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Lemebel arrancó palabras muertas de su tibia boca

Lemebel arrancó palabras muertas de su tibia boca
31 de enero de 2013 - 00:00

El chileno Pedro Lemebel arrancó de su garganta las palabras que el neoliberalismo -dijo- daba por muertas: “Pueblo, aunque en Chile dicen gente, ¿qué quiere decir gente?”, dejó la pregunta planteada; y añadió otros significantes: “homosexualidad, gay, marxismo, por qué no revisarlo, ahora que ustedes viven un proceso...”. Así desafió al auditorio que lo acompañó, la noche del martes, en el Teatro México. Y así como arranca palabras de su garganta, su peregrinar por la vida le permite arrancar historias que traduce en crónicas urbanas y, que  a veces, presenta en libros y escenarios.

La noche del martes Lemebel compartió sus crónicas sentado en una silla al lado derecho del gigantesco escenario de Chimbacalle, en Quito. El color nocturno predominó en su vestimenta: una pañoleta negra cubría su cabello, un suéter oscuro combinado con un pantalón de cuero y unos zapatos dorados de aguja que lo hacían ver más alto de lo que realmente es.

Junto a su silla, una mesa redonda en la que reposaban una jarra con algún brebaje que calmaba la sequedad de la garganta, un vaso de cristal y unas flores rojas que al final de la presentación fueron protagonistas de una de las intervenciones de sus historias.

Previo a su presentación el artista advirtió de la distorsión de su voz, que para algunos espectadores era un resfriado, pero el propio Lemebel se encargó de aclarar que ese sonido de “ultratumba” que salía de su garganta se debe a un cáncer de laringe que le detectaron en 2011 y que le quitó parte de las cuerdas vocales.

El estado de su voz y la oscuridad que se imponían en el escenario propiciaron el clima óptimo para la lectura de relatos que en ocasiones eran acompañados por videos y melodías.

Uno de ellos fue el que narraba  la resistencia por no olvidar a los desaparecidos de las dictaduras de Chile y de Argentina, y que fue dedicada a los hermanos Andrés y Santiago Restrepo, dos muchachos de los que hasta ahora, a 25 años de su desaparición, no se conoce su paradero ni las razones por las que fueron borrados del mapa.

30-1-13-cultura-cantanteLa lectura estuvo acompañada de un  performance que surge de un hecho ocurrido en Pisahua, una localidad chilena, ubicada en la zona costera septentrional, en donde se encontraron las primeras fosas de los desaparecidos de la dictadura de Pinochet. “No podíamos dejarlos descalzos, con ese frío, en esa tierra de nadie, en ninguna parte, no podíamos dejarlos enterrados en ese silencio, en esa ola, en ese minuto, con las balas quemando en el minuto final, cuando buscan una mano para fortalecerse, no podemos dejarlos ahí borrados”, declamó indignado, mientras una sábana blanca descansaba a la orilla del mar, tal como  se vio en el video.

Enseguida el artista interviene -se nota en la misma imagen- y de su mano deja caer un chorro de agua sobre la sábana y con su pie crea una huella, la acción se repite una y otra vez y se forma un camino rojo. “Para que esa ola turbia de la depresión no nos hiciera desertar, tuvimos que aprender a sobrevivir llevando de la mano a nuestros Juanes, Marías, Josés, tuvimos que apechugar y caminar al presente”, exclamó cansado. Su garganta lo obligaba a tomar intensas bocanadas de aire y seguía con los relatos que fueron interrumpidos por aplausos del público y por una que otra tos que su cuerpo le exigía.

Lemebel contó de un amante ecuatoriano que lo acompañó cuando el presidente de Chile, Sebastián Piñeira, asumía el cargo, un día bastante irrelevante para él. Recordó el abrazo que le propinó su querido después de que le escupió al “pituco ministro de Cultura”, quien se le acercó a darle la bienvenida al acto simbólico de posesión del Gobierno de derecha, cuando Lemebel, que llevaba todo el licor en su pesado ser, sin querer pasaba por ahí.

“No me pude resistir, el gesto me salió del alma”, le dijo a su amado cuando este a su vez le advertía de las consecuencias que eso tendría y mientras el “pituco ministro” se quejaba a gritos: “Esto que has hecho es muy feo”. Al otro día en la prensa ese funcionario lo acusó de “resentido”.

El consumo del brebaje durante la puesta en escena fue constante, pero nada le impedía seguir con sus palabras hasta que llegó a su manifiesto, que declamó con una rosa roja en su mano izquierda, por la sencilla razón de que está al lado del corazón.

Su voz ronca inundó el escenario y sentenció: “No soy Pasolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia y sospecho de este circo democrático”, dijo al auditorio que explotó en aplausos.

El artista que formó parte del grupo las “Yeguas del Apocalipsis” no se quiso ir del escenario, pese al ataque de tos que persistía, sin hablar de su experiencia con el estudiante Ronald Wood. El chico era de esos pillos que no dejaban dar la clase hasta que estudiaron el imperio romano. El “joven de los ojos pardos” quedó impactado con el relato y, desde entonces, hablaba de revolución y preguntaba a su maestro la forma de ser libres.

Lemebel, al poco tiempo tuvo que salir de la escuela por sus ideas, y no supo más de su estudiante hasta que por la prensa se enteró de la muerte de Ronald Wood. Así, el iconoclasta chileno cerró la densa noche, con el peso de la palabra que se resiste al olvido.

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