“La gente pensante en Guayaquil se vuelve loca”
Clasificada para mayores de 16 años. ¡Qué bajón! Sin embargo, a las 16:10, cuando empieza la proyección de la segunda función del día, en un complejo de salas de cine comercial en un conocido “shopping center” de Guayaquil, y suena una buena rola de Los Ilegales (de España, que si fueran los de República Dominicana sería para la matiné en la discoteca o en la fiesta de tu prima, a las 19:00, de un sábado), todo queda olvidado. Sí, la entrada termina de costar unos bien ganados $ 4,80, porque estamos de fin de semana y de feriado, y aunque la proyección no es formato digital -que también lo hay-, la más reciente película guayaquileña “Sin otoño, sin primavera”, suena bien, bastante “clean” (limpia, diáfana, como prefieran).
Para recordar cada segundo, así es la musicalización, score, trabajo de sonido, diálogos de personajes como Paula y Aleja, las pushers; Lucas, el yonqui; Rafa, el publicista desencantado y abandonado por su mujer; Ana, la mujer abandonadora que vive a través de su vecina Sofía, quien es la chica de colegio que busca actuar como mayor a su edad y vive su primer amor “real”; Martín, el que se fue “calzoneado” al extranjero y regresa para escuchar qué tiene que decir su ex amor imposible y mejor amiga, Antonia, acompañado de su novia, la colombiana Gloria; y Antonia, que es la que está a punto de morir y quiere alguien que le dé cariño como un novio, y Gloria la extranjera alienada por su pareja y compañero de viaje que se vuelve a una vida al borde del abismo entre el alcohol, deseos sexuales insatisfechos y prostitución de alto costo. Se nota por qué la banda sonora fue merecedora de un Premio del Fondo Fonográfico del Ministerio de Cultura del Ecuador, los “cues” musicales, conformes al trabajo de diseño de sonido y de sonido directo (boom), a cargo de Arsenio Cadena, son más que precisos, muy acordes a cada uno de los 9 personajes principales y sus convulsas historias.
Solo gestos de aprobación ante la potente banda sonora con un score a cargo de un trío compuesto por el director y guionista del filme, Iván Mora Manzano; su hermano Alfredo y el amigo de ambos, Juan Fernando Andrade –incluso hay piano interpretado por Iván Mora Manzano, un instrumento que estudió de niño y por el cual ganó un prestigioso concurso nacional-. Laureles para el retrato de los encuentros para la compra y venta de droga entre Paula y Lucas, las grabaciones de Paula sobre qué es la felicidad para cada persona que está cerca de ella, la separación entre Martín y Gloria, las conversaciones de pana y “chupas” de Rafa y Martín, la escalofriante y jodida manera de vivir de Ana, la irreverencia de Aleja y los encontronazos en la facultad de derecho entre el juez Neira, los miembros del Partido y Lucas apellido dos, especialmente en el que suena la ya famosa frase “me interesa la anarquía de la imaginación”.
Sin embargo está la pregunta de por qué en el cine ecuatoriano cuando aparece un personaje femenino colombiano, debe en algún momento del filme verse envuelto en un sórdido momento sexual o dedicarse a algo ilegal como la prostitución. El uso del spanglish a cargo de Martín, el ecuatoriano que regresa a una ciudad que desconoce luego de varios años de ausencia causada por un mal de amores, y de los amigos de Aleja y Paula le da más credibilidad a nueve historias de guayacos de cepa, de una Guayaquil que pocos entienden o dominan y hace pensar al espectador que es la gran deidad que controla la historia que se desenvuelve ante sus ojos y que puede predecir exactamente lo que harán o dirán los personajes de Iván Mora Manzano, siendo tal vez Martín una muestra de su época tranquila y Lucas convertido en el anarquista más raro que haya pisado la perla del pacífico, un reflejo de lo que es actualmente el director, músico, guionista, director de fotografía y editor guayaquileño.
Las cosas que hacen con los VFX, el diseño de sonido, la dirección de arte y, como ya hemos dicho, el score y la musicalización, además del manejo del tiempo cinematográfico con flashbacks y flashforwards al granel viene de los trabajos anteriores de Mora Manzano, en cortometraje, “Silencio nuclear” y “Vida del ahorcado: Los estudiantes”, en los que ya colaboraba con grandes del cine nacional, todos aún jóvenes y en pos de más y mejores cosas, como Oliver Auverlau, Carla Valencia, Arturo Yépez, Javier Andrade -amigo de Iván Mora Manzano y quien al leer el guión sugirió marquetearlo como una balada punk y que está por estrenar su propio largometraje con música del Ecuador de ahora, “Mejor no hablar de ciertas cosas”-.
Auverlau es el eterno director de fotografía de Mora Manzano, por lo que el Guayaquil que se ve en “Sin otoño, sin primavera” es tanto obra de él como del director y guionista, además completa la tercera parte de la visión en 3D de la diseñadora de producción de la llamada balada punk, Carla Valencia, y la cuarta dimensión la pone el diseño de sonido de Arsenio Cadena.
“Sin otoño, sin primavera” es la prueba de que Guayaquil tiene mucho que decir cinematográficamente y de que Tóxica Films no estaba muerta, sino de parranda por el Diva Nicotina o algún otro rincón de Las Peñas.