La Música de cámara tiene a una nueva agrupación que también interpretará composiciones de sus integrantes
La Sinfonietta del Valle quiere acercar la música universal a los márgenes de Quito
Los valles aledaños a Quito están poblados de un silencio que dibuja un margen: la lejanía de los grandes auditorios en que puede apreciarse la música de cámara. Pero El Cascanueces (de Tchaikovsky) tuvo una interpretación singular, el pasado 22 de diciembre, en Cumbayá.
La Sinfonietta del Valle es un proyecto que intenta romper el silencio de estos lugares —incluido el Valle de Los Chillos—, se formó con la colaboración de solistas académicos, quienes están empeñados en mostrar su calidad interpretativa acercándose a un público al que suele sorprenderle su incursión fuera del Centro Histórico o auditorios como el de la Casa de la Música.
El tenor Pedro Pablo Cepeda dice que el repertorio irá más allá de las piezas clásicas y, como productor, está trabajando en la propiedad intelectual de algunas composiciones de varios integrantes de la Sinfonietta. Quiere, incluso, que “algún mito ecuatoriano pueda ser recreado (por la agrupación)”.
Cuando tenía 15 años, el cantante lírico interpretó al ‘Chulla’, con los actores de la fundación Quito Eterno, que se ha hecho reconocible por sus recorridos históricos. Para la Navidad, invitó al actor Javier Cevallos Perugachi, quien interpretó al personaje el ‘Danzante’ mientras la Sinfonietta se daba a conocer en un auditorio lleno de Quorum Quito, en el Paseo San Francisco, donde los músicos tienen una sala de ensayos.
Además del respeto a la propiedad intelectual de sus composiciones y el acercamiento a un público que no siempre los tiene cerca, la Sinfonietta se ha trazado como objetivo el generar propuestas de trabajo para quienes ofrezcan algún bien o servicio para sus espectadores. Durante el concierto que ofrecieron antes de la última Navidad, hubo una cena para 500 invitados. Y las iglesias aledañas, en que se concentran las comunidades, están entre los escenarios que quisieran adaptar, ya que las condiciones para la música de cámara requieren espacio y amplificación determinados.
El Concierto III de Brandenburgo, de Johann Sebastian Bach, ocupó a la docena de músicos, entre quienes está el maestro Daniel Khachatrian, al violonchelo e integrante, como varios, de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (OSNE). Unos adaptaron las partituras, otros propusieron añadir una serenata para cuerdas de Pyotr Ilyich Tchaikovsky al repertorio, sin un director definido, porque la agrupación ha logrado ponerse de acuerdo sobre la base de la colaboración y disciplina que les exige la interpretación de su instrumento.
La violinista Mariya Melnychuk dice que el amor a la música fue lo que unió a la Sinfonietta, mientras violas, violonchelos y contrabajos suenan de fondo, en uno de sus ensayos, los cuales suelen repetir dos veces por semana, aunque esas jornadas se multiplicarán para su próximo concierto.
“Nuestra intención es tocar la música que no se toca (habitualmente)”. Recuerda que el año pasado interpretaron, durante el programa navideño que organizaron, el intermezzo de Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni, para lo cual incorporaron címbalos, pianos acústicos y eléctricos.
“Elegimos tomando en cuenta las obras por su belleza”, dice la violinista, para quien la importancia de cada pieza en el repertorio tiene que ver con su carácter universal, uno que le hace nombrar a Sergei Prokofiev, el enfant terrible de la música rusa de la primera década del siglo XX, entre los compositores que quieren interpretar. Las mañanas tienen a Mariya en los ensayos de la OSNE, mientras que las tardes suele ocuparlas para ensayos individuales o junto con la Sinfonietta del Valle.
David Calderón es otro violinista de la agrupación que, como otras, tiene que cubrir los derechos de los autores que deciden interpretar sin que hayan pasado aún 7 décadas de su desaparición física. David es profesor de música, en el Colegio Alemán y suele colaborar con la OSNE, por lo que su amistad tuvo que ver con su incorporación. Los instrumentos parecen ser inseparables de cada integrante, cuyo rigor no se puede impostar. Las dificultades técnicas frente a la partitura suelen resolverse, dice el violinista, de forma individual, para que, luego, al momento de hacer el ensamble, surja un equilibrio. “Lo que el cuerpo avance” es la medida de los ensayos y la fatiga suele variar.
Una de las violas de la OSNE tiene a Manuel Moreno como intérprete y, ya en la Sinfonietta, comenta que la exigencia requerida para recrear el barroquismo de Bach y el romanticismo de Tchaikovsky va más allá de que sus cuerdas suelten acordes a la vez: “Cada viola puede ser solista en una parte y hay 3 violines solistas, además de un cuarto que dobla la primera voz”.
Al sonido se suman las complejidades del vibrato, esa ondulación producida por una vibración ligera del tono que los músicos tienen que regular. Son cosas que este tipo de ensambles pueden enseñarle al público, como una forma de establecer una relación íntima con este. Otra viola está a cargo de Adrián González, quien habla de la concentración como requisito final. (I)