El artista formó parte de varias agrupaciones, como los brillantes
“La música es demasido perfecta para ser una creación humana”
‘Miseria’ le gritaban desde el fondo del escenario. “Buena, ‘Miseria’, te lo mereces”. Don Francisco Feraud Aroca aplaudía desde los últimos asientos del auditorio a Naldo Campos, mientras el Congreso lo condecoraba. Hacía público un apodo que ganó cuando en una ocasión visitó la antigua oficina de J.D. Feraud Guzmán en el Gran Pasaje, en Guayaquil, para cobrar unos pocos sucres por las muchas grabaciones que había hecho con su guitarra.
-¿Cómo estás hijo?
-Aquí, viniendo a cobrar la ‘miseria’ que usted me paga -le respondió Naldo-.
Desde entonces, uno de los mayores empresarios discográficos pareció olvidar el nombre de uno de los mejores requintistas del país. “Nunca más me llamó por mi nombre”, recuerda Campos entre risas luego de contar la anécdota en la que el apodo se hizo público y contestaba con un “después te cuento” a quienes le preguntaban el porqué.
Recientemente, Naldo Campos, con más años encima, sin los aplausos del dueño de Fediscos y con la nostalgia acumulada con el transcurrir del tiempo, recibió su tercera condecoración del Estado, esta vez junto a otros intérpretes que han dedicado su vida al pasillo.
Naldo Campos nació en Santa Ana, en Manabí, hace 66 años. El territorio lo destinaría a llevar como insignia un nombre ‘extraño’. Cuando lo iban a bautizar el padre que —cuenta— no era de la zona, le quiso cambiar el nombre que había decidido su madre porque no sabía qué sentido tenía llamarlo ‘Naldo Galvarino’; preguntó qué día era para ponerle el nombre del santo de turno y poder bautizarlo. Era 4 de noviembre. Se celebraba a San Carlos.
Llegó a Guayaquil muy pequeño. Vivía junto a su familia en una zona cercana a la Placita, como llamaban a los alrededores de Cuenca y la Séptima. Desde ese entonces inició una relación con la guitarra, que años más tarde lo derivaría al requinto, ese instrumento con forma de guitarra y una cuerda menos que agudiza la música.
Desde los 6 años veía a su hermano mayor tocar la guitarra, acompañando el canto de su hermana Holanda. Cuando se quedaba solo con el instrumento al que llama su ‘eterna enamorada’ trataba de imitar con las manos lo que su hermano hacía en las cuerdas hasta que al ser descubierto recibió de su hermano clases oficiales. A los 16 años ya la gente le comentaba que “tocaba bonito”. Su hermana lo invitó a integrar como requintista el trío que armaron con su cuñado, Enrique Peña. Tras haber grabado un disco llegó Julio Jaramillo y con él su carrera musical se aceleró.
Luego de que el ‘Ruiseñor de América’ saliera de gira por primera vez, regresó con la obsesión de grabar dos discos, para lo cual necesitaría otro requintista, además de Rosalino Quintero. El mismo Rosalino Quintero le comentó que había un muchacho que tocaba bien.
-¿Quién es? -preguntó JJ-.
-Naldo Campos -respondió Quintero-.
-¿Pero quién es?, -insistió Julio Jaramillo-.
La duda se disipó al poner el disco que había grabado con su hermana y su cuñado. Al día siguiente llegaron a buscarlo al barrio, a la Placita. Un montón de adolescentes que jugaban ‘pelota’ se agolparon alrededor del carro del ídolo del momento, a la expectativa de algún autógrafo, pero él solo buscaba a ese muchacho flaco, de ojos grandes y hasta entonces desconocido. “El único tartoso era yo, pero era el buscado por los famosos”, dice Campos.
Los discos que grabó con Julio Jaramillo nunca se vendieron. Luego de días de grabación, el cantante del momento debía viajar y los planes no se concretaron. Pero, desde entonces, Naldo Campos se rodeó de músicos y amigos siempre mayores que él y que le insistían -por la experiencia- en que “tocar bonito no le iba a servir de nada”. El secreto para mejorar era estudiar.
Inició sus estudios en el conservatorio, luego en un viaje que realizó a Venezuela y el resto de su vida se dedicó a aprender solo. “Yo considero que soy más autodidacta que otra cosa. Es una constante. Es fascinante para mí coger la guitarra, que es mi novia de toda la vida. Yo me relajo, cojo libros y disfruto de eso. Me sacan ideas malas de la cabeza, las que te hacen sufrir”.
En su paso por el requinto con el mismo ritmo con el que cantaba Julio Jaramillo, Naldo Campos integró diversos tríos, como Los Brillantes. En esa agrupación en la que cantaba la argentina que cambió el tango por el pasillo aprendió de Homero Hidrovo una música menos conservadora. Él empezó a cambiar los arreglos, “esa parte musical que viste a la canción”.
Naldo Campos hizo de esa insistencia de sus amigos por la enseñanza un orden. En el Museo de Música Popular Julio Jaramillo, en uno de los altos edificios del cerro Santa Ana, de espaldas a las invasiones y frente al río, Naldo Campos pasa su mañana enseñando música.
Les cuenta a sus alumnos que la música no es la culpable del alcoholismo. El pasillo, que se entiende como triste por su naturaleza romántica, “no es una excusa para ser borracho”. Con los años, él ha aprendido a respetar la música y a hacerla respetar. “La música es tan perfecta para ser una creación humana. No puede ser hecha para mal”.
Naldo Campos es parte de las ‘Leyendas de nuestra música’, una antología en la que trabajó ‘Lo mejor del requinto ecuatoriano’, donde es uno de los protagonistas junto a Guillermo Rodríguez, Eduardo ‘Chocolate’ Morales, Navijio Cevallos (quienes interpretaron ‘Sendas distintas’), Víctor Galarza y Sófocles Coello. Naldo Campos sigue aprendiendo, enseñando y almacenando nostalgias con la música con la que dejó de ser desconocido. (I)