La poeta blandió un látigo en la noche quiteña
El viento es un “Gran Hermano” a las diez de la noche. Él te sigue adondequiera que vayas, no hay rincón en Quito que se libre de sus ráfagas, mucho menos en las calles Reina Victoria y La Niña; por ahí está acunado. Ingresa al Bar Bukowski, una propuesta similar a la del californiano Caffe Meditarraneum en la que Allen Ginsberg aullaba sus poemas.
Frente al Museo Etnográfico de Artesanías del Ecuador (Mindalae) se halla el Bukowski, un mundo paralelo con enredaderas adornándole la fachada. Por la acera se filtra el olor de las hamburguesas que se preparan en el restaurante de al lado. El bar se creó hace un año en homenaje al arte literario y la palabra. Retratos de Kerouac, Bolaño, Carver y otros escritores están estampados en las paredes.
Son las 10:40. Al pie de una pared roja cuelga un cartel en blanco y negro que se adorna con la silueta del narrador Charles Bukowski y la frase “Dont try”. Cerca de allí, sobre una pequeña tarima, está sentada la rareza que una ciudad helada y mojigata como esta necesita: Elizabeth Neira, la poeta chilena que sostiene su reciente libro Abyecta.
Los hombres reían y vitoreaban a la poeta que con su versos menoscabó los prejuicios machistas.Es una verduga y justiciera, viste completamente de ébano: una máscara de cuero, un largo vestido con atavíos níveos, botas de tacón. Con su voz firme expresa: “Soy terrorista para el gobierno de mi país / porque creo en el espíritu del árbol y del río / porque adoro al sol y no al dinero... Soy terrorista porque soy mujer y libre / porque digo lo que pienso”.
La suavidad de esta declaración sucedió a unos versos incendiarios: “Me he acostado con tu padre, tu hermano y tú / hijo, por no nombrar a tu tío y a todos tus amigos. / Con tu abuelo fue imposible y tu madre se salvó / por vinagreta... / Y es que tengo un apetito descomunal y no perdono erección. / Te advierto... que detesto el sexo anal, / pero si me tratas con dulzura / terminaré comiendo de tu mano y / lamiendo la suela de tus zapatos”.
“Una poeta excelente”, soltó Eva Renon, estudiante francesa de economía. Siguió: “mi amigo dice que no comprende los poemas porque no los ve desde el punto de vista femenino, no los siente como una”.
El carácter de los poemas de Neira alterna entre denuncia, desquite sexista, reivindicación poética (matizada con humor y performances) que le atribuyen a su presentación un grado estético, visual y semántico transgresor. Ella -haciendo un paralelo- habló de un texto sobre una performance que fue prohibida en las redes sociales. “En ese acto literalmente me hacía caca sobre la constitución chilena”, contó.
Al final reveló que busca que “la poesía te deje algo aquí” mientras se acariciaba el guargüero.El público compuesto mayormente por hombres reía y vitoreaba a la poeta que dejó su energía en cada uno de los 15 poemas compartidos como latigazos que menoscabaron los prejuicios machistas.
Andrés Santander, de 26 años, tuvo un encuentro diferente con la poesía esa noche: “ahora entiendo que los poetas no solo hablan de florituras que suenen bien sino que tratan además aspectos reivindicativos, y en algunos casos, soeces. Su coraje para abordar temas tabúes es admirable”.
También hubo humor: “A veces el pene se apena y cuando eso sucede / asoma cabizbajo / por encima de la ropa / su cabeza humedecida / de tanta tristeza. / Entonces / no valen la pena / los ruegos inútiles / de su amiga lengua”. Además, calmó los ánimos con la ironía de la composición Telegrama: “Mi amor / malas noticias / choqué el auto / quemé la casa / ahorqué a los niños / degollé al gato / me comí al perro/ vendí tus cosas y / huí / con tu hermana”.
“Guapa la poeta y su intervención fue fuerte, me atrapó la forma en que recitaba: leyéndolos o de memoria, con sentimiento”, señaló el estudiante de cine Juan Cuéllar y agregó que “admira el empoderamiento que le da a su género a través del poema Abyecta”. Hubo un breve silencio y soltó: “Chucha, nos crían con visiones machistas y ella nos muestra la trampa que eso constituye”.
A las 10:00 empezó la velada el narrador Juan Carlos Cucalón, que vestía de blanco, igual que un santero cubano. Él presentó a Neira. El viento olía a cerveza y madera vieja. Cerca del final la poeta reveló que busca que “la poesía te deje algo aquí” mientras se acariciaba el guargüero.
Ella aborda la violencia de género, la objetivización de la mujer o la injusticia social como en Minimanifiesto: “No creo en la democracia representativa / no creo en los partidos políticos copulares / como tampoco en el matrimonio / ni en ningún tutelaje / por el contrario: / creo en mi cuerpo y su deseo / en la copa de vino y su perfidia / creo en el arte y su grito / creo en la vida y su caos / creo en ésta / mi poesía”. Incluso ese ánimo de denuncia se mezcla con ternura en Peñi Hermano, pocos saben lo que tú: “Sólo la tierra es cierta / y está muriendo /... Peñi, hermano / tu alma es una sola y certera bala al centro del imperio”.
Cuando su actuación terminó los aplausos retumbaron. Neira vendió postales de sus performances y sus libros producidos con materiales reciclados y dijo: “no crean que es fácil escribir esta huevada” señalando sus obras. Antes de convertirse en “verduga literaria”, Neira que nació en plena caída de Salvador Allende en 1973, trabajó como periodista cultural y ha participado en encuentros de poesía y performance en Chile, Perú, Argentina, México y República Dominicana. El jaleo del cuerpo, la inflexión de voz y la improvisación dieron a sus versos vitalidad.