“Las respuestas a la crisis pueden venir desde el sur”
Al sur de las decisiones. Enfrentando la crisis del siglo XXI es el nuevo libro del académico ecuatoriano Fander Falconí en el que reflexiona sobre la génesis de la crisis económica del capitalismo, así como los caminos que se pueden tomar para superarla, pensando, particularmente, en la experiencia latinoamericana.
Su libro reflexiona sobre la naturaleza de la crisis mundial, pero la caracteriza como una crisis civilizatoria, ¿en qué consiste?
Más allá de una crisis energética, alimentaria o económica, hay una crisis de hondo calado, y esto se expresa en los desórdenes físicos planetarios. El año pasado nosotros, como humanidad, sobrepasamos las 400 partes por millón en términos de concentración de dióxido de carbono. Esto evidenciaría un hecho: nos avecinamos hacia un problema humanitario de civilización que trasciende los órdenes económicos, sociales o energéticos. Digamos que estamos yendo hacia una especie de colapso civilizatorio y el libro parte de esta hipótesis central. Creo que se demuestra con suficiente evidencia empírica que estamos abocados a un problema de magnitudes reales.
¿Quiénes serían los responsables de esta crisis?
El libro plantea que es el capital financiero internacional y su desmedido afán de lucro el que está originando esta crisis de carácter civilizatorio. Creo que hay claras responsabilidades que recaen, fundamentalmente, en un sistema de acumulación que privilegia a la producción desmedida, al consumismo y yo sostengo que detrás de la crisis económica hay un claro ganador que es el capital financiero.
¿Cuál ha sido el rol de las instituciones internacionales?
Yo llamo una especie de gatopardismo a lo que pasó luego de la crisis económica del último trimestre de 2008, es decir, que aparentemente iba haber un remozamiento de la gobernanza internacional, de las instituciones internacionales como el Fondo Monetario, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, pero lo que hubo, más bien, fue un reforzamiento de su poder estratégico en el mundo, de su poder global, lo cual nos hace avizorar que estos representantes del capital no van a proponer soluciones de coordinación para generar otro tipo de gobernabilidad internacional, otro tipo de enfoques para contrarrestar problemas sociales, económicos y, fundamentalmente, problemas más relevantes que tenemos como humanidad como son los efectos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el agotamiento acelerado de recursos naturales.
¿Desde dónde vendrían las respuestas a esa crisis?
En general, el libro plantea que las respuestas a la crisis mundial pueden venir desde el sur y desde diferentes actores: por un lado, pueden llegar desde el pensamiento, es decir, dejar de lado lo que han sido unas políticas globales que favorecen al capital con su máxima expresión ideológica que es el neoliberalismo; también desde la acción pública, especialmente de gobiernos que plantean nuevos retos en lo que se llama el Sur, que es un concepto geopolítico; y también desde la articulación social, de las respuestas sociales frente a los embates del capitalismo y sus mecanismos de dominación internacional.
En términos de resultados, ¿qué ha mostrado el Sur al mundo para que ahora se lo regrese a ver como una alternativa de cambio?
Yo creo que el Sur muestra en este momento una expectativa, una esperanza. Si hablamos de América Latina tenemos un proceso de nuevo regionalismo que se consolida en mecanismos concretos como el Alba, Celac o Unasur. Creo que falta mucho para consolidarlos, pero son esperanzas de lo que puede ser una región distinta en materia de coordinación de políticas públicas con gobiernos, en muchos de los casos, progresistas, que quieren dejar atrás el neoliberalismo y se plantean con énfasis la lucha contra la pobreza y la derrota de las inequidades de toda índole. No obstante, yo sostengo que falta un tercer elemento, además del crecimiento económico y de la búsqueda de equidad: creo que falta un reforzamiento de la sustentabilidad ambiental y, en este sentido, la transición de modelo establece un reto conceptual, teórico y de aplicación concreta para no deteriorar el patrimonio natural sobre el cual se puede elucubrar una política social y económica del futuro.
Su libro expone como caminos de superación de la crisis al ecosocialismo y a pensar a la economía ecológicamente, ¿en qué consisten esos planteamientos?
Apuntan fundamentalmente a reconocer una posibilidad de salida de la crisis que se llama el buen vivir. La idea del buen vivir la podríamos entender como un resultado de confluencia de varias posibilidades: uno es el ecosocialismo, en el que se busca no cometer los errores de los sistemas de acumulación que fueron clásicos del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de ver un mundo finito sujeto a restricciones y donde no puede haber una expansión ad infinitum de los aspectos productivos y de consumo. Otra respuesta viene desde la economía ecológica, en tanto que esta mira a la economía dentro de un sustento físico, es decir, como una economía abierta a la entrada de energía, pero también a la salida de residuos, sobre todo, de los procesos productivos que tienen impactos negativos sociales y ambientales.
Por eso es importante reconocer que vivimos en mundo finito, y por ello hay que plantearnos restricciones. La interrogante clave es dónde ponemos estas restricciones, y lo que planteo es que debe haber un decrecimiento de las economías ricas y del norte, que son las que tienen los más altos niveles de consumo de energías y de materiales, y son las que más están contaminando el planeta.
Si bien usted plantea que hay que superar esas viejas formas de hacer economía, ¿qué más hay que superar en otros terrenos que no necesariamente son económicos, como el campo de los valores sociales?
Creo que hay que superar la idea de los valores de cambio, sobre todo, de los valores mercantiles en las relaciones sociales y en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. Hay que volver a plantearnos que existe un conjunto de valores extramonetarios en nuestras relaciones humanas, que hay valores que no necesariamente tienen precios y estoy refiriéndome a los valores de uso indirectos que prestan los ecosistemas por ejemplo.