Ganó el León de Oro de Venecia y el Oscar a Mejor Película Extranjera
La gran belleza: A Roma la llena la nostalgia de un pasado de esplendor (VIDEO)
Lo primero que viene a la mente durante los minutos iniciales de La Grande Bellezza -que arranca con una celebración llena de personajes caricaturescos en el cumpleaños número 65 del protagonista- es la estética barroca de Fellini, el genio cinematográfico del exceso que, junto con otros directores como Antonioni, Pasolini, etc., hizo del cine italiano uno de los mejores del mundo entre las décadas del cincuenta y setenta del siglo pasado, aproximadamente.
Y no es coincidencia, ya que Paolo Sorrentino -que ya nos sorprendió hace no mucho con la excepcional This must be the place, protagonizada por Sean Penn- de alguna manera retoma el personaje de Marcello Mastroianni en La dolce vita, y lo coloca, con algunos años más encima, en la convulsa Italia de inicios del siglo XXI. Así, Gep Gambardella es un periodista que se mueve en el cada vez más frívolo mundo de la cultura y el entretenimiento, pero que hace varias décadas escribió una gran novela de juventud, considerada por muchos una obra maestra, y que motiva la pregunta recurrente que se le hace durante toda la película, casi como un reclamo: ¿Por qué no volviste a escribir otra novela? (a lo que Gep tiene preparadas varias versiones irónicas, vinculadas sobre todo con su afición a la noche romana.)
Y aunque en efecto Gep es un cínico y un noctámbulo -el autodenominado “rey de la mundanidad” que desde hace años va a dormir cuando los demás se despiertan y no conoce lo que es la mañana- aún mantiene viva la curiosidad y la capacidad de asombro, como lo demuestran sus entrevistas para una prestigiosa publicación romana, a personajes tan estrambóticos como Talia Concept, artista contemporánea que busca provocar con sus sangrientos “performances”, pero que no sabe explicar las motivaciones de su arte.
Este y otros personajes insólitos y entrañables, casi siempre vinculados con el mundo artístico, como Dadina (enana llena de sabiduría que edita la revista donde trabaja Gep), o Romano (mejor amigo de Gep y dramaturgo de poco éxito que desde hace décadas vive en un piso de estudiantes), son la sustancia de una película que huye de las estructuras convencionales, y se construye a partir de largas secuencias aparentemente inconexas, que sin embargo mantienen el hilo de la historia. Gep deambula por esta delgada línea, entre fiestas y resacas, paseos por la ciudad, encuentros con mujeres y recuerdos del pasado, como un sofisticado equilibrista existencial.
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En una de las escenas claves de la película, durante una animada conversación nocturna entre amigos, Gep, a pedido expreso de una vanidosa escritora “progre” de mediana edad, desmonta una por una todas las “certezas” (en realidad mentiras) sobre las que la mujer ha edificado su vida, su posición política, su obra e incluso su familia, lo cual de alguna manera u otra se aplica a la mayoría de los presentes. Este repentino baño de sinceridad provoca el inmediato abandono de la reunión por parte de la escritora, y un sentimiento mezcla de culpabilidad y tristeza, que empuja a Gep a caminar por las calles vacías de medianoche, como la desolada Vía Veneto, otrora epicentro de la noche romana, ahora tomada por unos pocos turistas trasnochados.
Porque La Grande Bellezza es también y sobre todo una película sobre una ciudad: Roma, “ciudad eterna” muchas veces cansada de sí misma y de su gran belleza, cuyos monumentos y ruinas del pasado son el escenario de un presente conflictivo, lleno de nuevas problemáticas como la inmigración. Cuando Gep visita subrepticiamente un antiguo palacio aristocrático, se percibe algo de esta nostalgia -¿por un pasado más esplendoroso, más refinado?- que atraviesa toda la película. Aunque Roma también es “la única ciudad del mundo donde se ha cumplido plenamente el marxismo”, ya que “nadie se puede destacar encima de los demás por más de una semana”. Una ciudad que decepciona, y extravía, como en el caso de Gep, o que mata con su indiferencia y expulsa, como el caso de Romano, que luego de años intentando triunfar en la escena teatral local, sin realmente encontrar interlocutores para su obra, decide abandonarlo todo y volver a su pueblo natal.
Cuando su mejor amigo abandona la ciudad, la mujer con la que parece estar iniciando una relación desaparece repentinamente y todo alrededor suyo parece morir, Gep se da cuenta de que está terriblemente solo. Pero al contrario de otros personajes desencantados del cine que se dirigen irremediablemente hacia un callejón sin salida -pienso en Alain Leroy, de Fuego Fatuo de Malle, en Sergio Corrieri, de Memorias del subdesarrollo de Gutiérrez Alea- Gep, hacia el final, encuentra la clave para escribir una nueva novela y salvarse: “Termina siempre así, con la muerte. Pero antes hubo vida, escondida bajo el bla, bla, bla, bla, bla. Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza”.