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Las pistas tras las letras

Las pistas tras las letras
10 de abril de 2011 - 00:00

El tráfago es inevitable por estos días. Ya se están dando las primeras reuniones preparativas para la convocatoria más importante de nuestras letras. Se trata de la undécima edición del Encuentro de Literatura Ecuatoriana "Alfonso Carrasco Vintimilla" -por celebrarse en Cuenca, en octubre de este año-. La convocatoria reúne, cada tres años, a lo graneado de los actores relacionados con la literatura del país.

La presidenta de esta versión del encuentro, María Eugenia Moscoso, traba charlas con las autoridades de la Universidad de Cuenca, la institución anfitriona. Se alistan las mesas, se acuerdan los temas con los ponentes, y se confeccionan las fechas para las charlas magistrales y las lecturas de poesía. El taller, que sobre literatura policial latinoamericana ofrece el alma máter morlaca, se prepara en sus últimos detalles, también, a cargo de Guillermo Cordero. La línea temática que cruzará el encuentro entero será la literatura de entre-siglos. Trataremos de revisar qué está pasando con nuestras letras, ahora que podemos mirar hacia atrás y colocar el fin de milenio como cesura.

Una década antes y una después de ese emblemático 2000, la literatura ecuatoriana ha avanzado en su creación y en su crítica. Se presentarán libros en todos los géneros, antologías, muestras, se diseñarán futuras ediciones. En el plano turístico, consumiremos toneladas de dulces fabricados por las monjas conceptas, además de los viajes a Chordeleg por algo de plata y a otros puntos azuayos por artesanías. Nos encontraremos con viejos amigos del oficio, con quienes hace tres años compartimos charla y mesa.

En Cuenca estarán los narradores, los dramaturgos, los críticos, los poetas, pero también los editores, los cineastas y los músicos. Y por supuesto, los estudiantes de letras, futuros creadores, e interesados en general.
Parecería que las letras fueran uno de los pocos elementos que amalgaman fuertemente a los ecuatorianos -casi como el fútbol-: todos, por esnobismo o por razones de más peso, coinciden en que la literatura los moviliza internamente y los empuja a ejecutar acciones, a invertir dinero, esfuerzo y tiempo en estos asuntos del espíritu.

Esto en abstracto, porque de ahí las relaciones son variopintas, y son seña de que a veces es mejor solamente leer la obra de los autores -de quienes realmente llegaran a la poseerla-, y no llegar a romper esa barrera personal, la de conocer al escritor. Las desilusiones, en esa dirección, no suelen ser pocas. Pero eso es lo accesorio, porque lo principal es la fiesta de los libros del Ecuador, de ecuatorianos, o sobre nuestros temas. 

Un género al que se vuelve  

No es necesario recaer en la perogrullada de que hay géneros muy prestigiosos en la actualidad que, en cambio, no lo fueron hace algún tiempo. Me he referido párrafos atrás a la novela y al cuento policiacos cuando mencioné el seminario que Cordero entablará como actividad paralela al encuentro. Era vista como un subgénero esta cuestión policial a pesar de que voces tan representativas como las de Borges, Bioy Casares, por citar a los latinoamericanos, dijeran lo contrario. En nuestro ámbito han abordado esta temática plumas como las de Santiago Páez, Miguel Donoso Pareja, Eliécer Cárdenas, entre otras.

Hemos tenido incluso un decálogo, redactado por Raymond Chandler, acerca de qué hacer y qué no hacer al momento de escribir un texto policiaco. He querido, como nota ilustrativa, reproducir estos diez mandamientos que trajo R. Chandler de la montaña sagrada:

1. La situación inicial y el desenlace deben tener unas motivaciones verosímiles.  

2. No deben cometerse errores técnicos respecto a los métodos del crimen y de la investigación.   

3. Los personajes, el ambiente y la atmósfera deben ser realistas. Hay que referirse a personas reales en un mundo real.      

4. Además del elemento de misterio, la intriga debe tener un cierto peso en tanto que argumento.        

5. La sencillez fundamental de la estructura debe ser suficiente como para admitir una fácil explicación cuando el momento lo exija.

6. La solución del misterio no debe escapar a un lector razonablemente inteligente.

7. Cuando se revela la solución, esta debe parecer inevitable.

8. La novela policíaca no debe intentar hacerlo todo a la vez. Si se trata de la historia de un enigma que funciona a un nivel mental elevado, no podemos convertirla también en una aventura violenta o apasionada.

9. Es preciso que de una manera u otra, y no necesariamente a través de los tribunales de justicia, el criminal reciba su castigo.

10. Es necesaria una cierta honestidad con el lector. El lector acepta que lo engañen, pero no con una tontería.

Aunque Chandler sabía de lo que hablaba (recordemos esa formidable novela que es El largo adiós), somos conscientes de que a estas alturas sus mandamientos pueden ser transgredidos por los escribidores de hoy, en busca de nuevos caminos para una poética de la novela negra o de la policiaca (habrá que detallar en su momento las lindes entre una y otra). Los seguidores de Sam Spade (de Dashiell Hammett) y del Maigret creado por George Simenon pedirán algo distinto al escritor contemporáneo. Y cómo no, el género ya ha firmado su carta de naturalización entre los hispanoamericanos. Pensemos en dos buenos ejemplos, sugeridos por el plan de novela policiaca latinoamericana de la UASB. Son ellas La pesquisa, del argentino Juan José Saer, y El amante de Janis Joplin, del mexicano Elmer Mendoza.

La pesquisa es el seguimiento a las investigaciones que se realizan para develar el secreto que cubre una serie de asesinatos, ambientada entre París y Buenos Aires. El narrador es Pichón Garay, y las víctimas son indefensas ancianas. Me interesa afirmar que ya desde las primeras páginas el narrador nos da las pistas suficientes para conocer al asesino, así que hay que sospechar como lectores y creer que el propósito del texto es otro. Al lector, esta es una novela a la que hay que acercarse con un mínimo grado de esa sana sospecha, como si fuéramos nosotros los investigadores.

El amante de Janis Joplin asume con la crudeza del lenguaje propio del mundo de la mafia sinoalense las vicisitudes que debe afrontar un joven, David Valenzuela, y la suerte de renovada picaresca violenta que tiene por existencia.

Al asesinar (sin quererlo) a un gángster del afamado triángulo dorado, debe huir por su seguridad y enfrentarse con la guerrilla, gracias a la cercanía de un primo suyo.

Más adelante, tras ver los recovecos corruptos de la policía, viaja a Los Angeles, donde está cómicamente a punto de firmar por los Dodgers y donde se enamora irremediablemente de la Rosa. Para verla de nuevo, se convierte en casi todo, de la mano de un narco de poca monta, que se hace su amigo (el Cholo). No me queda sino recomendar esta novela, que es toda una bofetada a lo que creíamos lectura bien (¿existe ese término?) y nos asienta en una literatura del mundo de hoy, bien escrita (que es lo que le pedimos a la literatura de todos los tiempos).

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