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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los “elegidos” para contar el vaivén de la urbe

Ser cronista o historiador de una ciudad no es nada fácil. Sobre sus hombros recae una de las tareas más importantes: resguardar celosamente la integridad de las costumbres, los archivos de la vida de las ciudades y reconstruir la trama que se esconde entre actas, páginas, cuentos y periódicos.

Dedicar días, meses e incluso años a revisar información, traducir textos antiguos, conversar con la gente y rescatar documentos de casonas antiguas, establos o edificaciones viejas convierten a estas personas en unos expertos en las lecturas del pasado. De su trabajo surgen libros, folletos, documentales y hasta  obras de teatro y música para que nacionales y extranjeros entiendan mejor la historia.

Para Juan Paz y Miño, catedrático, ser un cronista es igual a ser un historiador. La diferencia radica en que hoy el término técnico es historiador y el nombre de cronista lo dieron los españoles desde 1534, cuando las reseñas se basaban en la fundación española de San Francisco de Quito.

La imagen física de  los historiadores, que muchos relacionan con una persona avejentada, con cabellos blancos, barba y escondida tras cientos de libros o archivos, en ocasiones no concuerda con la realidad, porque son individuos  jóvenes y dinámicos que con el paso del tiempo,  al acumular  información, se consolidan como sabios o expertos en el tema.

3-7-11-biblioteca1Paz y Miño, quien fue declarado  cronista de la ciudad en  2010 por el Cabildo de Quito, añade que esa distinción constituye un gran reto, ya que conlleva la responsabilidad de registrar datos y hechos para mantener viva la memoria  de los pueblos. Los archivos de la capital  datan de 1534, cuando se estableció  la urbe, pese a que en dos fundaciones anteriores que no progresaron llevó el nombre de Santiago de Quito.

Uno de los archivos más valiosos de la ciudad y al cual el cronista emérito Jorge Salvador Lara le dedicó años es el  Metropolitano de Historia. En el lugar, con más de 30 mil ejemplares, se conserva la información desde el primer libro verde  de la ciudad (1533), llamado así por el color de sus letras.

Estos documentos, asegura Diego Chiriboga, jefe del Archivo Metropolitano de Historia, sirven para que historiadores nacionales, internacionales y las nuevas generaciones puedan encontrar un hilo conductor de épocas relevantes de la vida  de la ciudad, del país y del mundo.

Paz y Miño establece que los cronistas pueden leer las manifestaciones culturales de los ciudadanos, por ejemplo, Quito -a diferencia, quizás, de otras ciudades del país- tiene una historia que repercute a nivel nacional, porque es la “antena política”.

Como cronista puede señalar que las características de la ciudad  son extremas; por un lado, sus habitantes pueden ser conservadores, y por otro, cosmopolitas. “En la historia encontré las raíces de lo que somos ahora, para mí siempre la historia fue un instrumento de conocimiento del pasado, pero para fundamentar y comprender este presente”, expresa.

Cronista contemporáneo

El cronista era una persona que narraba los acontecimientos de las ciudades en la época de los españoles y con los años dedicó su vida a formar historias con los archivos.

El cronista contemporáneo tiene la capacidad de interpretar los acontecimientos, llegar a conocer por qué Quito -o el Ecuador en general- tiene tal o cual tendencia política, económica, social y humanista.

Paz y Miño añade que el cronista contemporáneo tiene ahora la necesidad de preservar documentación, cultivar la historia de la ciudad y promover el conocimiento de la identidad ciudadana. “El cronista tiene la responsabilidad de mantener en una parte la documentación histórica, por lo cual su importancia es incalculable. Su trabajo no se reduce a describir la historia arquitectónica, las fiestas; mi intención como cronista, por  lo menos, es promover la historia social, económica, desde distintos ángulos”, manifiesta.

“Ser cronista o historiador demanda algunos esfuerzos, mucha lectura, mucha revisión de documentos, estar en archivos, ser paciente intelectualmente. Para reconstruir las realidades hay que revisar mucho para reconstruir una época. En el campo de la historia se vuelve riguroso”, explica, “y fundamentalmente debe desarrollar un sentido de observación de las realidades cotidianas que a muchos se les pueden pasar por alto”.

A más de los archivos de actas, sesiones e historias del Cabildo, otras fuentes de información y análisis son los medios de comunicación, la opinión ciudadana en la calle, en el taxi, en las oficinas...

Chiriboga indica que los  archivos donde los cronistas e historiadores pueden pasar años están reconocidos por el grado de conservación de los documentos y la importancia de sus contenidos, entre los más importantes están: el  Archivo Histórico Metropolitano de Quito, el Archivo Nacional, los archivos de  las universidades Central y Católica y el de la biblioteca Aurelio Espinosa Pólit.

Para un cronista, a diferencia de otros investigadores, un documento no dice nada, pero una cantidad de archivos sobre un hecho o un proceso es el punto de partida de una interpretación compleja.

Marcadores de la historia

Entre las investigaciones de los cronistas que marcaron la historia de la ciudad y el país consta la Revolución Juliana (1925), en la cual se pudo determinar que los procesos políticos que vive  el país en la actualidad derivan  en mucho de la institucionalidad creada en ese época, que es la primera en introducir el criterio de que el Estado debe intervenir en la economía del país, lograr la política social. “Desde entonces somos herederos de esa visión”, afirma Chiriboga. La investigación  determinó, además, que esa revolución logró  la creación del Banco Central, la Superintendencia de Bancos, la Contraloría y Control de Aduanas.

El cronista -asegura- debe lograr que las historias que se narran sean atractivas para los habitantes de una ciudad, del país y del mundo. Sin embargo, cada vez es menor el interés que los jóvenes presentan en la historia, ahora tienen Internet. Ya no acuden a los archivos ni a las bibliotecas, ya no investigan, por lo menos no de esa forma. Al respecto, Paz y Miño opina que la historia es una ciencia en crisis en el Ecuador y es necesario formar nuevos historiadores.

“Los jóvenes no están inclinados a este tipo de carreras,  porque en sí no hay un amplio campo de trabajo y los historiadores tienen que sobrevivir con otras actividades. En las universidades hay pocas carreras de historia y tienen muy pocos estudiantes y, por último, la producción historiográfica en Ecuador no es abundante. Hasta los 80 fue rica, pero muchos historiadores abandonaron la investigación y la historia por la falta de trabajo”.

La próxima crónica de Quito será el estudio del bicentenario del Congreso de Diputados de Quito (diciembre, 1811) y la creación de la primera Constitución quiteña (febrero, 1812).

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