Las ‘andadas’ del Bibliobús
UNO
Me habría gustado empezar esta historia contando, a ciencia cierta, cuál fue el pasado del autobús marca Ford que, en 1983, llegó desde Alemania hasta Quito para convertirse en una biblioteca ambulante.
Lamentablemente no existen mayores registros. La poca información que se puede hallar al respecto está traspapelada entre los archivos de la Biblioteca Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) y el recuerdo de quienes alguna vez lo vieron lleno de libros, recorriendo —en todas las direcciones— los sitios más periféricos de la capital.
Se sabe, a breves rasgos, que el bus fue una donación a la Casa de la Cultura cuando ésta se encontraba a cargo del ensayista, narrador y catedrático ibarreño, Edmundo Rivadeneira, quien lo usó como herramienta clave para la campaña de lectura en aquel tiempo.
Una década funcionó el bibliobús hasta que, por falta de presupuesto, terminó varado junto a los jardines del ágora. El tiempo pasó y las latas comenzaron a oxidarse.
Más tarde, en 2000, con el programa Esta casa sí camina, la institución retomó la itinerancia. Siete años más logró funcionar hasta que finalmente quedó inactivo. Su deterioro era cada vez más evidente: los estantes de madera se llenaron de moho, sus llantas quedaron desinfladas y las latas se convirtieron en el blanco perfecto para los grafiteros que de vez en cuando pasaban por allí. Un par de nombres, varias insignias y algún código era lo único que, paradójicamente, se podía leer.
DOS
Para fortuna de muchos lectores, el aparente final duró cinco años y el bibliobús actualmente está completamente restaurado. Su parada, extrañamente situada afuera de un centro comercial, al sur de la ciudad, convoca a los curiosos que, por lo llamativo de su diseño, no dudan en entrar. Muchos de ellos salen suscritos y con libro en mano.
Si bien gran parte de su magia, la capacidad de movilizarse a los lugares más apartados llevando lecturas gratuitas, ya no será (el convenio que logró habilitarlo implica que la biblioteca se mantenga fija), también es cierto que el nuevo Bibliobús permanecerá abierto, sobre todo, para un público que hasta hace poco tampoco tenía ninguna opción de lecturas en el sector.
TRES
El convenio que lo hizo posible fue firmado entre la CCE y el Centro Comercial El Recreo. Según sus representantes, es una cooperación poco común, pero necesaria, pues son cerca de $100.000 los que se invirtieron para habilitar el nuevo bibliobús, además de adherirle una sala de lectura con capacidad para 40 niños. El inventario bordea los 3.000 títulos, y el costo de suscripción anual es de $ 5, valor que sirve para sacar el carné (presentando la cédula de identidad y registrándose), con el cual el lector podrá llevarse el libro que desee por un período de 15 días renovables.
CUATRO
Sábado. Mediodía. Vísperas de Navidad. Ruido y filas de gente con grandes bolsas de regalos. Estoy parada en el parqueadero de El Recreo, Acceso 1, justo en la línea divisoria entre dos espacios que, por naturaleza, parecerían oponerse. Ingreso de inmediato al bus. Notas de jazz invitan a descartar el tiempo. Reconozco el estilo de Dave Brubeck. El librero me saluda mientras deja su escritorio, ubicado en el mismo lugar donde alguna vez el conductor apretaba el pedal.
Paneo general, 11 secciones: literatura universal, ecuatoriana, ensayo, filosofía, historia, infantil, entre otras; además de una pequeña con las recomendados del mes. Reviso brevemente los títulos a lo largo del modesto, pero nutrido pasillo. Me llevo gratas sorpresas: Celine, Canetti, Houllebeq y McCarthy son los primeros en saltar a la vista. Giro y encuentro a Steiner, Bukowski, Salinger y Lamborghini. Nuevamente a la izquierda: Kenzaburo Oé, Marqués de Sade y Georges Perec. La lista sigue, mis ojos se iluminan, en efecto, se trata de una verdadera y muy particular biblioteca.
CINCO
Su nombre es Adriano Valarezo, tiene 37 años y es la pieza clave de este lugar. Adriano pertenece a la estirpe de buenos libreros que, por su amor infinito al libro, no podrían trabajar en otra cosa que no fuese moviéndose a diario entre las más variadas ediciones. Se le nota, incluso en su modestia y su silencio, la forma de manejar los libros, de olerlos, de ordenarlos. Ha trabajado en varias librerías de Ecuador y Argentina, donde cursó materias de bibliotecología. “Soy un bibliotecario con formación de librero”, dice. “Y esta es mi sucursal del paraíso”, agrega. Parecería que Borges asiente con complicidad, de alguna forma, desde una sección dedicada a su obra.
El Bibliobús fue originalmente donado a la Casa de la Cultura; llegó desde Alemania en 1983.Entra una pareja con dos niños, Adriano los orienta. Desde aquí miro a la otra librera que está asistiendo a las preguntas de varios niños en el área infantil, se llama Sonia.
Sigo revisando títulos y descubro una pila de autores ecuatorianos contemporáneos. Adriano retoma la conversación. “El sistema que manejamos -cuenta- es un sistema bastante amigable. Al ser una biblioteca de estante abierto (a la que se accede directamente al libro sin pasar por el filtro de una persona que muchas veces ni lo ha leído) es como si fuese una librería, con la única diferencia de que aquí no se factura”.
Sucursal del paraíso, repito en mi mente. Y mientras Adriano sigue moviendo libros, de un lado a otro, lo asocio con aquello que Borges sostenía: Ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica.
SEIS
Por más pequeña que sea una biblioteca, siempre será laberíntica. Eso me pasa aquí. Parecería que el pasillo me fuese a tomar pocos pasos, pero cuando me detengo a tomar un título, dos, tres, es difícil no sentir que esos tomos son, a su vez, otras puertas. —¡Mira esta joya!, dice Adriano. Se trata de una sección exclusiva para no videntes. Todo registrado en sistema braille. Poesía Universal. Trece volúmenes. Las páginas son tan blancas que pareciese que la luz es la que va inscribiendo, dígito por dígito, cada verso.
Paso el dedo índice por un lenguaje que no entiendo, pero intuyo. Descubriendo otro tipo de lecturas. Cumandá. Juan León Mera. Volumen 4 también es parte de la colección. Tomos extremadamente gruesos. —Imagínate cómo sería Ulises de Joyce, dice Adriano; y ni bien termina su frase ya se encuentra en otra sección, acomodando otro libro, afinando su instrumento.
SIETE
Ya me había comentado Adriano sobre su lector estrella. Dos minutos bastaron para comprobarlo. Erick Encalada, de 14 años, es un lector voraz y sesudo, de aquellos que no conocía hace tiempo. Un muchacho tocado por la magia del pasado y el futuro, un visionario. Erick sabe observar, y cuando habla ocupa las palabras precisas, nunca forzadas, para dar en el centro de una idea.
Entre sus referentes literarios están Charles Dickens, Dostoievsky, Edgar Allan Poe, Marcel Proust, Guy de Maupassant, entre otros.
Empezó a leer a los 7 años, cuando por accidente tomó un libro que su prima, de 16, había dejado a un lado. Se trataba de El Túnel de Ernesto Sábato, obra que despertó su interés por el mundo de las letras. Luego, a través de una enciclopedia regalada por su padre, descubrió los grandes clásicos de la literatura universal.
No obstante, pese a su amor por la lectura, muchos de los libros no los pudo terminar ya que su madre los consideraba demasiado fuertes para alguien de su edad. Así sucedió con Ana Karenina de Tolstoi.
“Llegué hasta el suicidio de Ana sobre las rieles del tren. Mi mamá no quería que lo siguiera leyendo, lo mismo ocurrió cuando leí El gato negro de Poe, porque empecé a tenerle miedo a los gatos. Pero yo le decía que era injusto, que en la vida se aprende a tener miedo, y también a vencerlo, para eso están los libros. Es algo natural”.
Hace poco Erik terminó de leer El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Fueron 217 páginas, me dice, lo leí en 26 días. Adriano lo observa con el orgullo de un cómplice, de un consejero, de un amigo.
OCHO
Si algo caracteriza a un buen librero es la intuición. Al partir, Adriano me dice: —Si te gusta Cormac McCarthy debes leer este libro: ’Los hermanos Sisters’ de Patrick de Witt. Sonrío. ¿Para qué esperar? En menos de cinco minutos estoy suscrita. Adriano me entrega el libro y enseguida recuerdo una frase del caricaturista británico Neil Gaiman: Google puede devolverte 100.000 respuestas, un bibliotecario puede devolverte la correcta.
Me despido. El jazz sigue girando. Mientras me alejo doy un último vistazo al autobús; no al impecable y colorido sino al viejo y recorrido Ford. A lo lejos las montañas se perfilan; galopa el año de 1983, por un instante, en mi cabeza.