Los abuelos: un regalo
La noche quiteña es helada. Un tren de gente espera fuera del Teatro Prometeo, de la Casa de la Cultura de Quito, el inicio de “El regalo”, de la compañía uruguaya de Títeres Libremano Mateluna. La obra es parte del Festival Internacional de Títeres “con Bombas y platillos” que se realizará en la capital hasta el próximo martes. Los horarios son: de lunes a viernes, a las 19:30. Sábados y domingos hay una doble función, a las 11:30 y a las 19:30. Los boletos cuestan 5 dólares para adultos, y 3 para adultos mayores y niños.
Las butacas se llenan en segundos. Campanadas anuncian el inicio de la función de títeres. La oscuridad se riega por el escenario. Lentamente, combinadas, la luz y un sonido de flauta presentan un paisaje: Una casa instalada en un prado, junto a un árbol. Una mariposa revolotea sobre el paisaje. Aparece la monita dorada Pamela, que no atrapa mariposas porque “se moren”, dice. Comparte intimidades de su madre, y la voz de esta última la regaña. Pero Pamela calma el temperamento de su madre con cariños: “mi bomboncito de chocolate, mi huevito kinder”. La monita presenta una historia sobre el amor, los juegos, nietos y abuelos.
Un día Juan Pirincho -el pirincho es un ave con plumaje desaliñado y torpe para el vuelo- patea su pelota que entra en un jardín y aplasta una margarita; “la dejé como un huevo frito”, narra Juan. Viste un pantalón corto color naranja. Juan es travieso, esconde los paraguas de su abuelo, y su cumpleaños es hoy. El patio pertenece a doña María, una octogenaria profesora jubilada, que hace cinco abdominales por día para mantenerse tal como una quinceañera. Doña María le devolverá la pelota al niño, siempre y cuando él siembre la planta que destruyó. Mientras tanto le da un regalo por su cumpleaños: una cometa. “¿Y en dónde lleva las pilas esta cosa?”, inquiere Juan que está acostumbrado a juegos industriales. Continúa: “este juguete ecológico no se levanta, necesito aire”.
La monita presenta una historia sobre el amor, los juegos, nietos y abuelos en el festival de títeresPide a los espectadores -quienes juegan un rol activo en los problemas presentados en la obra- que soplen fuerte para levantar vuelo. Con los soplidos se eleva alto, confundiéndose con los haces del atardecer. El vuelo lo lleva a un reino desconocido. Ahí se encuentra con seres insólitos: la gusana Lulú que camina para atrás, un paraguas que baila persiguiendo a Juan, El Globero que tiene globos coloridos en vez de cabellos, y, el Caramelo que le tiene miedo a los dientes. Más tarde, ayudado por el público que absorbe el aire, la cometa sube hacia el cielo de ámbar, y sujeto a ella el niño regresa a la Tierra. Tras sus aventuras, Juan planta una semilla en una maceta y la protege de amenazas.
Primero de un caracol español que canta pasodobles. Luego de un perrito color pardo que quiere orinar sobre ella. Juan lo atrapa y lo lleva al hogar de doña María, que exclama: “¿niño, crees que esta es el arca de Noé?”. Después, Juancito, riega la planta y ésta crece al fin. Antes de despedirse de la señora con pelos canos, Juan le dice que la quiere. Doña María se convierte en abuelita de Juan, y él en su nieto.
Finalmente, Pamela, la monita se reincorpora en el paisaje y presenta a sus padres -y creadores-: Marita Gahn y Ronald Santana, que interpretaron la obra.
El amor por este arte los vinculó y ahora son una pareja con nietos. Ronald se crió con sus abuelos y con esa experiencia escribió el guión en 1984. Para Franklin Cadena, coordinador del festival de títeres que se desarrolla en la capital, “las obras despiertan el niño entre 1 y 91 años que todos llevan dentro”. Un coro de carcajadas mermó el andino frío de la ciudad.