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La Feria Internacional del Libro moviliza a la gente en Cuba

La Fortaleza de San Carlos de La Cabaña es la sede principal de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Ahí se forman filas de cantidades ingentes de curiosos y lectores cada año.
La Fortaleza de San Carlos de La Cabaña es la sede principal de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Ahí se forman filas de cantidades ingentes de curiosos y lectores cada año.
16 de febrero de 2014 - 00:00

Para llegar a la Feria del Libro de  La Habana, si se está en el centro de la ciudad, hay que atravesar todo el malecón y llegar hasta un redondel que conecta con un túnel. El viaducto cruza la bahía que parte en dos a la ciudad. "Vamos por debajo del agua", suelen decir los taxistas con cierto orgullo. Una vez del otro lado, prácticamente se encuentra uno en la Fortaleza San Carlos de La Cabaña, patrimonio de la humanidad construido por los españoles en la época de la Colonia.

La feria abre a las 09:00, pero ya desde las 07:00 se forma la fila.  La Cabaña está empotrada en una pequeña loma. Hay que recorrer medio km de camino sinuoso para llegar a la entrada. Los buses y taxis solo llegan hasta abajo, así que todo el trayecto está copado por la fila. No hay ira o frustración, la espera es tranquila pese a que el sol golpea fuerte.

La columna es un entramado de colores vistosos y charlas ruidosas. Allí están señoras con sus hijos, vecinas, abuelas con sus nietos, padres de familia, jóvenes estudiantes, universitarios y turistas.

La calma se pierde a la hora de abrir. La fila se rompe y cientos de personas corren. A medida que se empina la loma, la carrera se vuelve una caminata ágil.  A la derecha del puente -el ingreso oficial a La Cabaña- que atraviesa una quebrada por donde antes pasaba un riachuelo, una joven veinteañera sostiene un montón de papelitos blancos del porte de un ticket de lotería.

La gente se lanza sobre ella, que no alcanza a entregar un papel a cada persona que lo pide, así que se rinde y simplemente se arrima a un pilar y deja que los interesados hagan lo suyo. Los papeles desaparecen pocos minutos después. Mientras las personas avanzan, leen el papel: “Afiches del FC Barcelona en pabellón D”. Se desilusionan.  Entonces el piso del puente se cubre de una alfombra blanca de volantes desechados. Algunos se agachan, leen la publicidad y la tiran otra vez.

Dentro del recinto se repite la escena, específicamente en la esquina donde está el primero de los cinco puntos de información que tiene la feria. Allí se regala El Cañonazo, el diario de la feria. El volumen uno tiene todo el cronograma de los díez días de exposición,  en todas las sedes: Hay al menos otras diez además de La Cabaña.

La entrada a La Cabaña está flanqueada por un pequeño túnel cubierto. Las personas se encuentran en una bocacalle. En todas las rutas hay pabellones,  pequeños cuartos incrustados en las paredes de piedra.  Las puertas abiertas indican que es un stand. Sobre el portal hay un letrero azul con el número de pabellón, nombre de la editorial y país de procedencia.

Para quien va por primera vez es fácil perderse y los puntos de información ayudan al visitante.  "Dónde están los libros de ciencias sociales", pregunta un joven a una de las guías,  quien revisa las listas. "En el F1. Para que no te pierdas, sigue largo por aquí,  ve directo", le responde enseguida.

Allí están los pabellones de Prensa Latina y Ocean Sur con libros del Che, de Fidel, de la Operación Peter Pan (cuando al inicio de la revolución cubana y por el rumor de que los padres perderían la patria potestad enviaron solos a sus hijos a Estados Unidos), de Evo, de Mujica, de Vietnam y de la política de hegemónica norteamericana.

Más adelante está el pabellón de Casa de las Américas y allí la pregunta es cada tanto: ¿cuánto por el libro de Correa? "Aún no llega", repetía la persona del mostrador, “es que ayer recién lo sacaron", explicaba. La editorial imprimió Ecuador: De Banana Republic a la no República, además de otras obras de autores nacionales.

Al lado de Casa de las Américas hay un pequeño stand del Centro Nacional de Sexualidad (Cenesex), institución manejada por Mariela Castro. Ahí se expenden libros de psicología y sexología y se regala la revista que edita la entidad.

Siguiendo el camino están los libros de esoterismo, horóscopos y hechizos. También hay novelas policiales y eróticas.
Pero los libros más apetecidos son los infantiles: cuentos o textos para colorear. También hay diccionarios, manuales de todo tipo, libros académicos,  revistas antiguas,  agendas para niñas,  enciclopedias. Son estos los productos que más compran los cubanos. Y tiene sentido si se toma en cuenta que en la isla no hay Internet para resolver cualquier duda. En realidad sí hay acceso a la web, pero una hora de uso puede llegar a costar $20, y es un servicio escaso y  lento. Los caminos adoquinados se repletan. El avance es lento como en una procesión.  La mayoría,  al entrar, gira a la derecha, avanza hasta la explanada donde los muros de piedra desaparecen. Allí está el pabellón más grande, el de la librería nacional que vende libros en moneda local. Ese último detalle es lo que atrae.

Otra vez se forma una fila que poco después es de casi 500 personas. Junto a esa columna hay otra, pero mucho más pequeña, para dejar bolsos y carteras, porque al stand de la librería nacional no se puede ingresar con ellos.
En Cuba circulan, al mismo tiempo, dos monedas. Una es el peso normal (moneda nacional);  otra es el CUC -aunque también le dicen peso-, moneda que se obtiene al cambiar dólares o euros. Antes era de uso exclusivo de turistas, pero las reformas económica de la isla generalizaron su uso.  El CUC tiene más valor que la moneda nacional, por eso el interés en entrar a la librería nacional. De hecho, afuera del pabellón hay dos CDK, casas de cambio desplegadas por toda la ciudad.

Ademas, allí están los libros más apetecidos: La fila, en vez de disminuir, aumenta en el transcurso de la jornada.  Entran en pequeños grupos. La espera es larga.
En la parte más alta de La Cabaña está la segunda área más concurrida. Es otra explanada flanqueada por muros, donde se ubican los cañones que defendían a La Habana de los piratas en la época colonial.  Tras esas paredes hay un área verde, donde se han colocado carpas blancas para vender libros usados.  La gente revisa cuidadosamente los títulos, porque el más barato cuesta 3 CUC.

"¿Cómo es que se llama el libro que quiere?", consulta una mujer a su esposo. "Anatomía del cuerpo humano.  Anótalo que me olvido", responde él, leyendo la pantalla de su celular. La obra que buscan Fernando y Alonsa Barragán es para su hijo Julio, que estudia Medicina.

Al mediodía hay un parón: El sol se vuelve insoportable.  Los pabellones se llenan de tarrinas de moros y chuletas.  La atención al público se detiene por el almuerzo. Los visitantes buscan la sombra. La explanada con carpas de libros usados es el lugar favorito para descansar. Allí hay un árbol enorme que protege del sol. Los bancos resultan insuficientes, y el césped se llena de gente. En cada rincón de la feria, todos sacan sus libros. Pocos son los que no tienen uno.  Las niñas comparan sus diarios adornados con princesas y los adultos hojean las páginas de los títulos recién adquiridos. Los únicos que caminan bajo el sol son los estudiantes que acaban de llegar, y que vienen más bien a pasear. Afuera hay carpas de venta de comida y juegos infantiles donde almuerza la mayoría. Hay hamburguesas,  pollo asado, sánduches, refrescos en lata (muy parecidos a Coca Cola), dulces,  pasteles y más. Ahora ese lugar es el más visitado. Por la tarde, otra vez lo mismo. Muchas estanterías ya están vacías, y los empleados abren cajas que tenían acumuladas en las esquinas, con más libros que ahora se exhiben.  La mercadería nunca deja de llegar. El objetivo es no decir "se agotó". Después del almuerzo, los pabellones se llenan de nuevo. Excepto el de librería nacional. Ese nunca cerró, la fila sigue igual y se mantendrá así hasta el cierre. A quienes no pudieron ingresar, les quedan 9 días para intentarlo.

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