Entrevista / Álvaro Tirado Mejía / Historiador colombiano
La mujer y la cultura cambiaron en los 60
El pasado jueves se llevó a cabo en el Salón de Honor de la Universidad Andina Simón Bolívar la presentación del libro Los años sesenta. Una revolución en la cultura, del historiador colombiano Álvaro Tirado Mejía. En la mesa estuvieron Enrique Ayala Mora, el excanciller José Ayala Lasso y el escritor Jaime Marchán, quienes leyeron breves textos para contextualizar a los asistentes, sobre historia, política y literatura en los años sesenta. No faltó la mención a la relación que Ecuador ha mantenido con el país del norte, y de uno de los grupos emblemáticos de la época, los tzántzicos.
Al final, Tirado Mejía, habló brevemente sobre el papel de la memoria y el contexto en la elaboración de este tipo de libros. En una entrevista con EL TELÉGRAFO, amplió estas afirmaciones.
Usted señalaba que la memoria política era un poco susceptible de ser ‘mentirosa’ y por eso construyó este libro desde lo que había vivido. ¿Es posible sustraerse del contexto político?
En primer lugar, este libro tiene mucho de memoria pero no memoria clásica. No estoy ahí en primera persona, pero todo lo que está ahí lo viví, no porque lo protagonizara sino porque lo vi por televisión o lo supe por otros medios. Segundo, actúo como historiador, así, en vez de acudir a la memoria, pongo los respectivos pies de página, pero sí me sirvió la memoria para saber cosas que un historiador dentro de 200 años no sabría porque no está en las bibliotecas. Tercero, decía que desconfío -aunque las leo mucho y me parecen muy útiles- de las memorias de los políticos, porque, en general, y eso es humano, quien las escribe lo hace para mostrar la importancia que tuvo, el valor de sus actos o a veces incluso para tapar o dar su versión sobre cuestiones controvertidas. Me viene a la mente lo que dijo Winston Churchill: “Nosotros ganamos la guerra, pero yo la gané sobre todo porque yo la escribí”.
Por supuesto, todo es político, porque esto es una visión del mundo. Seguramente, otro contemporáneo mío dirá que los sesenta fueron un horror, porque la familia se disgregó por la minifalda, inmoral. En ese sentido, todos tenemos nuestra visión política. De lo que sí abomino, sobre todo en literatura, es de la literatura política que no tenga un valor literario importante.
Hablaba sobre los cambios que protagonizaron las mujeres en aquella época. ¿Se ha avanzado realmente?
Sí creo que hemos avanzado pero aún falta mucho. Cuando hablo de avances, me refiero a algunas partes del mundo. Hay sociedades que tienen una valoración de la mujer muy diferente y atrasada. Pero indudablemente, de lo que pasó en los sesenta ha habido avances, como el uso de los anticonceptivos en forma masiva. Desde entonces, la mujer puede disponer de su cuerpo y su sexualidad. Existen aún tabúes sobre el sexo, pero la vida de las parejas cambió, definitivamente, ya no hay ese misterio, prohibición.
Luego, la mujer logró el acceso masivo a la educación. En este país, entiendo que el 80% puede acceder a la educación, en mi país el 60%. Hubo una apertura para ocupar cargos de importancia. En los sesenta fue la primera vez que una mujer ocupó un puesto en la Bolsa de Nueva York. Cuando se dieron las conversaciones sobre la guerra de Vietnam, los vietnamitas encargaron a una mujer que presidiera la delegación. Es decir, contribuyó todo a un avance.
Cuando menciona la contextualización de los hechos históricos, ¿no se pierde un poco su objetividad al ser el narrador?
La objetividad absoluta no existe, por la visión propia del mundo. Ayuda mucho realmente el acudir a fuentes, siempre citar, tratar de ubicar referencias. Sobre el asunto de la objetividad, es una cuestión de profesionalismo, por eso es un libro de historiador. El método es muy importante, pero es imposible sustraerse a cierta subjetividad.
¿Es la cultura un motor sobre lo económico para movilizar una sociedad?
Hay una correspondencia, no mecánica. Por ejemplo, hay una inmensa cultura en India a pesar de su pobreza. Pero en el mundo moderno hubo correspondencia aunque los fenómenos en general fueron universales, como el Mayo francés. Todo tuvo una repercusión universal. En los sesenta se consolida la descolonización y surge el Tercer Mundo, pero ahora esos pequeños países son los que piden cambios al FMI. Por eso vinculo culturalmente el boom. No solo un fenómeno literario, por primera vez en el mundo del norte se reconoce como superior una muestra cultural de estos países ‘subdesarrollados’.
¿Por qué son tan importantes los años sesenta y no otros?
Nunca se había dado una ruptura tan grande entre hijos y padres, porque fue un quiebre en la cultura. En el conjunto de la sociedad. Hubo otros acontecimientos importantes en el siglo XX, pero ninguno tuvo la trascendencia de lo que ocurrió en los sesenta. De la Revolución soviética ya no queda nada, las 2 guerras mundiales no dejaron sino muertos. Los sesenta siguen marcando.
Por ejemplo: inmediatamente cambió el vestido, las relaciones entre hombres y mujeres. Hablando de política, pensemos en el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, el movimiento hippie, los acercamientos a la naturaleza que derivaron en los grupos ecológicos de hoy en día. Uno de los efectos políticos allá es que hayan elegido un presidente negro. Cuando yo era joven, en esa época, había novelas de ciencia ficción que hablaban sobre un presidente negro.
En los sesenta se iniciaron los problemas entre Cuba y Estados Unidos y recién hoy los están solucionando.
Retomando esto del boom, muchos consideran que este fue más una maniobra editorial que una emergencia literaria…
De todo hay. Primero la calidad. Si los escritores hubiesen seguido en las condiciones anteriores, no se hubiesen dado a conocer. Sí, se universalizó la literatura, hubo marketing, que no lo veo malo, igual para los procesos políticos, como lo de Cuba, que tuvo también una influencia enorme en la juventud en todos lados. Quienes marchaban, por ejemplo, en París o en Berkley exhibían las efigies del Che Guevara o de Ho Chi-Minh. Pero por mucho marketing que se haya hecho, sino hubieran sido escritores del tamaño que fueron, no hubiesen llegado tan lejos.
¿Hemos superado el boom en Latinoamérica?
Está superado. Fue un momento glorioso de la literatura universal, pero por ejemplo, en Colombia ya nadie escribe como García Márquez. Si bien todavía hay imitadores, son pálido reflejo. Ya eso dejó su huella, para otras expresiones.
En cuanto al cine, que hoy en día parece agonizar, ¿fue importante dentro de estos cambios o acontecimientos que usted anota dentro de los años sesenta?
Realmente, el cine colombiano nunca ha sido muy importante. Hubo algunas películas que tuvieron su mérito, pero nada más. Para nuestra generación fue muy importante el cine, por tener la posibilidad, por ejemplo, la Nueva Ola francesa, el Nuevo Realismo italiano, lo que nos enriqueció culturalmente. Incluso en el medio estrecho colombiano, donde la Iglesia mandaba, fue más importante, pues ir al cine era casi una transgresión.
En los años sesenta se dan estos movimientos globales, ¿se empezaron a desdibujar las fronteras culturales?
Sí. Las culturas del llamado Tercer Mundo tuvieron presencia en Norteamérica y Europa. En Norteamérica, por ejemplo, el boom tuvo una presencia importante. Eso contribuyó a la creación de departamentos de Literatura latinoamericana en las universidades.
Pero en el sentido político, no. El mundo estaba repartido. La Unión Soviética se fue desmoronando y las nuevas realidades aparecieron, con las consecuencias vistas, las guerras y conflictos.
Con esto de las fronteras que se desdibujaron, ¿qué le parece esto de que García Márquez haya ido a dar clases a la Universidad de Denver?
Natural. La verdad, si están bien cuidados, pues qué bien. Yo soy nacionalista, pero en otras cosas.
Le preguntaba esto por la relación tensa entre el Gobierno de EE.UU. y García Márquez…
Digamos que a él le pasó lo que al Campeador, ganó una batalla después de muerto.