Las voces de 5 lectores en el Día del Libro
En el Día del Libro, conversamos con 5 personajes de la cultura sobre lo que generan las letras que aún se imprimen en papel. Estas fueron sus reacciones:
La periodista y escritora María Fernanda Ampuero llegó a España hace una década con un sueño que hoy considera petulante pese a que lo ha vuelto realidad. Quería contar la gran historia de la emigración, pero, de forma paradójica, su arribo a la Península Ibérica la enfrentó a la necesidad de buscarse la vida desde el anonimato. “Fui una ciudadana más, que vivía en un piso compartido”, contó alguna vez, pero no dejó de lado los libros —ni siquiera mientras escribía las crónicas de su libro Permiso de Residencia—, de las cuales tiene clara la manera en que llegan a las personas.
Sobre la lectura, Ampuero —quien tiene una biblioteca en Guayaquil, una en Buenos Aires, otra en A Coruña y una en Madrid— dice que la salvó de la soledad, del dolor, del vacío, de sí misma y de sus voces. “A mí leer me hizo escribir y escribir me ha curado muchas heridas. Leer también me ha permitido vivir cientos de vidas, me ha hecho comprender mejor este planeta y las criaturas que lo habitan, me ha hecho humilde, soberana, independiente, sensata, luchadora, tolerante, en fin, creo que mejor persona”.
¿Cómo llegaron los libros a su vida?
“Mi primera experiencia con la lectura fue tempranísima, incluso de antes de saber leer. En mi casa había muchísimas estanterías con libros porque mi papá fue un gran lector y a mí siempre me dio curiosidad ese objeto que atraía tanto su atención, entonces los libros de mi casa yo los tocaba, los miraba, los olía, los comparaba unos con otros, veía las portadas, fantaseaba con ellos. Además, me cuentan que, de pequeñita, cuando me leían historias, yo decía "no, no es así, el patito no era feo", qué se yo, entonces contaba una versión diferente del cuento basándome en los dibujos. Supongo que estaba desesperada por saber leer y una vez que supe, no hubo quién me pare. Los libros son, sin duda, el gran amor de mi vida”.
¿Alguna vez abrió un libro por obligación?
Nos mandaron a leer El Fantasma de Canterville de Oscar Wilde en la escuela. A mis compañeras les compraron ejemplares nuevos y en cambio a mí, mi papá me llevó a Nuevos Horizontes, la librería de segunda mano que quedaba (no sé si queda todavía) en 6 de Marzo y 10 de Agosto y recuerdo como si fuera hoy mismo, en este preciso instante, el olor a libro viejo, las pilas y pilas de libros, estanterías, estanterías, que se reproducían al infinito en el vientre de ese lugar mágico.
Al principio me puse furibunda de que mi papá no me comprara el libro nuevo, como a todas las niñas "de bien", en la librería Científica o en alguna de esas, pero luego me di cuenta de que nadie tendría otra comparable a mi edición de El Fantasma de Canterville con sus páginas viejas, color papel de despacho. Aún anda por la casa de mis padres, cada cierto tiempo me cercioro de eso. Ese libro, en fondo y forma, es uno de mis libros favoritos. Mi mamá lo forró con papel de regalo de conejitos y plástico porque tenía el nombre de otra niña en la portada. Muchos años después, cuando ya estudiaba literatura, Nuevos Horizontes era nuestro paraíso.
¿Qué lectura le ha dado más placer?
Los que tenemos esta compulsión por la lectura sentimos un enorme placer ya no con un libro entero, sino tal vez con una frase, una línea, una palabra, un verso, cualquier imagen que nos haga sentir que todo vale la pena: y cuando digo todo digo la existencia, el mundo, los sinsabores, los esfuerzos, los trabajos, las horas, los días. Todo. El libro que está en mi mesilla de noche ahora mismo es la novela Lancha Rápida de la escritora Renata Adler. Anoche leí: "Hay un pasaje de Dante en el que él y Virgilio, viajando por el infierno, se detienen junto a un hombre enterrado hasta el cuello en cieno hirviendo. El hombre no se molesta en hablar con ellos. Tiene sus propios problemas. No quiere una entrevista. Dante realmente lo agarra del pelo y consigue su historia. Creo que ahí hay una especie de parábola sobre el periodismo. De hecho, lo sé". Esa inteligencia me da placer, me devuelve la luz, me hace decir "quiero seguir porque todavía queda mucho por leer".
¿Qué lectura quisiera contagiarnos?
En primer lugar recomendaría leer, todo, lo que sea. A la gente que le gusta leer no hay que recomendarle leer, ya lo hace y lo hará: leerá hasta las instrucciones del champú. Y a la que no le gusta leer, solo puedo decirle que si, por ejemplo, le gustan los dibujos hay magníficas novelas gráficas y que estaría bien empezar por ahí.
No hay nada más estúpido que forzar la lectura, es exactamente como forzar el amor. Sí, es la misma cosa.
El comediante y actor Esteban Ave Jaramillo, es tan temerario como para pararse frente a un auditorio con la intención de arrancarle carcajadas, pero su show de stand up comedy no es tan famoso como los sketches del popular programa EnchufeTv, de los cuales ha escrito algunos guiones. Cuando le pedimos que nos recomiende una lectura en particular, escribió que “el encanto de la lectura está en lanzarse a una búsqueda personal y única. Solo el contacto constante con los libros nos dirá cuáles se merecen un espacio en nuestra memoria y cuáles sirven para frenar la puerta dañada de la bodega”, como para decirnos que los consejos sobran, a veces, cuando de páginas se trata.
¿Cuál fue su primera experiencia con la lectura?
Las aventuras Tom Sawyer de Mark Twain fue mi primer libro casi sin ilustraciones. Cada cierto número de páginas había unos grabados preciosos con escenas de la novela, así que todos los días jugaba a leer como mínimo hasta el siguiente grabado.
También recuerdo haber encontrado en la casa de mi abuela una destartalada edición de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry que me tocó armar antes de leer porque sus hojas de caían. Durante años no supe el final, así que cuando por fin tuve una edición completa en mis manos, la terminé de leer con gran placer.
El poeta y narrador Fernando Escobar Páez creció rodeado de maullidos y letras, “de allí que mis primeras lecturas fueron libros sobre gatos, cuestiones de zoología y paleontología, pues mi sueño de niño era encontrar un gatosaurio o cuando menos un tilacosmilo en el patio de mi casa”, recuerda el autor cuyos primeras y sombrías lecturas tuvieron a H. P. Lovecraft e Isaac Asimov a la cabeza.
¿Qué lectura no repetiría?
Volar sobre el pantano de Cuacthemoco Sánchez, un bodrio de autoayuda que mi ignorante profesor de literatura nos obligó a leer... según el sujeto, como mi especialidad en el colegio era Químico Biólogo, no estaba preparado para lecturas complejas... siempre maldeciré a ese profesor atorrante que por poco provoca que odie a la lectura.
¿Qué título lo reafirmó en el placer de leer?
La conjura de los necios de John Kennedy Toole. Ignatius Reilly —el protagonista—, discípulo obeso de Boecio, onanista compulsivo que adora al Oso Yogui y desea para los Estados Unidos una férrea monarquía que ponga fin a la corrupción moral engendrada por la industria cultural, se ve obligado a buscar trabajo y los resultados no podrían ser más desopilantes.
El díscolo Ignatius se halla rodeado de necios bien intencionados, casi tan teratológicos como él mismo. Es imposible contener la risa con el grotesco intercambio epistolar que mantiene con “su novia” Myrna Minkoff, las desventuras del oficial Mancuso o con la senil Señorita Trixie, por nombrar solo a algunos. De su mano, Nueva Orleans nos muestra su peor cara, toda la injusticia social, contradicciones y racismo de la democracia que no salen en los folletos del Mardi Gras para turistas ebrios.
En esta historia sin redención ni moraleja, el absurdo pone de rodillas a la realidad y el hipocondriaco Ignatius nunca aprende a ser adulto. No puedo dejar de sentir empatía hacia Ignatius, en desmedro de mi cuaderno “Gran Jefe”, yo también fui arrojado al mercado laboral a edad tardía, comparto muchos de sus vicios y el horror a los niños lascivamente giratorios que salen en la televisión, pero mi descenso en la rueda de la fortuna no es hilarante como la de nuestro héroe.
Y en cuanto a recomendaciones y contagios...
Recomiendo enérgicamente Calígula de Albert Camus, una obra de teatro existencialista donde la enajenación metafísica del único emperador romano que teniendo el poder absoluto decidió usarlo so pretexto de un ideal sin ningún tipo de mediación ética, divina o ciudadana, algo que va en contra de la lógica del poder mismo. Creo que esta obra debería ser lectura obligatoria para aquellos políticos que tras llegar al poder pierden el contacto con la realidad, se vuelven grotescos, y risibles sin importar la ‘pureza’ de sus intenciones.
El escritor, guitarrista y cantautor Hugo Idrovo vivía en Río de Janeiro, Brasil. A casi un año de estar allá, su padre le regaló un libro en portugués, Historia da Aeronautica. Entonces tenía 6 años, pero antes de cumplirlos ya había tenido libros de cuentos, de dinosaurios, de cómics “y todo lo que un niño tiene cuando aprende a leer”, pero ese, libro escrito en la lengua de Fernando Pessoa, lo volvió adicto a la lectura y a todo lo que tenga que ver con la aviación.
¿Alguna vez se obligó a sí mismo a leer?
Soy medio reacio a comprarme libros demasiado gordos, así que me impuse a mí mismo el desafío y me autoflagelé con uno bien grueso: Conversaciones en la Catedral, de Mario Vargas Llosa. ¡Lo leí hasta donde soporté!... No pudimos congeniar, por más veces que lo intenté. Nunca lo terminé de leer. Ese sí que no lo olvidaré jamás.
¿Qué libro le ha dado más placer al leerlo?
Hay algunos, muchos te diría, y de ellos elijo a dos: El Maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, y Polvo y Ceniza, de Eliécer Cárdenas. Esta última novela la ubico entre las mejores novelas ecuatorianas de todos los tiempos.
Los dos últimos libros de Idrovo son vitales para comprender la historia humana en Galápagos y su proceso colonizador: Galápagos, Huellas en el Paraíso (Ediciones Libri Mundi, 2005) y Baltra-Base Beta, Galápagos y la II Guerra Mundial (Fondo Editorial del Ministerio de Cultura y Patrimonio, 2013).
El actor y guionosta Andrés Crespo es el nombre del actor que interpretó a Blanquito en la película Pescador de Sebastián Cordero, director que ahora mismo realiza el rodaje de una de las historias en que el protagonista de su filme escribió el guión: Sin Muertos no hay Carnaval.
La primera experiencia lectora de Crespo se dio entrono al título Guillermo Brown de Richmal Crompton. “Eran las travesuras de un niño inglés que siempre tiene 11 años, escritas y ambientadas desde los años 30 hasta los 60. Mi mamá fue catedrática de literatura en la Universidad Católica por unos 25 años y fue lo primero que puso en mis manos.
La pregunta que le hicimos sobre esa experiencia hizo que descubriera algo más sobre ese texto iniciático: “lo busqué en Google y me acabo de enterar que Richmal era una mujer, padecía poliomielitis y murió un año antes de que yo naciera”
¿Qué libros suele imponerse?
Siempre trato de leer los libros que los escritores que me impactan han dicho a su vez que los han cambiado. Leer a Thomas Wolfe, a quién Jack Kerouac amaba, o a Federico Gamboa, antecesor de Carlos Fuentes, te hace entender muchas cosas. Es como ver el nacimiento de una mística.
Y en cuanto al placer hedonista de leer, a la pura alegría de hacerlo...
En eso destacan Mark Twain en cada letra, Vargas Llosa en Pantaleón y las visitadoras, Tom Wolfe (el analista moderno, no el de Kerouac) en todos. Poder reír mientras se lee es una gloria que no se alcanza siempre.
Creo que es bueno leer a Alicia Yáñez, Abdón Ubidia y a los nuevos, como Juan Fernando Andrade y Gabriela Alemán. Por dar pocos ejemplos de literatura nacional. Hay muchos. Pero leerlos te enseña mucho de lo que podemos crear sobre nosotros mismos.