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El Telégrafo
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“La poesía definió mi desarraigo”

 “La poesía  definió mi desarraigo”
06 de diciembre de 2013 - 00:00

Usted fue el único poeta del festival que dio su recital sin leer. ¿De dónde viene este vínculo con la memoria? ¿Qué le aporta ese contacto visual con el público?
El olvido repite los horrores de nuestra historia reciente y la memoria es, por supuesto, su antídoto. Uno antiguo, que viene de la oralidad del canto, por la que se transmitía la identidad, hoy desmembrada. Aunque no sepa quién soy –duda necesaria para la escritura– sé que recordando me acercaré a saberlo. La voz alta asume al otro, lo encuentra. En la medida que la memoria lo permita, miro a los ojos a quienes me escuchan, y soy así un cuerpo distinto del que definió Rancière como sin nombre, por no devolver la mirada. Me importa que mis poemas, si no logran mirar, al menos se devuelvan a quién los mira, y la presentación en vivo es un acto performativo de ese deseo.

Usted es poeta, narrador y traductor. ¿De qué forma se relacionan entre sí estos tres aspectos que lo constituyen?
Si uno de ellos me constituyera sería el primero. Los diecisiete años de escritura de poesía permean mis demás exploraciones. El lenguaje poético es fragmentario, como lo es la forma de pensar que lo alimenta, desde el titubeo hasta su deambular por las cosas. Aunque se ancle en la experiencia, el material que trabaja se halla en los bordes del lenguaje, en posibilitar otras maneras de decir aquello que dicho directamente solo reproduciría el del poder. Estos quiebres son estabilizados por los blancos de la página, mientras que la narración apela a un espejismo opuesto, que es el de la continuidad, el de una trama que se llena, por más que se la cuestione.

Comenzó a traducir cuando le dejaron de gustar las versiones en castellano de autores que amaba en inglés, como John Keats o Philip Larkin. ¿Puede contar más sobre su proceso de esa otra reescritura que es la traducción?
Tuve una editorial ocho años, porque creí indispensable socialmente publicar a ciertos poetas. Los cambios tecnológicos lo hicieron menos imperioso. Traduzco entonces porque aún creo indispensable socialmente difundir obras que me han remecido, y me duelen las traducciones disponibles, en general tendientes a volver lírico lo que no lo es, o a pasar por alto ritmos y sonidos, como si fueran imposibles de reproducir en otro idioma, asimismo contingente. Me atrae el desafío matemático de meter una figura en otro molde, lo deseaba desde chico con esas esferas que no cabían en los agujeros cuadrados.

Usted ha viajado mucho. Ahora vive en Nueva York. ¿Cómo ha marcado el desarraigo a su poesía?
Es al revés, es la poesía la que definió mi desarraigo, el lenguaje antecedió a la experiencia. Atar las naves, mi primer libro, está situado en el deseo imposible del viaje –el desplazamiento– como oposición al circuito cotidiano de la eficiencia capitalista. De algún modo, mi biografía posterior responde a esa rebeldía. “Deseoso es aquel que huye de su madre” escribió Lezama Lima y viene al caso, pues una vez que recorrí buena parte del continente a pie, al volver a Chile no pude sino hacerlo a otra ciudad, en la que por cierto siempre fui foráneo. Al menos en Nueva York todos lo son y ahí la experiencia en la palabra es más intensa, desde la obviedad de otro idioma a las mayores sutilezas del propio, por el trato personal y por vía de la lectura de las decenas de castellanos de esta parte del mundo que se me amplió. Además considero que la escritura es un ejercicio implacablemente solitario, una continuación de la lectura, y en el desarraigo también me declaro en guerra con mi propia personalidad social, con la administración de su tiempo.

Hay una cadencia particular en sus poemas, un estrecho vínculo con la oralidad y la música.
La música me trae algunas palabras como sonidos, antes de que las signifique y entienda lo que nombro. La traduzco, porque me importa cierta comunicabilidad. La verdad es que la misma cadencia es un producto de la cultura desde las canciones infantiles hasta la poesía que hoy consideramos clásica. Hay que violarla, pero solo se puede violar lo que se conoce. Para mí la poesía es ritmo y todo ritmo apela a un baile, a la vez primigenio y, como espero lograr, nuevo.

Su proceso creativo, ¿cómo ha mutado a lo largo del tiempo?
Comenzó como respuesta a lo que me incomodaba del mundo y creo que ese impulso se ha atenuado hacia una mayor reflexividad sobre los materiales que utilizo. Pero en ambos casos la musicalidad a la que hiciste mención y las imágenes a las que no, son centrales. La construcción del texto es estética, quizá más consciente ahora de sus implicaciones de época, en relación a las demás artes y áreas del pensamiento, que lo detonan.

Aunque sigo apuntando mucho en las libretas que me acompañan, el poema se forma cada vez más desde los pedazos de ideas dislocadas que rumio y generan otra realidad con lo que estaba allí, inobservado, o bien que no estaba siquiera en lo que pienso, por este acceso que la palabra tiene a lugares que nos liberan de uno.

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