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El pugilista fue un símbolo del entendimiento, la paz y el amor a escala internacional

La figura de Muhammad Ali era (es) vida, cine y literatura

Ali esquiva un cross de izquierda de Joe Frazier, en el round 15 de la ‘Pelea del Siglo’ (mediados de los 70).
Ali esquiva un cross de izquierda de Joe Frazier, en el round 15 de la ‘Pelea del Siglo’ (mediados de los 70).
Tomado de muhammadali.com
08 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

En los cuadriláteros, los héroes reales que durante décadas se habían forjado en la memoria colectiva le cedieron el paso a personajes ficcionales, a fines del siglo XX. Sin preverlo, el mercado del deporte-espectáculo había confinado el sentido de los guantes y botines a la fantasía cinematográfica.

Muhammad Ali, fallecido la semana pasada, con 74 años, hizo de su vida una epopeya que emocionaba igual en la vida real que en la ficción. A las frases de antología que de vez en cuando les soltaba a sus contrincantes, como un villano que sabe provocar, se unieron sus argumentos en torno a sus derechos y libertades, como un estratega mediático inspirado en el activista Malcolm X. Nacido con el nombre Cassius Clay, el pugilista se había convertido al islam dándole un golpe de efecto a toda una nación.

Era cuestión de tiempo que el filme documental When we were Kings (Cuando éramos reyes, de Leon Gast, 1974) lo expusiera en una incursión africana. Ali se erigía como ícono de la negritud al enfrentar a George Foreman, en Zaire, donde pronunció una frase que ahora se replica hasta la saciedad: “Flota como una mariposa, pica como una abeja, y sus manos no podrán golpear lo que sus ojos no ven”.

Sobre la película, el periodista español E.J. Rodríguez escribió, con la rigurosidad mágica de los obituarios: “Muhammad Ali era el sueño de todo narrador. Por ejemplo, Cuando éramos reyes es probablemente el mejor documental deportivo de todos los tiempos. Ahí vemos al Muhammad Ali de los años de retorno en todo su esplendor. Ni siquiera esa película puede resumirlo, porque Ali es imposible de resumir, pero sí demuestra que sus combates de boxeo no eran eventos deportivos, sino sucesos que por motivos intangibles estaban destinados a adornar las estanterías de todo buen amante de la epopeya”.

Antes de que la maquinaria hollywoodense le sacara todo el jugo a su biografía, Sylvester Stallone había creado la saga cinematográfica de Rocky, en la que dejarse acorralar para agotar al contrincante no era más que una proyección de la táctica de Ali frente a George Foreman. Stallone también se había inspirado en un combate ocurrido en Filipinas, donde ‘El más grande’ se agota frente a Joe Frazier sin dejar de lado su objetivo de derribarlo.

El cambio de siglo ya tenía a Ali frente a frente con la enfermedad de Parkinson, un desorden del sistema nervioso que afecta al movimiento y que lo aquejó durante 32 años. En 2001, Will Smith encarnaba en Ali (Michael Mann) al campeón en un fresco de los 60 que intentó retratar, sobre todo, su gesta social en favor de las reivindicaciones sociales en Estados Unidos.

La muerte de Muhammad Ali, el viernes 3 de junio, en un hospital en Phoenix (Arizona), provocó incluso el derrame de tinta en el diario El País de España, cuya política editorial es renuente a publicar la actualidad del boxeo a escala mundial.

En ese medio de comunicación, Marc Bassets comparó al pugilista con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y lo definía como “uno de los mayores deportistas del siglo XX” antes de citar al escritor Budd Schulberg (1914-2009) -autor de la novela de boxeo Más dura será la caída, que inspiró la película homónima protagonizada por Humphrey Bogart (Mark Robson, 1956)-: “¿Quién podría haber predicho a finales de los años sesenta, cuando Muhammad Ali era vilipendiado por la prensa deportiva y por la mayoría de la América blanca como un racista negro, un charlatán agitador, que se convertiría en la elección obvia para encender la antorcha en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, como un símbolo del entendimiento, la paz y el amor internacional?”, escribió Schulberg en 1998.

El campeón que los escritores no lograron inventar con la pluma ni con sus puños sobre el ring

Budd Schulberg decía que escribir es proyectar golpes en la oscuridad que vienen de vuelta y no solo empuñaba la pluma para hacer eso, sino que se vendó las manos ante Ernest Hemingway, un rival memorable y escritor, como él, aunque mayor en edad y fama, si esta es posible en la escritura como en el cuadrilátero.

Durante los años en que su carrera empezaba a acabarse, quizá como un afán de inmortalidad, el boxeador Rocky Marciano (1923-1969) le propuso a Schulberg crear la organización Fighthers and Writers (boxeadores y escritores) que jamás vio la luz.

Norman Mailer (1923-2007) escribió sobre peleas entre escritores y sobre algunos de los mejores combates de la historia, como la revancha que Muhammad Ali y Sonny Liston se concedieron en mayo de 1965, cuando el encuentro apenas duró un minuto y 42 segundos. “Esa pelea motivó un escándalo, ya que Liston estrelló su rostro contra el puño de (Cassius) Clay, en un golpe corto, durante el primer asalto -publicó el autor de la novela Los tipos duros no bailan-. El árbitro y los cronometradores intentaban, sin conseguirlo, transmitirle un mensaje con ademanes, mientras Clay le chillaba: ‘¡Levántate y pelea!’ No fue una noche propicia al arte del pugilato”.

Fuera de bromas o retóricas, a Mailer de verdad le gustaba ponerse los guantes. “Los autores de su calaña sospechaban que no sabes de verdad quién eres si no te expones a ser derribado en un cuadrilátero por otro hombre”, escribió el periodista Juan Tallón en su ‘Saga de los escritores boxeadores’, publicada en Jot Down Magazine.

José Luis Alvite (1949-2015) concebía a la literatura y al boxeo como dos maneras distintas de escupir y E.J. Rodríguez termina de diluir la disyuntiva: “Más que ningún otro escenario deportivo, el cuadrilátero producía epopeyas y héroes dignos de las más nobles páginas. No porque es un deporte duro -pues otros los hay también muy duros-, sino porque es algo más que un deporte. El boxeo es cine, y sería cine aunque nadie lo hubiese filmado. El boxeo es literatura, aunque nadie hubiese escrito sobre ello. El boxeo es la vida, aunque quienes ignoran o desprecian la disciplina no consigan entenderlo”. Y si aún hay quien no logra comprender la épica de un deporte que parece anclado al pasado, pues que recuerde al más grande, a Muhammad Ali (1942-2016). (I)

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