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La escuela de piano sigue su “crecida” sin Cañizares

La escuela de piano sigue su “crecida” sin Cañizares
11 de marzo de 2012 - 00:00

“Como profesor de piano fue muy severo y sobre todo muy trabajador. No teníamos horarios con él, siempre decía ‘después de...’. Se podía tomar desde un par de minutos hasta horas y horas en una clase. Cuando la ocasión lo ameritaba nos veíamos a tempranas horas de la mañana o muy tarde en la noche.

Nos contaba mucho sobre compositores, época y las obras en sí para que podamos de alguna manera ubicarnos en el tiempo e intentar así captar la esencia de la música que está mucho más allá de la partitura”, recuerda el joven pianista Mangfred Mora, sobre su maestro y amigo Reinaldo Cañizares Pesantes, desde la Escuela Superior de Música de Múnich, donde estudia. Para el miembro del directorio de la Casa de la Música y de la Sociedad Fondo Jóvenes Talentos, Juan Castro, Cañizares era el mejor profesional para preparar a un pianista para su recital o un concierto.

Otro de sus estudiantes, el actual director administrativo del Teatro Centro Cívico Eloy Alfaro, Juan Carlos Escudero, acota: “Lo recuerdo preparando cada una de sus clases, creando el mejor ambiente para sus alumnos, que el salón reúna las características suficientes para crear el mejor ambiente para impartir una clase. Muy detallista en sus clases, se fijaba en todos los aspectos de  interpretación musical y artística”.

“Luego de explicar cómo superar las dificultades técnicas con diferentes ejercicios que el alumno debía realizar en sus prácticas fuera de clase, se concentraba en el aspecto filosófico de la obra, teniendo siempre una fijación notable por las entonaciones y la construcción de frases y líneas melódicas. Decía que una frase musical es como una flor: tenía un momento exacto para nacer, un momento para brillar y otro para morir.

Lo describo, entonces, como un apasionado por sembrar en cada uno de sus estudiantes una convicción de que es posible alcanzar los sueños artísticos más grandes y elevados si se siembra con responsabilidad y se emplea el sacrificio suficiente para lograrlo”, agrega.

Escudero y Mora fueron sus alumnos desde la niñez (9 años en adelante), el primero también fue abogado de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG) de cuyo directorio Cañizares era miembro, como presidente de la Fundación Sinfónica de Guayaquil. Persistió su trabajo como presidente de la Asociación Latinoamericana de Pianistas Pedagogos-Ecuador, adscrita a la European Piano Teacher’s Association, alma máter, desde 2000, del Conservatorio Superior de Música Rimsky Korsakov, que él fundó en 1994.

Juan Castro añade que la muerte del pianista titulado en el Conservatorio Nacional Rimsky-Korsakov  de Sant-Petersburgo, en el Instituto Superior Pedagógico-Musical Gnesenix y en el Conservatorio Nacional P.I. Tchaikovsky de Moscú, es una lamentable pérdida personal, como amigo y ser humano, como formador de la primera escuela de piano, que puede llamarse así en el Ecuador. “Puso a la ciudad de Guayaquil como vanguardia, como puntera en cuanto a los estudios pianísticos”, añade el colaborador de la Casa de la Música sobre el fundador del conservatorio superior, que en el semestre de abril a septiembre 2011 registraba 15 primeros premios y medallas de oro, plata y bronce en concursos internacionales, entidad que de seguro quedará a cargo de su familia, copropietaria de la entidad, y el actual equipo administrativo.

Para Castro, la cátedra de piano queda como cortada por una tijera y se suscita el inmenso problema de qué sucederá con las generaciones que vengan y cuál es la situación de los que ya están aquí como profesionales, ya que Cañizares era quien los ayudaba en su preparación para los conciertos. Incluso lo hizo con Mangfred en los últimos recitales que dio en Guayaquil, durante las recientes vacaciones de sus estudios en Alemania, para la Sociedad Fondos Jóvenes Talentos. A Juan Carlos Escudero lo ayudaba a prepararse para un concierto con una orquesta formada por los jefes de fila de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, fijado tentativamente para mayo.

El pianista y músico contemporáneo Manuel Larrea celebra la labor pedagógica de Cañizares, pero lamenta que en los últimos años tocara poco -cuando Larrea viajó al Berklee College of Music en el año 2000, el maestro suspendió uno de sus conciertos por una tendinitis-.  El músico se alegra que al igual que él, la formación inicial haya sido la del Conservatorio Nacional de Música Antonio Neumane.

Mora lo mide en lo personal: “Junto a él fui descubriendo y aprendiendo que la música se convierte en un estilo de vida, que es una profesión que necesita de la total entrega del músico hacia su arte. Aprendí que la música es a la final una lucha y competencia con uno mismo, con nuestro estado actual, con lo que hemos aceptado ser y concebido para nosotros mismos. La relación con él nunca se limitó a una clase de piano. Le confiaba todo porque era una persona sin prejuicios que siempre estaba presto a ayudar y a dar un buen consejo. Era una persona muy ocurrida, con un sentido del humor muy fino. Amaba la lealtad y la gratitud. Una persona cariñosa que nos quería tanto como a su propia familia, y nosotros a él, como a un padre y amigo”.

Los recuerdos de Escudero lo descubren aún más: “Alguna vez le pregunté si yo podría ser algún día un gran pianista, si tenía lo necesario para poder emprender una carrera como músico profesional. Él me respondió que la dedicación y el empeño diario es la fórmula del éxito. Me dijo, también, que el talento no es lo único que se necesita para trascender profesionalmente y que el trabajo y la práctica diaria tampoco es el único requisito para convertirse en un gran músico. Me explicó que cada quien tiene un talento en particular para una actividad en la vida y que, en mi caso, debía juntar mi talento con un esfuerzo constante para lograr lo que me propusiera”.

Comenta que “en 2009 cuando fui solista de la Sinfónica de Guayaquil, luego del concierto, en los camerinos del teatro me encontré con ‘mi profe’; ansioso, esperaba su opinión. Se me acercó lentamente y no pronunció palabra, simplemente, sacó de su bolsillo un programa de mano del concierto y, con una quebrantada voz, me pidió que por favor le escribiera una dedicatoria en el mismo. Comprendí, entonces, que su apoyo constante durante tantos años había dejado impregnado en mí una parte de su vida, su arte y su profesionalismo”.

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