Los Signos Andinos de Fernando Cilio brillaron en el Festival de Jazz (Galería)
Sobre las tablas del Teatro Nacional Sucre había 3 partituras, sobre atriles negros. Uno contenía las notas que Luis Sigüenza entonaría en su saxo; otro, sostendría la guitarra de Fernando Cilio; y, el del centro, estaría a disposición de Milton Castañeda cuando sus dedos recorrieran una quena, el signo que delataba la fusión de música andina con que estos jazzeros componen sus canciones. Faltaba cuarto de hora para las 20:00 y con la mitad de las butacas ocupadas se inició la segunda fecha de conciertos del Festival de Jazz de Quito 2015.
Fernando Cilio - Signos Andinos trascendía su nombre, el cual parecería pertenecerle a un solista, en un derroche de melodías acompasadas, unas veces dicotómicas, e improvisadas, otras, mientras que el piano de Marcos Merino, la batería de Felipe Proaño y el bajo de Jordan Naranjo, todos sin apoyo de partituras, dejaban aparecer la habilidad vistosa de Antonio Cilio, encargado de la percusión.
El lenguaje de estos 7 músicos exhala dialectos diversos, que tienen su punto de encuentro en las altitudes y, claro, en el género universal que los convocó al festival, cuyo inicio y continuidad, este año, tiene que ver con multitudes.
Andarele, pasillo, bomba, mapalé y raymi componían la fiesta en que los solos de cada instrumentista arrancaban aplausos de aprobación entre el medio millar de asistentes.
Los temas ‘Cocada’, ‘Guambracuna’, ‘El oso de anteojos’ y el sanjuanito ‘Cucurucho’ deleitaban a la audiencia, a ratos sorprendida de la habilidad de los músicos (en especial del joven saxofonista), quienes parecían haber dispuesto las partituras como testigos de su precisión, de su virtuosismo en una amalgama que tiene al guitarrista como director de orquesta.
En ‘Sol y luna’ la algarabía de sus melodías parecía no tener fin, era una circularidad infinita, como baile altiplano, en que los agudos del saxo alto iban in crescendo como pasos trepidantes que evocaban imágenes serranas: ora un concierto, ora un zamarro y unas botas acompasadas, ora un faldón largo que se bamboleaba, ora un cuadro barroco y sonoro, ora una ceremonia, aplauso y venia de Castañeda, tras la quena y la continuidad de sus ritmos hasta cuando dejaban de tocar porque su música queda palpitando en la cabeza, sin estridencias y con un regusto a nostalgia entre quienes no dejaban de agitar los pies bajo las butacas.
The Bad Plus: fusión occidental
La música del grupo estelar había recorrido todo el planeta y llegado a oídos de innumerables fanáticos y aficionados. Muchos de ellos entraron al Teatro Sucre durante las llamadas a la segunda presentación, ocupando más butacas que las que ocuparon los afortunados espectadores de los signos andinos.
El telón se abrió para el trío de neoyorquinos que se anunciaba como protagonista de la noche. Su carta de presentación era, además de su impronta y versiones de géneros como el grunge y el rock and roll, un disco cuyo título da cuenta de sus alcances: ‘Made Posible’, Mientras que su última placa, ‘Inevitable Wester’ tiene al pop, blues y folk como extensión de su clásica vocación jazzera. La improvisación de la que hicieron gala, en especial el baterista David King, fue la que más cejas levantó entre su público.
Ethan Iverson deslizaba sus manos sobre las teclas de su piano, de espaldas, solo volteaba a ver los solos de sus acompañantes y Reid Anderson, al bajo, provocaba risas y carcajadas con su correcto español, el cual le sirvió, incluso, para cantar mientras promocionaba ‘discos y camisetas’ que habían puesto a la venta en el hall del Teatro.