El historiador Christopher Domínguez Michael presentó Novelas a la Sombra, de Javier Vásconez
"La función de la crítica literaria es ir contra la vanidad de los autores"
El crítico literario Christopher Domínguez Michael describe su oficio como muy amargo y desagradable: “La mitad de los escritores de nuestros países nos odian, nos quieren matar (...). Forma parte de la naturaleza de la crítica estar en crisis y ser insatisfactoria porque va directo contra la vanidad de los autores, siempre es molesta e incómoda. Esa es su función, por eso es fundadora del gusto moderno”.
Si al ensayista mexicano le dicen que un autor es bueno por ser cosmopolita, responderá que hay quienes han viajado mucho pero no han salido de su habitación mental, mientras que otros logran transgredirse sin salir de su país, gracias a internet. “Hay autores profundamente regionales que fueron grandes escritores, como (William) Faulkner, que no salió del condado que inventó en el sur de Estados Unidos; tampoco mostró gran interés por el resto de las literaturas del mundo y, sin embargo, ese regionalismo resultó ser cosmopolita”.
Si al historiador mexicano le dicen que un autor es bueno por ser joven e innovador, responderá que la experiencia se forja con los años, que con el tiempo se cometen menos equívocaciones y asumir eso no significa perder la juventud.
La controversia de una lista
En el prólogo que Christopher Domínguez escribió para el libro Novelas a la Sombra (Fondo de Cultura Económica, 2016) del escritor ecuatoriano Javier Vásconez, dice que “El Ecuador (...) cuenta, al menos, con cuatro escritores relevantes: Juan Montalvo, Pablo Palacio, Alfredo Gangotena y el propio Javier Vásconez. Alguien añadirá, y hará bien, a un quinto, bueno o malo”.
La lista le sirvió al ensayista para sostener que acaso el más solitario de los nombrados sea el novelista Vásconez, quien “aparece tardíamente como escritor, en 1982, con los relatos de Ciudad lejana, pues en ese año (Gabriel) García Márquez gana el Premio Nobel. Nada más y nada menos: el boom (...), una de las escuelas literarias mundiales de la más alta alcurnia crítica y universitaria, con vastísimo público internacional y buen dinero en traducciones y conferencias”.
Pese a que no estaba cerrada ni pretendía ser definitiva, la lista suscitó una discusión. El problema es que siempre crean malentendidos, admitía el mexicano frente a sus lectores: “una lista, por definición, es excluyente, y a la gente, viva o muerta, le disgusta ser excluida”.
Vásconez dijo que “hay cierta falta de sutileza en no darse cuenta de que hay un juego, un riesgo al dar unos nombres, como un apostador en una carrera de caballos, sin limitar la lista (...): Pasa que en Ecuador nos encanta la fosilización, las cosas fijas y lo que está dicho”.
Domínguez aclaró que los autores nombrados “fueron los que, en ese momento, me parecieron más cercanos al espíritu de Javier (...), pero yo no soy omnisciente y, al momento de escribir el prólogo, no tenía el árbol genealógico de la literatura ecuatoriana en la cabeza. Creo que quien nos lea entenderá que los autores son más de la familia espiritual de Javier Vásconez que un Jorge Adoum o un Miguel Donoso Pareja”.
Este último autor -fallecido hace más de un año- ejerció la crítica literaria de forma impetuosa, con las consecuencias que nombró el crítico literario mexicano pero fue en otra dirección en lo que a Vásconez se refiere. Donoso consideraba que, “en la mayoría de sus textos”, el autor de El viajero de Praga nutría a sus personajes de una “sensibilidad sobrepuesta”; Domínguez considera que “cumple la fantasía lograda por pocos escritores aunque soñada por una legión, la de conseguir que uno de sus personajes se desdoble, más que en Kafka, en Josef K, presentando al doctor Kronz, que junto a Maqroll el Gaviero, de Álvaro Mutis, y otro doctor, Farabeuf, de (Salvador) Elizondo, es uno de los personajes literarios nuestros que con toda seguridad sobrevivirán a sus creadores”.
El mexicano -nacido en 1962- dice que La sombra del apostador (Vásconez, 1999) “es una prueba de fuerza que el escritor se impone asimismo: ‘imitar’, en la acepción neoclásica del término, y duplicar la novela negra con una trama hípica que no sé si conozca el filósofo Fernando Savater, nuestro hombre en los hipódromos”. El guayaquileño -nacido en 1931- escribió -en el ensayo Nuevo realismo ecuatoriano: la novela después del treinta- que La sombra del apostador “parece escrita por dos personas, una torpe y tartamudeante en las 156 páginas iniciales (cuyo producto es, para usar una expresión suya -de Javier Váconez-, ‘un arte presuntuoso de copiones’) y otra convincente en las 70 que la cierran”.
El retorno de las moscas (Vásconez, 2005) -incluida en Novelas a la Sombra- es para Domínguez “un guiño y un capricho: un escritor de sus capacidades se puede dar el lujo de imitar en el sentido en que imitaban los autores del siglo XVIII a uno de sus maestros (John Le Carré)”.
Una mirada entre críticos
El escritor mexicano Juan Villoro (México, 1956) ha dicho sobre Javier Vásconez que “es un caso singular de la imaginación narrativa. Leerlo significa un acto migratorio, cruzar una frontera, una ‘línea imaginaria’ para llegar al otro lado, hacia la ficción cierta y duradera”. Sobre Miguel Donoso Pareja, Villoro decía, categórico: “Denle un problema y él les devolverá un cuento”.
Al preguntarle a Christopher Domínguez si escribiría alguna crítica sobre la obra del autor de Krelko, respondió que no le parecía relevante como autor aunque su labor como tallerista (“difusor cultural”) es considerable y digna de aplauso.
“Hay grandes maestros de piano que fueron mediocres pianistas y eso también sucede en la literatura”, le dijo el crítico mexicano a este diario, mientras recordaba que Villoro se convirtió en discípulo expreso de Donoso. Para el ensayista, que siempre expone las paradojas, “también hay grandes autores y creadores que son malos maestros”.
Pese a la experimentación de su prosa, Domínguez Michael enmarca a Donoso Pareja en el realismo social latinoamericano, que “tuvo sus grandes momentos a lo largo del siglo XX -con Agustín Yáñez y Miguel Ángel Asturias- pero que, en los años 70 -después de (Gabriel) García Márquez y (Mario) Vargas Llosa- ya era literatura del pasado”.
Entre las equívocamente llamadas “literaturas menores”, las de los países chicos, estaría la ecuatoriana, “cuyos pocos escritores trascendentes suelen ser inolvidables -escribió el prologuista mexicano- pues en ellos se nota la ambición legítima no de representar un país (...) sino de encarnarlo desde el silencio, la fama póstuma o el exilio interior, ajenos a la gritería ideológica, esa sí escuchada con mucha atención por los piadosos europeos. Ser provinciano, ya lo decía Valery Larbaud, es confundir lo real con lo oficial”. (I)