Édison Gabriel Paucar, escritor ecuatoriano
"Las novelas tienen que estrellarse contra el tabú"
La primera novela de Édison Paucar empezó a gestarse en Barcelona, a inicios del anterior año. El autor ecuatoriano viajó a Europa para estudiar una maestría y, como las clases solo le ocupaban un par de horas a la semana, aprovechó el tiempo libre para escribir. Luego de haber armado “un boceto extraño y sin mucho sentido” -reconoce Paucar-, el escritor español Jorge Carrión leyó lo que había hecho y le dijo que si quería armar una buena novela, debía insertar los temas fundamentales que tocan a los seres humanos.
Así, la violencia, el rencor y la fraternidad confluyen en Mientras llega la lluvia, una novela que narra las disputas de un grupo de estudiantes, alumnos y familiares alrededor de un colegio que es el foco de la contradicción.
La época de la adolescencia marca el ritmo de su novela, ¿cómo fue reconstruir ese ambiente, esa edad que puede ser tan ambigua?
Hay una frase atribuida a Bolaño que dice: “Para escribir novelas no hace falta imaginación. Solo memoria. Las novelas se escriben combinando recuerdos”. Aquello es cierto, pero no es una verdad absoluta. Esta novela fue un ejercicio de nostalgia. Tengo en mi cabeza, aún muy presente, la época colegial. Rondan en mi memoria los rostros de mis compañeros de curso, las extrañas e ingenuas conversaciones que teníamos a esa edad y el descubrimiento que un niño hace del mundo adulto. También tengo grabados en mi cerebro los hechos que ocurrieron cuando estudiaba en el colegio Gonzaga: me refiero a la huelga que ocurrió en 2002. Ahí, la institución en la que me encontraba funcionaba por la tarde, en el colegio San Gabriel. Este hecho es uno de los principales acontecimientos que aparecen en el libro, y, para reconstruirlo, volqué todo lo que recordaba del suceso y también las conversaciones que mantuve con muchos excompañeros de aquellos tiempos. Al final, lo que se narra en el libro no es más que una versión libre y deformada por mi imaginación de un hecho real.
El cruce y disputa de clases son ideas latentes de su obra…
Este conflicto se deriva de los temas centrales que trabajé en la novela, como la envidia y el rencor, que se los puede ver en el duelo que tienen constantemente los hermanos Pasquel. Para armar esta trama me documenté mucho con diversas lecturas, unas más cercanas que otras, pero todas muy fuertes. Por ejemplo, Caín y Abel, o la historia de Huáscar y Atahualpa. Otro de los temas que está constantemente en el libro es el mal, entendido como el ser extraño que entra a una comunidad (sea colegio, parroquia, país, etc.), para cambiar su rumbo y llevarlo al declive.
Hay una fuerte crítica hacia la institución católica y educativa, ¿por qué se concentró en esas dos entidades?
Porque iba a abordar un episodio de mi vida. Al ver que esta novela era de carácter realista, fueron saliendo los recuerdos que tenía de mi excolegio. Al ser también una historia de ficción, muchos de estos acontecimientos fueron alterados, pero intenté que no carecieran de esa verdad literaria que es valiosa y vital en una novela. Además, creo que la literatura está para problematizar temas que no se topan en la sociedad, a menos que sean noticia. Las novelas tienen que estrellarse contra el tabú y partirlo como una fruta para que nosotros, los lectores, podamos analizarlo mientras lo engullimos.
En cada capítulo, las voces narrativas, así como los ambientes, se alternan, ¿cómo ideó la estructura narrativa?
Traté de que la estructura tenga simetría, que no sea una novela en la que sobresalga solo una parte, sino que el todo tenga armonía e importancia. Si bien es una historia contada en fragmentos, hay una unidad global. Además, para que tengamos libertad -los personajes y yo- intenté que la novela salte entre la ciudad de Quito, con sus distintos barrios (especialmente el de La Mañosca) y la institución educativa. Busqué dar aire a la narración para que no se encierre todo en un solo lugar. De igual manera ocurrió con las voces narrativas. Mi visión de esta novela siempre fue el cruce de voces. Un libro polifónico que debía ir alternándose entre un narrador omnisciente y los personajes, en primera persona. Este hecho hace que no haya un personaje central en la historia. Que sea una novela coral con un protagonista plural o colectivo.
¿Cuáles fueron sus referentes para armar este relato?
Fueron muchos, pero tratando de resumir, diría que por sus maneras de narrar los espacios, creo que este libro está dentro de una tradición literaria cercana a La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, y a Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Por las mudas de narrador diría que el libro es cercano a Mientras agonizo, de Faulkner; La traición de Rita Hayworth, de Puig, y La cruzada de los niños, de Schwob. Estos libros fueron fundamentales para armar mi novela. Podría sumarle La infancia de Jesús, de Coetzee, que me ayudó a entender la historia que yo quería proyectar en el personaje del expadre Francisco Aguirre. (I)