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El Telégrafo
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Entrevista / Alejandro Bustos / Psicólogo clínico, terapeuta de niños y editor de revista ¡Elé!

“Los niños lectores son el público más implacable”

Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
28 de junio de 2015 - 00:00

Por Redacción Cultura y Quito

Hace 10 años, el psicólogo Alejandro Bustos se enfocó en la avidez por la historieta, por la aventura que tienen los lectores con menos edad.

Luego de editar 65 números  de la revista ¡Elé!, el editor trabaja, junto a un grupo de cultores de la literaturo infantil, en una política pública que configure la Ley del Libro.

Existe un prejuicio sobre la mente de los niños, una idea errada que los concibe como seres limitados para comprender determinadas cosas. ¿En el mundo editorial subsiste?

Es una percepción muy difundida. Hay una tendencia a subestimar a los niños y niñas como lectores, como público, como audiencia. Eso está muy arraigado en las sociedades donde existe un adultocentrismo marcado. La nuestra tiene varias señales de aquello: en los medios de comunicación, por ejemplo, cuando alguien empieza a trabajar allí, le dicen: “Bueno, usted está empezando a diseñar, a ilustrar, a escribir... vaya al suplemento para niños”. Es decir, se asume que es un territorio en el que no se tiene que trabajar con propuestas de calidad o donde uno puede cometer errores porque, al fin y al cabo, ‘niños nomás son’.

En comunicación eso es muy común, pese a que puede tener un enfoque interdisciplinario. Hay que tomar en cuenta que los niños son el público más implacable. Les gusta o no les gusta una propuesta, por eso lo que se les ofrece tiene que ser de alta calidad, una invitación a leer, a jugar y a soñar para que las cosas puedan funcionar.

Hace una década, el prejuicio era una realidad latente, quizá más que ahora, ¿de qué forma se creó la revista ¡Elé! en ese contexto?

De alguna manera, es la revista que nosotros hubiésemos querido leer cuando éramos niños. Es una puesta en juego de nuestra propia infancia. El equipo ya trabajaba temas sociales, ligados al cambio y al desarrollo. Al inicio, veníamos de una época muy difícil (con rezagos de la crisis de 1999) y los bocetos tomaron un año de realización y se publicaron al siguiente. En ese marco, hubo un cambio en el cine, en la música, un regresar a vernos a nosotros mismos, a reconocernos y, a partir de eso, proponer.

Quisimos hacer una propuesta de comunicación que sea una propuesta de inquietudes, de preguntas, que pueda conjugar diversos géneros periodísticos, donde podamos tener armables, literatura, cuento, poesía, guión de teatro... la revista que nos hubiera gustado recibir y que tuvo un antecedente en algunos suplementos, como Cometa, Pandilla, que quizá no llegaron a ser el suplemento memorable, espectacular que se requería.

La dimensión editorial y política de esta idea estaba muy clara desde su nombre, desde la propuesta que hicimos al ponerle una interjección de uso exclusivo en Ecuador. La revista tiene una gráfica y unos temas que podrían remitirnos a cualquier país, pero se llama ¡Elé! porque queríamos que tenga una fuerte carga local que la convierta, después, en una ventana.

¿En Ecuador existía la necesidad de tener un superhéroe para los niños lectores?

Esa es una de las explicaciones del éxito del Capitán Escudo en Quito y Guayaquil. En Facebook a este personaje lo siguen 46 mil personas mientras que a la revista, 18 mil. Es una proporción en que el héroe rebasa a la revista, pese a que nació a un año del proyecto, el cual, al comienzo fue un ejercicio marginal, de generación de viñetas propias... nunca pensamos que podía pasar esto, pero sucedió.

Con la ¡Elé! hemos estado en distintos países y no hay un elemento diferenciador en la lectura infantil, mientras que en la escucha (relatos orales o libro leído) puede ser que sí. En Quito, quizás es más dificil fomentar el relato oral, que en Bogotá o Santo Domingo, porque en la capital los niños son más calladitos, ‘educaditos’. Hay que hacer un arduo trabajo de enganche para que los chicos se prendan de las historias, en dinámicas que pueden constituir un elemento diferenciador y en las acciones escénicas ligadas a la promoción lectora. Menos en el material bibliográfico o en las propuestas literarias, narrativas o líricas.

¿Y en cuanto a las regiones?

Voy a decir algo que me ha conmovido muchas veces: tenemos la misma propuesta escénica, el mismo espacio (un teatro o patio de colegio o el Maratón del Cuento, en el parque Itchimbía) y cuando llegan niños de un colegio privado, con estrategias de promoción lectora, un plan lector, profesoras que fomentan la creatividad y la participación, se da una dinámica muy diferente a la de cuando llegan colegios públicos, donde persiste una masividad, condiciones que están mejorando, pero no del todo. He visto que los niños de determinados colegios privados leen 12 o 14 libros al año, mientras que en los públicos la cifra puede reducirse a uno o ninguno. Eso marca una diferencia que no es regional sino educativa, está más allá del temperamento de Costa y Sierra. Ya en la real participación o involucramiento con el libro o los mediadores pesan las experiencias previas, las de las instituciones educativas y familiares. (I)

Propuesta para generar espacios a estudiantes

A mediados del pasado mayo, el Maratón del Cuento también cumplió su décima edición, en la cual Girándula (la entidad que lo organiza), la Asociación Ecuatoriana del Libro Infantil y Juvenil y la Cámara Ecuatoriana del Libro incluyeron en la programación de la Feria del Libro Infantil y juvenil una jornada académica con miras “hacia la construcción de un plan nacional de lectura en Ecuador”.

Entre las iniciativas a incluirse en las próximas convocatorias, las cuales se propondrán para el articulado de la
Ley del Libro, están los aportes del bibliotecólogo colombiano Didier Álvarez, quien también es profesor de Historia del Libro en la Universidad de Antioquia. “El problema no se resuelve con altos índices de lectura”, enfatizó el catedrático, para quien los derechos de los niños y adolescentes se ejercen en todas las actividades que realizan, sin importar si involucran o no a los libros. “Pensar que el desarrollo solo es posible a través de la lectura es un reduccionismo”, recalcó antes de definir los beneficios de tener un plan nacional de lectura, entre los que se cuentan el fortalecimiento de un magisterio comprometido con la labor educativa, que disfrute de la lectura como un gozo cotidiano, como un beneficio personal; y la generación de espacios para estudiantes que requieran herramientas para los procesos de aprendizaje. “La mejora sustantiva de los indicadores de educación no deben ser un fin en sí mismo, pese a que pueden lograr posicionar al país en un orden internacional”. Más importante que las cifras, concluyeron los participantes, es que los padres de familia se conviertan en consumidores de lecturas, mediadores de esta y vinculen eso a la agenda pública. (I)

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