La inconformidad popular en las redes sociales, al debate
El pasado mes de julio, en Perú, tuvo un inicio polémico: la decisión del Congreso de elegir a los representantes de la Defensoría del Pueblo, Tribunal Constitucional y Banco Central de Reserva, se vio duramente cuestionada, ya que obedecía, según audios grabados a los propios congresistas, a una suerte de negociación entre los partidos políticos, más allá de una evaluación seria sobre la viabilidad o no, de colocar a dichos representantes al frente de esas instituciones.
La “repartija”, como fue denominada esta circunstancia, causó tal descontento colectivo que, enseguida, incendió Facebook y Twitter con una serie de mensajes y tendencias que reclamaban por la injusticia ante el abuso y demagogia de la repartición de puestos.
El descontento llegaría a tal punto que, desde las propias plataformas virtuales, el movimiento #tomalacalle convocó a dos marchas para materializar estos cuestionamientos: el 22 y 27 de julio, ciudadanos, la mayoría de jóvenes, manifestaron su descontento, movilizándose por el centro de Lima hasta el Congreso, donde fueron dispersados por la Policía.
Cerca de cumplir los dos meses de esas movilizaciones, ¿qué queda? La pregunta fue eje de un debate titulado: “¿Están indignados los jóvenes? El Perú frente a las protestas globales”, realizado esta semana en el Instituto de Estudios Peruanos, y al que acudieron una serie de actores locales dispuestos a argumentar lo que, para cada uno, representó este movimiento.
Un punto de partida esencial para el análisis de estos movimientos parece concentrado en la articulación que tienen con procesos más amplios. Roberto Bustamante, especialista en cybercultura y política, señala que esa articulación no solo involucra a personas puntuales, sino a inquietudes colectivas, sostenidas y legitimadas en el tiempo. “Si ya están inscritas en movimientos más amplios, cabe preguntar, qué hay de nuevo en estos descontentos, en si de verdad están protestando contra el Estado o su protesta pasa por intereses más orientados a resaltar su calidad moral, económica o política como argumento frente a una inconformidad determinada”, indica. El uso de las redes sociales para articular esa manifestación cobra nuevos efectos desde este análisis. “La idea ha sido que la calle se convierta en un espacio aglutinador del rechazo social, y en algunos casos ha funcionado orientar el descontento percibido en las redes sociales para pasar de su virtualidad a la realidad”, apunta Bustamante.
Punto de quiebre en el éxito de las convocatorias sería la difusión del Internet móvil y el acceso, cada vez mayor, que se tiene a las redes de comunicación.
Sin embargo, según el debate, las redes sociales han aportado a crear una ilusión de participación, convirtiendo a las protestas en acciones conservadoras, basadas en la conformidad de las personas que desde sus dispositivos de Internet, se sienten parte de todo a lo que le otorgan un “like”.
Para José Ragas, historiador especializado en movimientos sociales, entender a estos movimientos en contexto permite saber su familiaridad global con movimientos acaecidos en los países árabes y europeos. “El movimiento #tomalacalle no responde a las mismas condiciones que el movimiento indignado, por ejemplo, pues los reclamos acá son más puntuales, pasan por una naturaleza de descontento frente a la política, no así por la falta de derechos civiles, falta de servicios básicos, falta de democracia, como sucede en la Primavera Árabe”. Para el especialista es relevante mirar que el perfil de los manifestantes desde las redes, la mayoría, corresponde a jóvenes que podrían correr el riesgo de sobredimensionar el papel de los soportes virtuales frente a un descontento real. “La revolución no la hacen las redes sociales, las hace la gente y se valen de esos medios para convocarse”, indica Ragas.
La idea de analizar el perfil de los protestantes tuvo acogida en el debate. Según este punto de vista, no se debería perder del horizonte la condición de clase e ideología de los jóvenes que se movilizan en las protestas. En el caso específico de los convocados por #tomalacalle, parecería existir una base sostenida en el descontento de la clase media que no necesariamente tiene que ver con los aspectos del Estado en sí, sino que, en el fervor del descontento específico, logra articularse con otros descontentos, naturalizados por otros intereses e ideologías, hasta manifestarse en la calle para después desarticularse.
Para el académico alemán Jurge Golte, esa desarticulación se produce porque los reclamos generados en las redes sociales no encuentran un eco adecuado en las instituciones de la sociedad civil que puedan conducirlos hacia instancias políticas, donde reposan el origen de los descontentos. “El proceso que se vive en Perú me parece comparable con lo de Egipto: se realizan convocatorias, se hacen marchas, se enfrenta a la Policía, pero no se cambia nada. Como resultado hay en Egipto una dictadura más sólida, a nivel global, gobiernos que ya no le exigen democracia, es decir, las redes sociales no han servido para nada”. Para su forma de entender, ese efecto termina fortaleciendo el dominio y no cuestionándolo, pues la esfera donde se realizan los cambios y se toman decisiones, aún permanece muy alejada del descontento popular.
Una de las características resaltantes del análisis consistió en la mirada que se tuvo al interior del país sobre la “repartija”. Se evidenció de este modo que, mientras en Lima, las redes sociales estaban tapizadas de estas críticas, en ciudades aledañas como Huancayo o Chiclayo, o en lugares más alejados como Cusco no pasaba nada. “Quizá esa forma de desinterés se sostenga en la naturaleza de los que reclaman, qué buscan, parece que sus peticiones tienen que ver con una forma de cuidar la idea de República Democrática, algo que en otros sectores no se entiende, pues están ocupados en intentar sobrevivir, eso también es una diferencia”, sentenció Golte.