“La escritura tiene algo de estar despierto dos veces”
En alguna entrevista has dicho que no duermes. ¿Eres el escritor al que se le va la vida en escribir?
Soy de esas personas insensatas que sienten que durmiendo pierden el tiempo. Sé que es falso y que además es malo para la salud. Pero la realidad es tan fascinante y demandante que me da pena no estar despierto las 24 horas.
Pero a tus 36 años has publicado más de 15 libros. Mucho de ese tiempo que no duermes debes de ocuparlo en escribir.
Escribir me resulta estimulante y adictivo. Y la escritura tiene algo de estar despierto dos veces, como una vigilia brutal. Así como al despertar tomas conciencia de lo que soñaste, tengo la impresión de que al escribir tomas conciencia de la realidad, como un estado de semirreflexión y automatismo. Las cosas pasan más o menos desapercibidas hasta que las entendemos o las escribimos.
Bolaño se deshizo en elogios a tus libros. ¿En qué te fijas al escribir?
No tengo idea. Trato de que la reflexión sobre la literatura sea posterior a la escritura.
Pero los autores tienen fijaciones en sus textos. Que resuenen las palabras, por ejemplo.
Necesito que lo que escribo me suene convincente. Me lo leo o me lo canto a menudo. La literatura es también un arte auditivo, y no solo por la eufonía, sino porque creo que cada personaje es una voz. En ese sentido soy más musical que decimonónico: Está bien saber quién es el personaje, cómo viste, dónde nació, qué secretos esconde... el trasfondo argumental -incluso lo que no vas a contar pero tú lo sabes-... pero todo eso es secundario al lado de lo que para mí es lo principal: cómo carajo habla ese personaje, cómo suena, o cómo es la voz del narrador. Si no sé eso, puedo tener 500 páginas de notas que no me sirven de nada.
Has dicho que raramente te gusta algo que escribes...
Cada vez menos.
¿Por qué publicas, entonces?
Porque si no lo hago, no puedo seguir escribiendo. Todo autor sabe que los manuscritos inéditos que ha trabajado incansablemente, si no los publicas, te pesan. Entonces yo publico un libro como una forma de obligarme a dejar de trabajar en él. Es una patología, en el sentido de que no eres dueño de esa compulsión. Hay patologías que nos hacen felices, y prefiero esta que es relativamente inofensiva, en lugar de ser un asesino en serie o un especulador inmobiliario
¿Cómo sabes cuándo publicar?
Es como una especie de historia de amor que va siendo invadida por la rutina. El único estado de felicidad cotidiana que conozco es cuando escribo. Y al reescribir un libro durante años, hay un momento en que la felicidad se empieza a secar. El texto es un ser parlante que necesita dialogar con alguien y hay un momento en que el texto y el autor dejan de escucharse. Y uno necesita enamorarse de un texto nuevo. Entonces no publico: me deshago de mis textos y los odio para siempre. Y cuando a alguien le gustan me siento agradecido, porque de algún modo están en mejor compañía: Cambian del autor neurótico que los odia, a un lector generoso que les aporta otros sentidos... alguien con quién conversar.
¿Editas mucho los microcuentos?
Para mí la micronarrativa comparte con la poesía un proceso paradójico de creación. Un novelista termina el primer manuscrito y siente que ha nadado hasta la otra orilla. En cambio la poesía y el microrrelato son todo lo contrario. El primer borrador es solo el primero de muchos, y tardas mucho más en corregir que en redactar el primer borrador. Proporcionalmente, el proceso de corrección de un poema y un microrrelato es mucho más largo -incluso más importante- que el de editar una novela, porque la novela te deja pensar mucho mientras la escribes...
¿Y no en la microficción?
El poema y el microrrelato tienen algo de relámpago, es un arrebato poco lúcido. No hay nada más urgente para un texto breve que corregirlo mucho. Se que la narrativa breve se lee rápido, ¡falso! Se lee más rápido una novela de Tolstoi...
¿Es decir... por líneas?
La lentitud al leer cada línea de un microrrelato, de un poema, es extrema. La microficción se lee rápido no porque la narración sea veloz, sino porque es corta... Pero ¿cómo uno se detiene en cada línea, cómo lo relee? La velocidad de lectura por palabras en un texto muy breve es muy baja, mientras que en una novela de 500 páginas, no se recrea y repite cada oración, con lo cual, aunque parezca contradictorio, uno lee más rápido Ana Karenina que un microrrelato de Monterroso.
Con Ciudad Mínima, Palabra Lab puso a la gente a hablar de la microficción por acá. ¿Cómo ves el panorama en general?
La microficción está en auge, pero es un auge periodístico o sociológico. Se empezó a hablar mucho de eso en los medios de comunicación, pero en realidad, como el dinosaurio, estaba ahí desde hacía tiempo. En nuestra lengua como mínimo desde fines del siglo XIX, cuando los poetas modernistas escribían lo que Baudelaire llamaba "poemas en prosa". Pero uno lee desde la conciencia teórica de hoy, y dice "esto lo llamaban poemas en prosa a falta de una nomenclatura diferente". Uno lee Atlas de Borges o Cronopios y famas de Cortázar... y eran libros de microrrelatos en la época en que nadie decía escribir microrrelatos.
Ahora estás presentando Hablar solos, tu última novela, que se vende en todos los eventos de Ciudad Mínima. Alfaguara la promociona como una historia perturbadora...
Fue perturbador para mí escribirla. Es una novela que me parece fuerte y que genera conflicto. Dice lo que no se atreve a decir alguien que ha cuidado a un ser querido enfermo. Y que yo tampoco me atreví a decir.
¿Has estado en ese lugar?
Sí. Y por suerte inventé un personaje tremendo, Elena, que dice cosas muy incorrectas e incómodas. Ella tiene un costado de abnegación, de sacrificio de la propia vida. Todo lo que oficialmente es un cuidador. Pero también es una mujer que piensa lo que el cuidador no se atreve a confesarse ni a sí mismo: que quiere vivir otra vida: las contradicciones de cuidar al enfermo... y no habla lo suficiente porque el cuidador siente que no tiene derecho a quejarse, porque el que sufre es otro.
También abordas otros temas.
Sí, porque son tres voces. Están el padre (el enfermo) y el hijo. El padre se da cuenta de que no puede esperar y trata de provocarle un recuerdo a su hijo, trata de intervenir en su memoria rápido porque no tienen tiempo. Salen de viaje por primera y última vez. El hijo está descubriendo lo que es estar con su padre, y su padre se está despidiendo de él. Es un viaje intensísimo donde el padre todo el tiempo trata de decirle unas últimas palabras, de despedirse, quererlo por última vez mientras disimula. Es un viaje muy emotivo.
DATOS
Neuman ha publicado poemas, cuentos, microficción y novelas desde 1998 (21 años), cuando lanzó su poemario Simulacros.
Vive desde los 14 años en una pequeña ciudad española, Granada. Se licenció en Filología en la Universidad de Granada.
Ha traducido los poemarios Viaje de invierno (Wilhelm Müller) del alemán al español, y El hombre sombra (Owen Sheers) del inglés al español.
En 2009 ganó el Premio Alfaguara de Novela, por El viajero del siglo.
Cuenta de Twitter: @andresneuman