La obra es un recorrido por 9 mujeres de distintas generaciones que habitaron la misma casa
La nostalgia de La edad de la ciruela se presenta en Madrid
El teatro es un juego muy serio. Permite cambiar de tiempo en escena, ante los ojos atónitos del público, y volver a ser niños o abuelos sin dejar casi rastro sobre un escenario que disimula las diferencias con el maquillaje de la historia para disfrazar las cargas de la edad.
El teatro permite reencontrarnos con el pasado y repasar las viejas facturas de los antepasados con sorprendente naturalidad. Como una sincera conversación entre generaciones que ni siquiera se conoció en persona.
Eso lo sabe bien la actriz guayaquileña Rossana Iturralde desde que puso en marcha la Corporación Teatral Tragaluz hace ya una década. Al inicio de ‘La edad de la ciruela’, la obra de Arístides Vargas que dirige y protagoniza en el Teatro del Arte de Madrid junto a otra gran actriz ecuatoriana, la quiteña Nadyezhda Loza, lee una carta y se activa la función.
Entre las dos hacen sobrevolar sobre el escenario a 9 mujeres de tres diferentes generaciones de la misma familia que un día habitaron la misma casa: abuelas, tías, criadas y, sobre todo, las dos hermanas aún en la infancia que deshilachan la historia de unos adultos que eligieron perder.
DATOS
El autor de ‘La edad de la ciruela’ es el dramaturgo Arístides Vargas, quien hizo el montaje original.La obra fue estrenada en 1996. Ha tenido más de 600 funciones y llega a la sala Mariana de Jesús de la Casa de la Cultura.
El remontaje y dirección de esta versión los hizo Rossana Iturralde, actriz protagónica junto a Nadyezhda Loza.
La actriz quiteña Nadyezhda Loza interpretó su papel en ‘La edad de la ciruela’ hace más de dos años, en febrero de 2013, en la Casa Humboldt.
A inicios de 2014, Nadyezhda Loza y Rossana Iturralde ya habían protagonizado juntas la obra Cartas cruzadas. Esta es una pieza escénica que fue una versión libre del clásico María Estuardo, del dramaturgo Friedrich Shiller.La obra es una fábula sobre las vicisitudes y las desolaciones de la memoria, una mirada de nostalgia y de juego melancólico con el tiempo. La soledad de un pasado repleto de ausencias golpea al espectador con las armas demoledoras del realismo mágico.
Y ahí están las ciruelas, el hilo que une a todas estas mujeres, como metáfora de los recuerdos de estas dos hermanas. Iturralde y Loza disfrutan en sus papeles, y hacen disfrutar, con sus pasatiempos de niñas-abuelas-mujeres, mientras cazan ratones, acaso para someterlos al juicio implacable del tiempo sin mostrar nunca la fuente del dolor y de la dicha.
El Teatro del Arte de Madrid, un centro de representaciones pequeño, pero maravilloso para quien venera las nuevas producciones internacionales que arriban a la capital de España alejadas del glamour de los montajes monumentales, no olvidará fácil su única función.
La creatividad ecuatoriana cristalizó sobre estas tablas situadas a pocos metros de otro centro legendario, como el Valle Inclán, en pleno corazón del barrio Lavapies.
Las dos actrices bordan el texto de Vargas. Miden sus pasos, recurren a la sinrazón y despiertan la dulce y terrible curiosidad de conocer los secretos de una casa construida de tiempo. Iturralde y Loza hablan con él, pero sin permitir que termine como un anhelo frustrado.
La siguiente parada de la Corporación Teatral Tragaluz será Milán. Allí las ciruelas volverán a convertirse en pasas, mientras otros frutos, los del público, les reintegrarán tan sutil representación con aplausos sonoros. (I)