Los libreros guayaquileños se unen para organizar su campo de acción
En Guayaquil se pasa fácilmente de 20 a 27 grados celsius. El sol parece incendiarlo todo, pero es sábado y la ciudad sigue su tránsito. En lo que alguna vez fue el Parque Guayaquil y que con la regeneración urbana se convirtió en la Plaza Rodolfo Baquerizo hay un festival de distintas artes. Lo han denominado Estero Fest.
Unos ciclistas preparan sus rampas, aunque no pueden pasearse en sus bicicletas, sino solo caminar con ellas. Los viandantes se hacen selfies en una pared elaborada con hojas artificiales; mientras tanto, una chica busca entre los puestos de los libreros Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
“¿Quién tiene Cien años de soledad?”, pregunta a viva voz Alice Goy-Billaud, una francesa que se siente guayaca y que dirige el departamento de Cultura y Comunicación de la escuela de francés Hola France. Entonces los libreros se miran unos a otros, buscan afanosamente en sus pequeñas mesas, de distintas formas, armadas con manteles negros, o en la maleta de ruedas en la que están los libros que no alcanzaron a acomodarse.
“Fue lo primero que se vendió”, contesta una librera. Entre todos han juntado colecciones de distintas editoriales y tiempos. Tienen ediciones especiales, con la cara de un joven Octavio Paz editado por Planeta; en pasta dura, azul y con letras doradas, como las de Orbis y otras más recientes como la que acaba de publicarse de 1984, de George Orwell en Ediciones Americanas, cuyo grosor se asemeja más a la edición de Don Quijote de la Mancha que a la que cualquier lector noventero recordaría.
El libro cambia sus diseños, pero es un objeto que convoca, que hace que cada persona que se pare frente a esas mesitas se interrogue sobre lo que alguna vez quiso tener entre sus manos y leer. De ese interés nace La Colectiva, un grupo de al menos 15 librerías, gestores culturales y editoriales independientes de Guayaquil.
Este año, luego de una jornada literaria en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), decidieron trabajar juntos para ganar espacios en ferias de libro y espacios culturales, pero también para llegar a donde hay demanda y, tal vez, poca oferta. Juntarse les posibilita, por ejemplo, reducir costos para un stand en encuentros como la Feria del Libro.
“La intención sería moverse en ámbitos relacionados a la cultura, como fue la experiencia del MAAC. Nos gustaría tener espacio y difusión en la Casa de la Cultura, centros culturales, universidades (...). Pero quedarse solo en esos sitios sería autolimitarnos y limitar a una gran parte de la población a poder encontrarnos”, cuenta Martín Alvarenga, de Ágora Libros, uno de los colectivos de este grupo.
Alvarenga sostiene que su campo de acción debe ser en todo lugar y sitio. “Donde podamos hacernos ver y que la gente nos vea. Por ejemplo: un centro comercial, el mismo malecón”.
El librero considera que juntarse es un beneficio para todos, pues, “cuanta más oferta tenga la gente de lecturas, títulos y temas que conseguir en un mismo lugar, más serán los que se acerquen”. (I)