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Los Hombres Orquesta y el circo de Tom Waits

Los Hombres Orquesta  y el circo de Tom Waits
13 de mayo de 2012 - 00:00

El conjunto escénico previo es ya un delirio que advierte lo que La Orquesta de Hombres Orquesta, originaria de Quebec, ofrece:

Un ventilador anticuado de aspas gigantes cuelga sobre un par de vitrolas, ollas y un montón de objetos, dispuestos a manera de un escaparate de chucherías. Jasmin Cloutier enciende la lámpara y lo que se inicia es una especie de circo maldito para desdoblar a Tom Waits, con humor y absoluto respeto.

Por primera vez en Ecuador, el show “Joue à Tom Waits” llegó al Teatro Nacional Sucre, los pasados viernes y sábado, con diecinueve temas de un repertorio que incluyó canciones como Black wings, Jesus gonna be here, I’ll shot the moon, Please wake me up, Black market baby, entre otras.

Bruno Bouchard, el principal hombre orquesta, el que abría y cerraba una maleta llena de plumas  para  percutir, fue siempre el eje en la disposición de los músicos. A sus costados estaban alternándose, enfilándose para luchar de vez en cuando por el micrófono, Simon Drouin (cuando no tocaba la armónica, la sierra de madera, o los guantes de box) y Simon Elmaleh (con el bajo eléctrico, los martillos, la cuna de bebé...).  

Sentadas a un costado del escenario, en actitud de maniquíes vintage, el dúo The New Cackle Sisters, conformado por Gabrielle Bouthiller y Danya Ortman, ejecutaron instrumentos como las tazas de té, los globos, las fichas de juego de mesa y los pañuelos...

La voz de Waits estuvo siempre presente. En Black wings, un fuelle marcó el ritmo luego de que Bouchard anunciara: “This is the song by the perfect strangers” (Esta es una canción hecha por perfectos extraños). En I’ll shot the moon, Bouchard se bebió algo de un envase de gasolina, acto que repitió a lo largo del show, mientras las mujeres inflaban globos y los dejaban escapar por el aire y tecleaban una melódica; desde atrás, otro de los músicos soplaba burbujas convirtiendo la escena en una imagen onírica que absorbió la atención del público.

El espectáculo evidenció una preparación técnica de primer nivel. No se trató de una simple sucesión de interpretaciones de las composiciones de Waits, sino más bien, un ejercicio magistral sobre lo que significa hacer versiones.

Los elementos coreográficos se destacaron en Black marquet baby. El concierto duró una hora y media, tiempo que el público pareció no sentirlo, pues la interacción que propuso LODHO incluyó unos cuantos sustos cuando Ortman, quien junto con Bouthiller, tejían en escena, arrojaron al auditorio la madeja de lana para que saltara de uno a otro asistente anunciando el final.

Con la introducción de un acordeón colgado del cuello de Cloutier, pero tocado por sus compañeros, se proyectó la imagen de un engendro circense que hacia del momento culminante una fiesta.

El confeti por el aire, los silbatos y la bulla pusieron de pie al público que aplaudió emocionado, como en los años de la escuela.

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