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La transgresión de una frontera que nunca existió

La transgresión de una frontera que nunca existió
07 de agosto de 2013 - 00:00

Quizás, las grandes inquietudes que nos perturbaron en  la adolescencia (y que lo siguen haciendo), están en el mismo lugar de siempre: en ese lienzo virgen que es la pizarra de un colegio (no de una escuela ni de una universidad).   

Cuando el profesor salía al baño, llegaba tarde o nunca iba, escribíamos y dibujábamos en la pizarra todas esas brutales frases, palabras e imágenes que  condensaban nuestro deseo de exteriorizar lo anhelado, que era lo desconocido y temido: “Literatura, dios, ideales, virtudes, sexo, tiempo, signos de interrogación, vaginas, penes, poemas, amor, ¿amor?, te amo...”.

Con una tiza que manchaba las manos de blanco y que producía una serie ininterrumpida de estornudos, acentuábamos letra a letra lo que ya era incontenible en nuestros cuerpos y que, por lo tanto, debíamos escribirlo. Y claro, todo eso en complicidad de nuestros amigos, quienes inclusive, los que eran más ágiles con sus manos, te ayudaban a darle forma a los órganos genitales que torpemente rayábamos.                       
Canciones como Surrender o It´s a sin, son pertinentes intermediarios musicales en la obra“De hombre a hombre”, una obra de teatro que es parte de la Bienal de Artes LGBTI de Quito Contranatura, desde su inicio, no deja de remitirnos a esas imágenes y sensaciones, dependiendo del nivel de coincidencias que uno encuentre con esta propuesta escénica que es dirigida por Chris Kaiser, con la actuación de León Sierra y Pichiko Guðmundsson, y que se presenta en el Estudio de Actores, de jueves a sábado, a las 20:00.

La obra fue escrita y dirigida originalmente por Mariano Moro, y en uno de sus afiches de promoción se decía, a manera de resumen: “Como en una vieja novela de Alberto Migré, el amor entre dos opuestos, un alumno y un profesor, resulta inevitable”.   

Antes de la función, te dan una corbata roja a manera de uniforme para que ingreses al salón de estudios. Está a punto de iniciar la clase de Lengua y Literatura del profesor Gabriel, y entre el público (que ahora se   ha convertido en alumno), está un inquieto estudiante, llamado Andrés, rayando las paredes negras del salón con “obscenidades”.         

Con la agresividad que caracteriza a los profesores en sus primeros días de clases, que no es otra cosa que un artificio  para infundir un falso temor (¿amor?) reverencial a sus alumnos, Gabriel inicia su cátedra tratando de intimidar(lo)(nos) con una excesiva retórica literaria, y citando versos de Walt Whitman y Silvina Ocampo.   
“Yo me celebro y yo me canto, / Y todo cuanto es mío también es tuyo, /Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca”, recita el  barbudo  profesor, mientras mira a ese ansioso y flaco  joven de ojos indescifrables, a quien se lo ha acusado en la clase  de marica, porque le gusta y escribe poesía.

Paréntesis I

 - “¿Cómo te llamas?”, le dice a manera de reto el profesor.
- “Andrés”, responde fríamente el estudiante.
-“¡Andrés!, nombre de santo...”, exclama entre risas el profesor.
 - Y usted, ¿cómo se llama?
- Gabriel
- Como el dictador...
- ¡Por favor!, no se deje llevar por las exageraciones de la historia, por lo que decía Juan Montalvo en su Libro de las pasiones.
 - Pero usted, ¿nos va a enseñar historia o literatura?
- Yo les voy a enseñar muchas cosas, Andrés...


 (Los diálogos no son textuales)

Andrés, que  comparte esa misma sensibilidad por las letras que tiene Gabriel, empieza a sentirse retado en cada declaración (siempre intencionada) de su profesor. Así, se presentan diálogos extendidos, pero no menos interesantes, sobre la idea de Dios entre los hombres, sobre los límites de una supuesta ética humana, y de la imposibilidad del deseo entre ambos.   

Los diálogos, a pesar de ser extensos, no dejan de conectar al público por su intensidadLa fuerza de los argumentos, así como la forma en que se los dicen, mantiene  al público atento, pues  no dejan de recorrer con la mirada los cuerpos de ambos actores, como cuando Andrés está a pocos centímetros de la boca de Gabriel recitándole el poema (basado en su prematura atracción a su profesor) con el que ganó un concurso literario, o cuando Gabriel está con una escasa ropa de cuero enrollándose una cuerda alrededor de su barriga, mientras ésta hace presión a manera de ahorco, al cuello de Andrés.  

Talvez, esta última imagen sintetice los riesgos (¿acaso el posible desenlace?) de esa atracción aparentemente  contradictoria: un adulto - un joven, un profesor - un estudiante, un agnóstico - un creyente, un hombre - un hombre (aunque sea la misma palabra, en nuestra sociedad esta relación es el ejemplo supremo de las contradicciones).

Paréntesis II

Where you stand right now
I open to
Only you now
I choose thou
I refuse now
Full of glory now
Painful paper
I carry you
I nurture you
Give birth to you
I can
Feel your hearts end
Touch me again
I surrender
(Ólöf Arnalds feat. Björk– Surrender)

Hay momentos en la obra en la que la música sirve de paréntesis para que los actores muden de piel, básicamente, Gabriel, quien alternaba en cada canción su traje de profesor serio y peinado bien fijado, con otro más corto de cuero, y que vestido así, era más honesto en sus declaraciones hacia Andrés.

Canciones como Blue/Eclipse, Be gentle with me, It’s a  sin, Surrender y I will survive (pero en la voz de la banda Cake), son pertinentes intermediarios sonoros para que  los actores acomoden el espacio, su vestuario y clausuren la obra.    

Paréntesis III  

En El Banquete,  de Platón, hay un mito donde se narra que el Eros es producto de la unión  entre la riqueza y la pobreza. En este sentido, y como lo señala Sergio Zabalza, “es la falta de Penías (pobreza) lo que la impulsa a engendrar un hijo de Poros (la riqueza). Con lógica parecida, los dos personajes principales (de El Banquete) –Sócrates y Alcibíades– dibujan el derrotero por donde la diferencia hace un lugar al impulso erótico”.

“De hombre a hombre”, con un acierto actoral nos enfrenta ante un Sócrates y un Alcibíades contemporáneos, que nos revelan que desde la contradicción, se engendra, al menos, la posibilidad del deseo.

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