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“La ficción nos hace imaginar otras sociedades posibles”

“La ficción nos hace imaginar otras sociedades posibles”
25 de mayo de 2015 - 00:00 - Jessica Zambrano Alvarado

Betina González (Buenos Aires, 1972) piensa en historias novelescas. ‘Arte menor’ (2006), su primera obra, se publicó sin contactos ni agentes literarios cuando ganó el Premio Clarín, con el escritor José Saramago como parte del jurado. “De esta novela se puede decir que solo su título es arte menor. Lo que viene después es arte mayor”, dijo Saramago.

Ahora, González lee ‘Arte menor’ y piensa que pudo estar mejor escrita. Rodolfo Walsh decía que escribir es un combate permanente contra la estupidez, y a veces -dice González- hay que escribir todo un libro para darte cuenta de que estás equivocado. Está convencida de que en ‘Las Poseídas’, el título con el que se convierte en la primera mujer en ganar el PremioTusquets, en 2012, es mucho más intensa y universal. 

En ‘Las Poseídas’, Betina González aborda el mundo de la adolescencia femenina. La trabajó a partir de recuerdos sobre su propia experiencia con una voz irónica y humorística.La novela tiene como época los 80, cuando Argentina vuelve a la democracia y un grupo de chicas que estudian en un colegio religioso se sienten estafadas, pues a sus 15 años descubren todos los muertos que hubo, las mentiras y desde ahí se genera parte de su rebeldía, en medio de una situación en la que “los adultos han fracasado en mantener el bien”, dice González en una conversación que mantuvo con este diario antes de firmar “Todo por la ilusión”, en la pared de artistas reconocidos de la sala de lectura de la Universidad de las Artes, en Guayaquil.

¿Podemos conectar esta novela con un discurso feminista? 

Claramente, pues trabajé mucho en deconstruir el discurso que hay alrededor de la mujer y, sobre todo, de la adolescente que es bastante sexualizada. Esta es una sociedad muy hipócrita y en la publicidad, en el cine, la figura de la adolescente es un objeto de deseo, incluso cuando eres niña. Lo vemos en un montón de lugares, como cuando caminas por las calles y los hombres les dicen cosas a las niñas desde que tienen diez años. Hay todo un capítulo en la novela donde la protagonista se burla de estos hombres con mucha ironía, se burla de la cultura que sostiene ese machismo y esa mirada patriarcal sobre la mujer que es también una forma de agresión.

¿Qué diferencia a este trabajo de la forma en que la literatura ha usado a la chica adolescente?

En mi novela deliberadamente los personajes masculinos tienen una personalidad más débil. Quise que las chicas, que son los personajes centrales, tengan voz, no el filtro de la iniciación de un hombre.
En la literatura latinoamericana no se había trabajado mucho el mundo de la adolescencia. Sí hay en otras literaturas, como en la ‘Lolita’ de Vladimir Nabokov, donde a pesar de que él usó el personaje de manera muy compleja, se usó el término para hablar de las mujeres jóvenes, las Lolitas que son objetos de deseo de hombres mayores. Eso va perpetuando una estructura patriarcal que me parece algo nefasto.
 
En una charla hablaba de las novelas del siglo XIX que trabajan la idea de la fábula, donde siempre hay una moraleja. En el feminismo del siglo XXI aún hay mucho de eso.

Demasiada moraleja. Yo tengo problemas con ese discurso...

Entonces, ¿cómo alejarse de ese discurso o superioridad moral -en muchos casos- para narrar una historia que está aliada al feminismo?

‘Las Poseídas’ no es una respuesta al feminismo ni nada. Intenté ser fiel a lo que uno siente cuando es adolescente. La novela tiene un final ambiguo. No hay resoluciones complacientes. Las dos protagonistas quedan fuera de los roles prescritos para las chicas. Me preocupé por llegar a un final que no cerrara, de no caer en eso. Es una novela arrebatada donde todo es excesivo, brutal, como en la adolescencia. Me interesó trabajar a nivel filosófico, no traté de ser realista ni social. Abandoné el estilo realista de los libros anteriores.

Ahora, se podría decir que está un poco “de moda” la crónica...

Está re-de moda la crónica.

Pero, pensando en eso, mucho de lo que se hace en crónica parece literatura...

José Martí, Rubén Darío, todos los grandes escritores de nuestro modernismo tienen crónicas alucinantes. Está ‘bueno’ el ‘boom’, pero también creo que se desconoce el pasado de la crónica. Y la ficción logra cosas que el registro de lo real no, porque la crónica debe trabajar con lo real. La ficción hace que imaginemos otras sociedades posibles, otros vínculos. La crónica solo puede trabajar con los vínculos, si los hay. Imaginar lo que hace la ficción es como un laboratorio de la vida humana y prefiero eso.

¿En algún momento inició una crónica y terminó siendo ficción?

Participé en una iniciativa de médicos que decidieron concientizar sobre ciertos problemas de salud convocando a escritores para que trabajen a partir de un caso clínico. No importaba si escribías una crónica o un cuento. Yo escribí dos cuentos, uno sobre bebés prematuros y fue todo un desafío porque tenía testimonios de personas reales a las que sentía que debía ser fiel a ciertas cosas; pero cuando empecé a escribir me iba para otro lado y escribí cuentos. El resultado para mí fue mucho mejor porque la ficción logra iluminar zonas oscuras de la experiencia humana.

Sin embargo en la crónica a veces también hay este juego con la ficción, tal vez porque es un género que entra a competir también en las librerías.

En la crónica la gente espera informarse. Si te inventas un diálogo, ya es otra cosa. Creo que  hay que respetar estas categorías sobre lo que es ficción, crónica, cuento, novela. (I)

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