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‘La razón blindada’: Un homenaje a la libertad de imaginar

‘La razón blindada’: Un homenaje a la libertad de imaginar
02 de febrero de 2014 - 00:00

En los años 70, bajo la crudeza de la dictadura militar argentina, miles de presos políticos pasaron por el Penal de Rawson. En esta cárcel de máxima seguridad, militantes de grupos de izquierda y otros disidentes pasaron años encerrados, en ocasiones soportando torturas, en medio de la vasta Patagonia, ubicada al extremo sur del continente.

Durante esta larga espera, en la que no existían las condenas exactas, la vida estaba regulada y casi todo prohibido, por lo que los presos se dedicaron a aquello que sí podían hacer:  imaginar.

Uno de ellos, Chicho Vargas, que estuvo 7 años encerrado en Rawson, volvió al lugar después de unas décadas. Durante ese viaje le contó a su hermano, el dramaturgo exiliado en Ecuador, Arístides Vargas, sobre cómo todos los domingos él y un grupo de amigos se reunían para hacer teatro, imaginar historias e interpretar roles con el fin de reír para sobrevivir.

Al estar siempre vigilados  y en condiciones de represión severa, los juegos se hacían sentados alrededor de la mesas comunes. Tenían prohibido estar de pie.

De este ejercicio de imaginación liberadora, llevada a cabo en las situaciones más duras, nace la obra de teatro La razón blindada, escrita y actuada por Arístides Vargas y Gerson Guerra, de la compañía Malayerba. Por un azar de la vida, a esta inspiración original le fue tejida la gran oda universal a la imaginación, la locura y la risa: el Don Quijote de Miguel de Cervantes.

La pieza resultante, inicialmente estrenada en 2006, es uno de los mayores éxitos de la compañía y ha sido interpretada por grupos teatrales en distintos países.

En una doble sesión de jueves y viernes volvió a Quito la semana pasada, donde se representó ante una sala a reventar.

En un lugar indenifinible y yermo, dos personajes -Panza y de la Mancha- se mueven en un mundo inestable y absurdo. Viven atrapados y  vigilados constantemente por guardias invisibles, parecen haber olvidado su vida en el exterior y sus diálogos se pierden en la irracionalidad. Pasan su tiempo sentados porque está prohibido ponerse de pie y se mueven entre las tres mesas dispuestas en el escenario con unas sillas rodantes.

La mayor parte de sus días buscan revivir sus memorias ya estériles, comprender las visiones de sus sueños y percibir  intuitivamente lo que pasa afuera. Hablan al aire sin escucharse y se pierden en el absurdo de la realidad coartada, hasta que llega el domingo y, desde la fantasía y el poder del lenguaje, cavan un ‘túnel intangible’ a través del cual escapan de su cautiverio.

En este nuevo mundo que crean entre ambos para escapar, reviven de forma irónica y jocosa las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, siempre de forma libre y sin ataduras, mutando en su interpretación de un personaje a otro, lanzando puyas políticas, hablando con animales y rompiendo la barrera del teatro para hacer metaficción. En definitiva: pura libertad creadora.

El personaje de Sancho Panza que interpreta Vargas -inspirado directamente en la brevísima parábola ‘La verdad sobre Sancho Panza’ de Franz Kafka- es el que va hilando la historia y las aventuras que vive con De la Mancha. De su imaginación, y no la de Cervantes,  nace el héroe que necesitan ambos, el héroe que va a destruir la realidad cotidiana con su locura. Sancho es el que finalmente crea a Don Quijote, al igual que  Vargas crea la obra.

En este sentido, el símbolo del personaje creador del cuento de Kafka, que rompe la barrera de la ficción, es representado a la perfección por el dramaturgo.

Las risas del público comparten el sentido de superación con las de los presos políticos de Rawson.En el ejercicio creativo de libertad, guiado por Panza, los dos compañeros viajan desde la Patagonia hacia La Mancha, África y más allá, riendo e intercambiando cuentos, reflexiones y silogismos que hacen que el público se olvide rápidamente de su situación real. Para no desconectar con la realidad, con mucha ironía dramática, De la Mancha grita continuamente, ¡cuidado! y ambos se frenan en seco, con mirada asustada, mientras un vigilante invisible les impide seguir con su juego.

En el sustrato de la obra hay un profundo sentido del humor. La risa es lo último que se pierde, nos dice Vargas. En esto, el público participa activamente: a pesar de la dureza de la situación, de la tristeza, confusión y constante humillación de los personajes, saben transformar sus penas en ironía y su ironía en humor.

Imaginar por necesidad no es lo mismo que hacerlo por placer. Por eso, el humor de la obra no es ligero, es filosófico y profundamente balsámico. Por eso, las risas -más bien carcajadas- que salían del público, tienen un significado, compartido en varios niveles con las de los presos de Rawson: el humor y la locura del teatro nos ayuda a todos  a escapar de la cruda realidad cotidiana.

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