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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los peligros del éxtasis del objeto y su victoria sobre el sujeto

Bolívar Echeverría señala en Las ilusiones de la modernidad, (UNAM, 1995) que “una realidad solo es idéntica a sí misma en medio del proceso en el que o bien gana su identidad o bien la pierde; o, mejor, en el que a un tiempo la  gana y la pierde. Toda identidad es por ello en igual medida efésica  -porque dice que la substancia es el cambio y la permanencia su atributo-  y eleática –porque dice, al contrario, que la substancia es la permanencia y el cambio su atributo”,  lo que se complementa con el señalamiento de que “la identidad solo ha sido verdaderamente tal o ha existido plenamente cuando se ha puesto en peligro a sí misma entregándose entera en el diálogo con las otras identidades; cuando, al invadir a otra, se ha dejado transformar por ella o cuando, al ser invadida, ha intentado transformar a la invasora. Su mejor manera de protegerse ha sido justamente el arriesgarse”.

Esta afirmación se nos presenta en toda su verdad ante Ediciones Altazor, su realidad y sus apariencias: su look (identidad publicitaria).

En esta última noción, los autores de Altazor se asocian con este sello editorial para darse el look de una élite de escritores de los países de origen. Pero sucede que Ediciones Altazor se imprime en Lima y es Altazor/Paraguay, Altazor/ Uruguay, Altazor/Chile, etcétera, según la nacionalidad del editado con un tiraje ridículo de 500 ejemplares.

En otras palabras, cuatro pelagatos (los que dan gato por liebre) se dan su look apariencial de escritores que destacan en sus respectivos países y no escritores asociados para pagarse ediciones de autor.

Se trata de un fenómeno actual,  cuando “ya no tenemos tiempo de buscarnos una identidad en los archivos, en una memoria, ni en un proyecto o un futuro”, cuando lo que requerimos es “una memoria instantánea, una conexión inmediata, una especie de identidad publicitaria que puede comprobarse  al momento”; y “cada quien busca su look”, como lo subraya Jean Baudrillard en La transparencia del mal (Anagrama, Barcelona, 1991). Su apariencia, añado, su simulación.

Los autores de Altazor no arriesgan su identidad, son  iguales a  sí mismos; su realidad  no es efésica ni eleática, es, en bloque, una máscara, una parálisis que no se confronta, no se revitaliza en el riesgo.

Los dos títulos de Altazor que conozco -La noche que no se repite y El fondo de nadie-evidencian este sometimiento al look cosmético.

Por esa ausencia de riesgo, de la dialéctica de una confrontación identitaria, los autores de Altazor quedan inmóviles en el fondo de nadie, en la noche que no se repite, solitarios bajo su look cosmético, trasvestidos condenados a su propia ausencia

Hoy, trece de abril, es el día del maestro. Concibe usted amable lector a un professor que se llame Sabulon  (!!!!!). Pues sí, hay uno en esta ciudad  y perdónenme el paréntesis: en Guayaquil todo es posible.

Pero volvamos al desarrollo de este antiartículo, y apoyémonos en Virilo para entender por qué los autores de Altazor significan la derrota del sujeto frente al éxtasis del objeto.

Leámoslo. Paul Virilo, en El arte del motor/Aceleración y realidad virtual (Manantial, Buenos Aires, 1996), subraya que por “la aceleración de las técnicas de comunicación (…) todos los hombres sobre la tierra tendrán alguna posibilidad de sentirse más contemporáneos que ciudadanos y de deslizarse simultáneamente del espacio contiguo y contingente del viejo Estado Nación ( o Ciudad Estado), que albergaba al demos a la comunidad utópica de un Estado Planeta”, y que esto, como lo enfatiza Jean  Baudrillard en Las estrategias fatales (Anagrama, Barcelona, 1984) “se expresa en el maligno genio del objeto, (….) en la forma extática” (de éxtasis) “del objeto puro, en su estrategia victoriosa de la del sujeto”.

Así, según puntualiza Norbert Lechner, en el “desencanto postmoderno” vivimos, sobre todo, la “pérdida de fe en el Estado”, apuntalada y ejemplificada por la caída de los regímenes estatistas del mundo del Este, y, consecuentemente, existe la necesidad de la reducción de  su tamaño, la privatización de sus empresas,  la globalización de la economía mundial, su regularización a partir de la oferta y la demanda, la flexibilidad laboral (es decir, la desprotección del trabajador), entre otras “maravillas”. A todo esto nos lleva la victoria del objeto puro, de su forma extática, sobre el sujeto.

¿Me expliqué bien? Ojalá que sí, y que las estrategias del objeto extático no sean “fatales”, es decir inevitables. Que podamos librarnos de las estrategias del mal.

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