La política: vieja compañera de la cinematografía de Hollywood
Se dice que la edición de los Oscar de este domingo está cargada de política -en ciertos casos, bélica- y no es para menos: solo en la categoría de Mejor película, 4 de las 9 nominadas tratan de plano un aspecto político-militar relevante de la historia -o el presente- de EE.UU.
Tal vez no sea una sorpresa, dado que 2012 fue un año electoral en Estados Unidos, pero las películas favoritas a los Oscar tienen un fuerte componente político que podría haber influenciado la carrera por los mayores premios de Hollywood.
Claro, la política es irrenunciable, y la necesidad de la industria del cine de contar con la predisposición de las instituciones militares para disponer de todo tipo de equipos de tecnología o portaaviones en sus películas... esa necesidad, decíamos, es igual de fuerte que el requerimiento de la CIA, el Pentágono -o el gobierno en general- de difundir y convencer con su mensaje, en un país que ha adoptado la guerra como “política de Estado”.
Coincidencia o no, las críticas que los defensores de un mayor control al porte de armas vertieron sobre la sangrienta “Django desencadenado” y las discusiones sobre la tortura que empleó la CIA, según “La noche más oscura”, han alimentado agrios debates políticos.
Pero, obviamente, el filme más político en carrera por la gloria de los Premios de la Academia el domingo próximo es “Lincoln”, de Steven Spielberg, elogiado entre otros por el ex presidente Bill Clinton durante una sorpresiva aparición en los Globos de Oro el mes pasado.
“Una dura batalla para impulsar una ley en una Cámara de Representantes fuertemente dividida. Para ganar, el presidente necesitó llegar a muchos acuerdos desagradables... No sé nada de eso”, dijo irónico Clinton, bromeando sobre la trama en la que el 16º presidente de EE.UU. busca convencer al apoyo del Congreso de implementar la 13ª Enmienda, que puso fin a la esclavitud.
“Lincoln” va a la 85ta. edición de los Oscar como la más nominada (12), pero no tiene la victoria asegurada en lo que se ha convertido en una de las ediciones más impredecibles de la historia reciente.
El thriller político “Argo”, que ha ganado prácticamente todos los premios pre Oscar de 2013, narra la historia de cómo la CIA, con la ayuda de Hollywood, rescató a 6 diplomáticos estadounidenses ocultos en la embajada de Canadá en Teherán, en la revolución iraní de 1979.
El desastre diplomático de EE.UU. podría haber sellado definitivamente el destino del entonces presidente demócrata Jimmy Carter.
Recordarle a los votantes estadounidenses aquella debacle tal vez no ayudó demasiado a los demócratas el año pasado, aunque la película se enfoca en la audacia del operativo de la CIA, y hace quedar sorprendentemente bien a Carter.
El novelista estadounidense Don de Lillo describió alguna vez a la sociedad estadounidense como “un universo de ficciones, hechizado y quijotesco, y donde sus héroes (Kennedy, Hoover, Nixon, Sinatra, Marilyn), se comportan como personajes de ficción”.
En el libro “Storytelling: la máquina de fabricar historias”, el autor Christian Salmon habla de una reunión entre el Pentágono y guionistas de Hollywood, solicitada luego de los atentados del 11S por Karl Rove -estratega político de la administración de George W. Bush-, ese personaje que en la serie de Seth MacFarlane, Family Guy, aparece como una especie de ‘sith’ contemporáneo, o una representación de la Muerte con colgantes republicanos a la que solo le falta la guadaña.
Nada es oficial sobre aquella reunión de 2001, pero es muy citada en obras que hablan sobre la estrecha relación de Hollywood y la milicia.
Un filme nominado al Oscar que definitivamente sirve a la imagen del presidente demócrata Barack Obama es “La noche más oscura”, la historia de Kathryn Bigelow sobre los 10 años de cacería del jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden.
De hecho, el riesgo de que sea considerada propaganda política era tal (tiene su clímax en el mayor triunfo militar de Obama: la redada en el refugio de Bin Laden en Pakistán), que la cinta se estrenó luego de los comicios del 6 de noviembre.
Pero luego se desató un furioso debate por su descripción de las “técnicas mejoradas de interrogatorio” -o tortura-, y específicamente sobre el rol que estas jugaron en el rastreo de Bin Laden.
El jefe de la CIA y numerosos legisladores criticaron el filme por hacer suponer que la tortura fue clave para hallar a Bin Laden, una acusación que la oscarizada Bigelow ha desmentido repetidamente. “Creo que Osama Bin Laden fue hallado gracias a un ingenioso trabajo detectivesco. La tortura fue, no obstante, y como todos lo sabemos, empleada los primeros años de esa cacería. Esto no significa que haya sido la clave”, dijo la directora.
El debate puede haber ensombrecido las opciones de la película de ganar el Oscar, pues los votantes de Hollywood podrían resistirse a dar su voto a un filme tan político.
Que organismos militares norteamericanas como la CIA -y compañía- se pronuncien sobre su desacuerdo con la imagen que se muestra de ellos en las películas no es nada nuevo. Son muchas las veces en que no llega a hacerse público: dada la ayuda que suponen a la producción, a veces exigen cambios en el guión de las películas con las que colaboran.
Marty Elfand, productor de la película “Oficial y caballero” (1982), que narra la historia de un ‘marine’ que se enamora de una nativa mientras se encuentra de misión en la ciudad filipina de Olopango, afirma a David L. Robb en el libro “Operación Hollywood” que los intentos de la Marina por sanear la realidad de las Filipinas no tenían justificación.
“Las prostitutas eran las dueñas de Olongapo. Eran propietarias de todos los locales y tiendas. Formaban parte de la cultura de la ciudad. Y los ‘marines’ constituían la principal fuente de sus ingresos. No era una descripción descabellada de la vida cotidiana de esa ciudad. De hecho, era una descripción más bien descafeinada, que no ahondaba en los aspectos más sórdidos...”, decía Elfland, que más adelante agregó “¿Ha hecho alguna vez tratos con la Marina? Es como tratar con la Iglesia católica. Es una institución con una visión dogmática de cuál debería ser su imagen pública, la cual no siempre coincide con la realidad”.
Eso hace clic con ese afán de Hollywood, que pareciera estar enloquecido por circular por la vía de lo políticamente correcto (y aquí hace falta preguntarse “según quién”).
Entre las películas que compiten en la edición actual de los Oscar, la controversia política más obvia llegó con "Django desencadenado", de Quentin Tarantino. Con la firma característica del director, la película sobre un esclavo liberado por un cazador de recompensas poco antes de la Guerra Civil tiene casi 3 horas de sangriento caos.
Días antes de su estreno, la masacre de 20 niños en una escuela en Newtown, Connecticut (este), llevó a los estadounidenses a debatir nuevamente sobre la violencia en el cine, lo que llevó a Tarantino a posponer una semana el estreno.
Se canceló la alfombra roja y el director Spike Lee calificó a la cinta de “irrespetuosa”. Habituado a defender la violencia de sus películas, Tarantino dijo a la radio NPR: “El tema debe ser el control de armas y la salud mental”. A pesar de su argumento, “Django” redujo de súbito sus chances de ganar el Oscar.
Y así, las críticas a los contenidos del cine -que suelen disparar con la mira desviada- poco se detienen en ese estado de propaganda, que en la práctica es incuestionable. No por nada, “Rambo”, en la que Sylvester Stallone reivindica al soldado norteamericano luego de matar a centenares de asiáticos en una cinta filmada una década después de la Guerra de Vietnam, era la película favorita de Ronald Reagan.