el clarinete, no come”.

Había música por todos lados y todos tocan el clarinete. “El saxofonista que aprendió clarinete puede con ambos y con la flauta, después del piano”, dice Silva, quien tras graduarse en el Conservatorio de Moscú dejó de obviar el amor hacia su padre para reconocer en él su genialidad musical, a pesar de haber estado vinculado a una Academia tan rigurosa como la suya. El virtuosismo de Lucho Silva —reconoce su hijo— era innato y el resultado de años de dedicarse al saxo.

En Preludio están las generaciones que educó. Priscila Pérez llegó a la Academia tras años de admirar a Lucho Silva y decidirse a estudiar finalmente el instrumento. Durante los primeros tres de sus cinco años tocando el saxo, recibió clases del músico. Le sirvió para comprender que no debía acelerarse, que ante todo debía escuchar cómo sonaba y cómo quería sonar.

Elsa Lama dejó la flauta traversa y la ingeniería ‘por culpa de Lucho Silva’, le repite su madre. Luego de sus estudios de flauta en el ya extinto Conservatorio Rimsky Korsakov llegó a Preludio y vio a ‘Papá Lucho’, como le dice hasta ahora, con su Henry Selmer blanco junto a sus pupilos tocando el saxo y no quiso seguir interpretando melodías suaves.

Lama, luego de cinco años de estudio, había decidido cursar ingeniería en la Espol y también la dejó para aventurarse a una audición en una escuela de música de Estados Unidos. Silva y sus hijos la prepararon. No se dedica al saxo pero descubrió su afición por la teoría musical y la escultura. “No he conocido a alguien que tenga tanto amor a la música, él hablaba de la música como si fuera su amigo. Y aquí la pasamos bien, solo nos reíamos”, dice Lama.

“Muchos lo recordamos por ser una de las primeras personas en introducir el repertorio de jazz junto a su estilo para tocar el saxofón, pero trabajó mucho también el repertorio folklórico; hizo muchas grabaciones de música nacional junto a El Gato (de las cuales hay registros en Youtube), Julio Jaramillo, Kike Vega, Darwin y Jinsop”, dice Luis Sigüenza, uno de los saxofonistas ecuatorianos que creció en Preludio y continúa con sus estudios musicales fuera del país. Para él vale destacar que muchas personas o alumnos no lo recuerdan por su gran destreza musical, sino por su calidad de ser humano —expresa Sigüenza—, por su manera de afrontar la vida; siempre con una sonrisa.

“Su humor también es digno de ser imitado, al igual que su música. Algo leí sobre Lucho pintando saxofones antes de tocarlos. En sus últimos años de vida empezó a pintarlos con claves de sol y notas musicales en sus uñas”, dice Sigüenza.

Para Lucho Silva la muerte es un estado al que los seres humanos deberíamos acostumbrarnos. Parte de su legado se cumple con el augurio de Fermín Silva: un gran músico con un gran sentido del humor. (I)

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