PABLO CASTRO RODAS PUBLICA SU ÚLTIMA NOVELA CON EL SELLO ALFAGUARA
“La literatura es un juego de sombras”
Juan Pablo Castro Rodas se aventura en la escritura de la novela urbana, la teje con elementos del género negro y con claves heredadas del cine, la nombra Los años perdidos.
Este escritor joven, con un saldo de diez publicaciones entre poemas, novelas y ensayos, escribe de Quito para no necesariamente adherirse a una tradición de relatos o chocar con ellos, aunque en el caso de Javier Vásconez, conocido como el gran narrador de Quito, reconoce que sí hay un diálogo. Por lo demás, escribe desde la visión que tiene como habitante de doce años en la ciudad.
Castro Rodas construye una ficción, publicada en el país en los cincuenta años de la editorial Alfaguara. En ella ensambla su propia cartografía de personajes, una escaleta que le permite distinguir los planos, la secuencia y los puntos de giro que conducen a una especie de thriller en el que se desarrolla la vida de Faustino Alcázar.
Faustino es un profesor universitario, cargado de detalles monstruosos, que vive atormentado por sus días de juventud en Lisboa. Espera, producto del delirio, la muerte en manos de Margarito, quien fue su acompañante de estudios en Lisboa. En aquella ciudad, hace 25 años, Faustino conoció a Sofía, una mujer que lo obsesiona al punto de la celopatía. Faustino cree ver a Margarito estrangular a Sofía por lo que le roba los documentos, su dinero y con ello huye a Ecuador.
Los delirios del ayer van desconectando a Faustino de su realidad de profesor, novelista fracasado y acostumbrado a los suicidios provocados por el calor.
Castro Rodas crea una serie de elementos paralelos. Por un lado está ese Faustino que proyecta su decadencia en un Quito caluroso, explosivo y decadente, descripción extrema de lo real con la que el autor reconoce una intención de venganza. Por otro lado, está Faustino joven, un personaje en la edad de la inocencia que habita en un espacio más melancólico y otoñal, un entorno que refleja su espíritu.
“Me interesaba trabajar esa especie de estructuras que se conectan entre sí pues creo que el ser humano siempre es un ser de dualidad, la literatura es un juego de sombras”, explica Castro Rodas. Así el autor describe una influencia de la ficción de personajes clásicos de la literatura como Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
El autor plantea con esta monstruosidad contrapuesta en un álter ego la deformación, la cual grafica con los excesos del cuerpo pero que son una metáfora de personajes con espíritus distorsionados por sus propios límites, resultado de su relación con la ciudad, “una degradación humana que viene del fracaso pero que encuentra en el caso de esta novela niveles de compensanción en el goce. Estos personajes tienen su lado de excesos, que hacen que sus vidas no sean solo sombras, sino que tengan un momento de luz dados por el placer, en compensación con la degradación que viven”, describe Castro Rodas.
En el relato esta “obesidad social” que grafica Castro Rodas es también visualizada en un círculo de intelectuales absorbidos por el performance antes que por el acto de escribir. Esta descripción más que constituirse como una crítica, tiene una clara intención irónica “a ciertas prácticas de la cultura de élite, a esta idea de la literatura y del arte, a esta gran vocación, pero que en la novela me interesaba mostrar más como un show”, asegura el autor.
De esta manera el mismo autor de Niñas del Alba, Ortiz, La estética de la gordura, crea personajes que se encuentran en lo verosímil por la forma de ser tan humana, pero que a la vez están insertos en un paisaje urbano que se torna en momentos hasta apocalíptico.
Castro Rodas, en otras ocasiones se ha aproximado al género de la novela desde la construcción de retazos, ha experimentado con la escritura de lo fantástico, lo barroco, lo delirante. Este recorrido anterior va consolidando su voz como autor. “La voz es una conquista, no es algo con lo que uno nace (...) con esta novela, algo de eso hay, hay una voz una conciencia a la hora de seleccionar lo que voy a narrar, los recursos y cada uno de los personajes”. A este camino propio se añaden, según Castro Rodas, los elementos que conforman parte del aprendizaje de las técnicas, recursos y formas de narrar que se atañen al momento de la creación.
La escritura de Los años perdidos fue durante tres años la rutina de vida de Juan Pablo Castro Rodas, un hombre que confiesa como una necesidad biológica el acto de escribir. “Mi vida está adscrita en el invento, no puedo dejar de escuchar las cosas de los otros y empezar a ficcionalizar” . De esto parte el hecho de que tenga quienes al contarle una historia salgan con la advertencia final “no contarás”, pero es ponerse la soga al cuello. Castro Rodas cree que con las historias que le llegan hay que aprovechar. Al final “Yo no tengo culpa, los que llevan la culpa de lo que escribo son mis personajes”, sentencia. Sin embargo, sabe bien que escribir sobre lo que se conoce en una novela no es nunca un espejo de la realidad.
Concibe a la literatura y la escritura como un acto profundamente solitario, ordenado y agotador. “Cuando uno termina de escribir no solo que se siente agotado sino que termina desolado, en mi caso casi tres años convives con los personajes, vives un mundo tu vida es la novela, el resto de la vida cotidiana simplemente cumple con las necesidades pragmáticas, estás viviendo esa vida y de pronto se te acaba y te quedas sin piso y entras en momentos de soledad, de tristeza porque se te ha ido ese objeto que es tu novela y que no puedes expandirla. No puedes decir voy a aumentar unas cien páginas más”.
Luego de haber enfrentado el síntoma post-novela, Castro sigue con su cotidianidad y la ficción, cuestionándose cómo sería su vida siendo sus personajes, posiblemente ese efecto recaiga en el lector.