Publicidad

Ecuador, 26 de Noviembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos dictó un taller en Ciespal, en Quito

“Lo que siempre va a estar en un altar es la historia”

Alberto Salcedo Ramos, periodista y catedrático colombiano. Es uno de los maestros de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Aparte de cronista es articulista en diarios como El Colombiano. Sus crónicas han sido recogidas en varios libros.
Alberto Salcedo Ramos, periodista y catedrático colombiano. Es uno de los maestros de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Aparte de cronista es articulista en diarios como El Colombiano. Sus crónicas han sido recogidas en varios libros.
22 de marzo de 2014 - 00:00 - Paúl Hermann

¿La crónica ha ocupado en Latinoamérica el espacio que dejaron las novelas del Boom?
Sería exagerado decir eso, no me atrevería. Creo que los editores, periódicamente, lanzan bombas como esa, que ponen etiquetas comerciales a ciertos productos para mercadearlos. La crónica ha producido exponentes notables, que están contando las realidades de sus países con mirada inteligente, que están haciendo visible lo invisible. Y es que hay ciertos fenómenos sociales que para ser tratados en ficción necesitan mucha perspectiva, por ejemplo, la gran novela del narcotráfico en América Latina no la conozco, pero sí conozco grandes libros de no ficción sobre ese tema.  

Desde que los norteamericanos reflexionaron sobre la no ficción en los años sesenta, a través de autores como Tom Wolfe, se aprecia la predilección de la crónica por lo marginal... El ser humano tiene una tendencia natural a contar historias, a contar las cosas que le asombran, los hechos que producen sorpresa, que le impresionan, y a menudo estos son los hechos trágicos, los que entrañan conflictos. Voy a mi casa y le pregunto a mi abuelita cómo va todo, y me habla de la prima que salió embarazada, es decir, me habla de un conflicto, de una situación trágica o, por lo menos, difícil, de una mujer soltera, desempleada, sin compañero, que no tendrá un compañero que la ayude a criar a su hijo. Existe una tendencia natural a ver nuestros conflictos. La fiesta de mi ciudad, Barranquilla, es el carnaval, donde la gente  hace crítica social, la gente se disfraza del alcalde robándose un inodoro, por ejemplo. Con esto quiero decir que el ser humano usa la fiesta para arrojar una mirada crítica.
Ahora bien, debo decir que yo no le tengo miedo a la marginalidad, sino a la pornomiseria: cuando se  convierte a la miseria en una forma de la pornografía, cuando se aborda un fenómeno sin mirada ni elaboración, cuando solo interesa el miserabilismo y se ultraja la dignidad de las personas para vender periódicos. Si, por el contrario, se contribuye a mostrar la exclusión de la población, por ejemplo, de una forma responsable, bien documentada, contextualizada, que ayude a la sociedad a entender, eso no es una mala opción. Es curioso, al cronista le viven preguntando por qué  escribe sobre la marginalidad, pero no le preguntan al director del periódico por qué le dedica su editorial solo al poder, solo al ministro, solo al presidente. Son reglas de juego. En un medio de comunicación hay muchas maneras de interactuar con la realidad y secciones que tienen sus preocupaciones específicas.

¿La misión de la crónica es mostrar la vida de los excluidos del poder?
Sí, pero considero que la asignatura pendiente de la crónica es explorar el poder. Este es un reto que los cronistas tenemos. No podemos quedarnos en ese terreno cómodo de la marginalidad, ya conocido, ya trajinado, sino buscar la forma de arrojar una mirada sobre los focos de poder, donde hay historias que contar.

¿La crónica camina por los terrenos de la literatura?
La crónica es periodismo y es literatura. Es periodismo porque tiene datos verificables, debe tenerlos, y es literatura porque está escrita con belleza. No solo el que escribe ficciones es escritor sino también el que escribe no-ficción.

Al interior de la sala de redacción, al cronista se lo ve como al artista al que se le concede la licencia de trabajar sobre cualquier tema y de cualquier modo...   
Ese es un problema del que mira de ese modo obtuso, no del cronista. No considero, por otra parte, que  el cronista tenga licencias, eso es como decir que el médico tiene licencia porque usa un bisturí para hacer cirugías, y mi abuela no tiene licencia porque usa un cuchillo grueso para cortar tomates. El cronista no trabaja sobre la base de licencias, nadie le regala nada, se gana la vida trabajando.   

Se conoce que en el taller que ha coordinado esta semana en Ciespal ha desarrollado muchos temas, pero le voy a pedir, haciendo uso de esa concisión que se le exige al periodista, que cuente qué les enseñó a los talleristas, pues, hasta donde se sabe, a escribir no se enseña...  

Un amigo mío decía: “uno no puede enseñar a escribir”, pero sí se puede aprender a escribir. (Jorge Luis) Borges afirmaba que cuando fue pedagogo procuró, antes que transmitir un conocimiento, contagiar un entusiasmo. Un profesor es una persona que contagia estusiasmos y fervores, que motiva, que traza coordenadas, que da referentes, nombres, pistas, claves que permitan a las personas continuar con sus procesos.

Usted fue jurado del Concurso de Crónica organizado por CIESPAL. ¿Cómo ve la producción ecuatoriana en el campo de la crónica?
Quedé gratamente sorprendido con las crónicas que leí. Hace rato que no encontraba, en un concurso,  trabajos con tanta sensibilidad social, tan bien enfocados, tan  agudos e inteligentes.

¿Eso quiere decir que la crónica ecuatoriana ha despuntado?
Ha despuntado. De pronto lo que no hay son medios que publiquen crónicas largas, que quieran pagarlas.

Los cronistas tienen problemas al momento de reflexionar sobre la objetividad que exige el periodismo, también en la crónica, y narran sus experiencias sin dejar de hablar de sí mismos...
La inclusión del periodista en la historia debe ser justificada, si no es justificada  falta a la historia porque está anteponiendo su vanidad por encima del derecho que tienen los lectores a recibir una buena información. Para mí, lo que siempre va a estar en un altar es la historia, yo soy un artesano de la historia, yo trabajo para que eso quede bien escrito, bien documentado, con los datos precisos, para que el lector pueda conocer algo que no conocía, esa es mi prioridad. Ahora bien, a veces me conviene estar en la historia, porque puedo ser, en un momento determinado, testigo de algo que vi, y  el lector no me va a creer si yo no digo que estuve ahí.
Pongo un ejemplo: hay una crónica de Jon Lee Anderson que se llama El heredero de Fidel. En esta el cronista narra el viaje que realiza en el avión de Hugo Chávez y se incluye en la escena porque el exmandatario venezolano le está tomando el pelo, le está diciendo cosas como “¿qué pasa con el gringo?”. ¿Cuántos periodistas conocíamos a Chávez? Muchos, pero ¿cuántos se montaron en su avión? Solo Jon Lee Anderson. Y si lo hizo, ¿qué hay de malo en decirlo? Ahora, cuando veas una crónica donde el cronista está hablando de sus experiencias, es un tipo vanidoso, ese no es cronista.

¿Todos los recursos de la literatura están al servicio de la crónica?
Los recursos que se toman de la literatura son formales, y lo que se toma del periodismo es de fondo. ¿Cuál es la materia de fondo de la crónica? La realidad, y es sagrada, es inviolable. ¿Y cuál es la materia de forma de la crónica? El estilo, los recursos tomados de la literatura. Los diálogos son recursos de la realidad, porque son las palabras de  los personajes.

Foto: Fernando Sandoval |  El Telégrafo

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media